Las elecciones gallegas han sido más que unos simples comicios regionales. Aunque los líderes de la izquierda (gran perdedora del 18F) insisten en que no se pueden extrapolar datos ni conclusiones de un escenario local a otro nacional, parece razonable y oportuno, e incluso urgente y necesario, hacer ese análisis. Así queda, no ya Galicia, sino España, después de la decisiva batalla gallega que deja muchas más claves de lo que algunos creen. Esto ha sido auténtico terremoto político, sobre todo para Pedro Sánchez, y de esa manera hay que analizarlo. Y el que se resista a verlo así, es un ciego, o un suicida, o ambas cosas a la vez.
El triunfo inapelable de Feijóo
El PP sale reforzado, pero no solo el partido como un aparato cuyo candidato a la Xunta, Alfonso Rueda, era una auténtica incógnita tras el traslado de Feijóo a Madrid para tratar de reconstruir el proyecto hundido por Pablo Casado. El 18F un partido conservador ha revalidado la mayoría absoluta tras largos lustros en el poder y sin apenas pagar el desgaste, algo inédito en Europa. Sin duda, la apisonadora, la prodigiosa y formidable maquinaria de propaganda de Génova 13, ha vuelto a funcionar a pleno rendimiento, llevándose por delante cualquier alternativa de cambio. Feijóo se asienta como líder indiscutible del PP, algo que hace apenas dos semanas, cuando comenzó la campaña, se antojaba imposible. El dirigente conservador ha sido duramente cuestionado en el seno de su organización, y no solo por el sector crítico ayusista, siempre dispuesto a darle el zarpazo letal, sino por las bases, por la propia militancia. Aquellos gritos de “Ayuso, Ayuso” en el balcón de la sede nacional la noche del 23J no auguraban nada bueno para él. Sin embargo, una a una, hasta once autonomías han caído en manos populares, y ahora las gallegas vienen a ser un bálsamo para Feijóo, que a partir de ahora podrá sacar pecho de una nueva e inapelable victoria anotable, esta vez sí, en su casillero personal. Porque ha sido Génova, y no la Xunta, la que ha pilotado una campaña electoral que por momentos parecía errática y condenada al fracaso pero que finalmente ha demostrado su eficacia. Sin duda, ha habido preocupación y hasta miedo en las filas populares durante estas dos semanas en las que parecía que el partido se desplomaba en las encuestas por culpa de una mala gestión de la directiva nacional feijoísta. No obstante, al final las famosas meigas gallegas se han vuelto a colocar de lado de la derecha y lo que parecía una derrota casi segura ha terminado en victoria arrolladora y mayoría absoluta. Ante eso, solo cabe decir que Feijóo, barnizado como líder sólido y potente, está construyendo el próximo gobierno de España desde el poder regional, una mala noticia para la diva Ayuso, que tendrá que esperar en su intento de moverle la silla al jefe.
La debacle del PSOE
Tristeza, esa es la única palabra que tenemos para definir lo que ha ocurrido con los socialistas del PSdeG de Gómez Besteiro este fin de semana. El enfermo no tiene buena cara y haría mal Ferraz en mirar para otro lado, en restar importancia al suceso electoral o en caer en la autocomplacencia. Hace ya tiempo que entre los analistas del PSOE se ha impuesto una lectura equivocada de las elecciones regionales. Los muy ingenuos están convencidos de que se puede ganar España cosechando una hecatombe tras otra y yendo de calamidad en calamidad. No entienden que la misma gente que vota para elegir a los líderes de su pueblo lo hacen también para colocar a los de la nación. Y si bien es cierto que hay nacionalistas de izquierdas que votan a su partido periférico en las locales y al PSOE en las generales, eso es tanto como moverse en el alambre cada cuatro años. Lo normal es que, más tarde o más temprano, el funambulista Sánchez acabe resbalando y precipitándose al vacío. Es cierto que el PSdeG nunca ha logrado articular una estructura de partido en Galicia, una tierra intrínsecamente conservadora, y que al final ha optado por desertar, por abandonar, por tirar la toalla en aquella plaza. Ejemplo paradigmático del testarazo es Vigo. En la mayor ciudad gallega, feudo del alcalde socialista Abel Caballero (supuesto gurú de las mayorías absolutísimas), los socialistas se dejan la friolera de 11 puntos y casi trece mil votos, quedándose en 30.781 papeletas, muy lejos de los 54.100 votos del PP y a más distancia aún de los 56.820 del BNG, que bebe de la sangría sociata. Al bueno de Caballero se le acaba el show de las bombillitas navideñas, y va a tener que inventarse otra performance si quiere seguir siendo alcalde. Por descontado, todo este hundimiento socialista no se explica sin ser contextualizado en clave nacional. Los líderes locales, no solo los gallegos, también los madrileños, andaluces, valencianos y otros, pagan el lastre de la estrategia de Sánchez por sus pactos con Junts y la amnistía. Ciertamente, el perdón generalizado a los encausados por el procés era la única medida posible para volver a encauzar el conflicto catalán pero, o Moncloa no ha sabido explicarlo bien, o tendremos que resignarnos a aceptar que la mayoría de los españoles estaba totalmente en contra de la medida de gracia. La gran paradoja es que el sanchismo va a rendir el último tributo del PSOE a la estabilidad del país, un sacrificio de Estado que ha logrado la desinflamación de Cataluña, sí, es verdad, pero a cambio de un precio muy caro: tanto como llevar al partido al borde de la pasokización.
BNG, izquierda arruinada y populismos trumpistas
Del desgaste del PSOE se beneficia el BNG. Desde que llegó a Moncloa, Sánchez ha necesitado de los partidos nacionalistas de corte progresista para seguir gobernando, pero esa homologación, ese maquillaje de formaciones que apuestan por la ruptura del Estado, ha terminado por trasladar al electorado la idea de que es preferible votar a los regionalismos periféricos antes que al propio partido socialista. Al final, la izquierda termina fragmentándose en múltiples partidillos locales, diluyéndose, atomizándose, o mejor dicho: es el PSOE el que puede acabar implosionando, dando lugar a nuevos proyectos en miniatura. Con los restos del naufragio de la gran izquierda española se está construyendo un nuevo socialismo localista, abertzale, pancista y autárquico. Reivindicativo solo de lo suyo y nada internacionalista. Un auténtico drama mientras la extrema derecha se reunifica y se rearma. No hay más que ver los resultados cosechados por Sumar (ni un solo escaño, menos mal que Yolanda Díaz es gallega) y por Podemos (menos votos que el Pacma). Tras esa deflagración controlada de la izquierda estatal también emergen otros proyectos más o menos friquis inspirados por la rabia contra el sistema como el DO de Jácome (Democracia Ourensana), algo así como un trumpismo a la gallega. De locos.