La sangre de los palestinos salpica a la Moncloa

El escándalo de la compra de balas a una empresa israelí echa por tierra años de buena política internacional del Gobierno de coalición

24 de Abril de 2025
Actualizado el 25 de abril
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Sánchez durante una visita a la zona de guerra en Palestina.
Sánchez durante una visita a la zona de guerra en Palestina.

Lo que nos quedaba por ver. Pedro Sánchez comprando material militar a una empresa israelí. A la empresa de ese Estado abyecto y fascista que está perpetrando el genocidio del pueblo palestino; a la empresa del país de Netanyahu, el carnicero de Gaza; a la empresa del trumpismo judío. Es un escándalo mayúsculo, algo demasiado gordo como para que no tenga consecuencias políticas. De entrada, Izquierda Unida ya ha anunciado que puede romper con el Gobierno en cualquier momento. Y con razón. Enrique Santiago pedirá explicaciones y que se anulen todos esos contratos de la infamia de forma inmediata. De lo contrario, Margarita Robles y Fernando Grande-Marlaska tendrán que dimitir, asegura el dirigente de IU.

Yolanda Díaz y sus cuatro ministros se encuentran ante el momento más delicado desde la fundación de la plataforma Sumar que destruyó Podemos. Con la lógica y la coherencia en la mano, ninguno de ellos debería seguir ni un minuto más en ese Consejo de Ministros manchado de sangre. Lo que se está jugando aquí no es una cuestión de poder rutinario, ni una reformilla laboral chapucera, ni el bono transporte efímero, ni siquiera unos eurillos arriba o abajo en el salario mínimo interprofesional para el precariado. Hablamos de financiar a un Estado terrorista, hablamos de decenas de personas asesinadas cada día por las escopetas y las bombas judías, hablamos de miles de niños exterminados, amputados, traumatizados. Esto no es ninguna broma y cada día que pasa sin que esos contratos terminen donde tienen que estar, en la basura, es una palada más de ignominia para este presidente al que siempre se le ha llenado la boca con la defensa de los derechos del pueblo palestino.

Qué decepción, qué vergüenza, qué horror. Habrá un antes y un después tras este escándalo monumental. No nos extraña que Sumar esté deseando romper relaciones con el PSOE. Es para eso y para mucho más. Es para que cada militante del PSOE se vaya ahora mismo a Ferraz a pedir que se ponga fin a este episodio tan triste como espantoso. O para romper el carné de una vez por todas y largarse a la abstención. ¿Acaso no ve las noticias nuestro querido presidente? ¿Acaso no ve a esos niños harapientos y descalzos con rostros de viejos vagando entre las ruinas, escombros y socavones? ¿Con qué cara se va a dirigir el premier a todos esos votantes socialistas, los últimos demócratas de verdad, que ven con indignación el exterminio del pueblo palestino? Y dicen en Defensa que no se pueden romper los contratos porque nos costaría demasiado dinero. ¿Dinero de qué? ¿Así es como cuantifica el señor presidente la tragedia que se está viviendo en la Franja? ¿Con dinero en un plato de la balanza y las vidas de dos millones de inocentes en el otro? Si siempre calcula con esa matemática maquiavélica, vamos a tener que darle la razón a quienes lo ven como un pragmático sin escrúpulos, como un ser frío e insensible, como un amoral.

La política exterior del Gobierno español en el complejo asunto de Oriente Medio estaba siendo, hasta hoy, modélica, impecable. El presidente había convencido a esa mitad del pueblo español que aún cree en la democracia de que, esta vez sí, estábamos en el lado bueno de la historia, con la justicia, con la dignidad, con los derechos humanos. Con los pocos países de la comunidad internacional que condenan la violencia extrema judía, el ojo por ojo y la Ley del Talión. Por un momento nos sentíamos orgullosos de ser el blanco de la ira, de las amenazas, de los exabruptos y la bilis del asesino de masas Bibi, el arquitecto del Auschwitz palestino. Y cuando salíamos por ahí fuera, por Europa, presumíamos por primera vez en siglos de no mezclarnos con bárbaros totalitarios, con esos autócratas del Likud que van camino de dejar a los nazis como hermanitas de la caridad. Monstruos que brindan con champán cada vez que vuela por los aires una casa, un hospital o un convoy de la Cruz Roja. Tipos capaces de alegrarse de la muerte del papa Francisco solo porque el pontífice se posicionó con valentía en contra de las masacres perpetradas en aquellas tierras bíblicas. Y de buenas a primeras, de la noche a la mañana, nos desayunamos con este Watergate armamentístico a la española, un chanchullo que no entendemos, un pelotazo para algún cuñado de alguien, una noticia incomprensible que solo Sánchez entiende y que nos hace perder la poca fe que nos quedaba ya en quienes nos están gobernando.

Sánchez ha tirado por tierra todos estos años de buena política internacional. Lo ha hecho por un puñado de balas del calibre nueve milímetros, el tamaño del corazón de algunos que están mal gobernando este país. Y va el ministro del Interior y nos dice que frenar la operación nos costaría cinco millones de euros, o sea, un dineral. Váyase a barrer el Monte del Sinaí, señor mío. Ya nos da igual si todo este desastre (lo peor que hemos visto del sanchismo) es culpa de Margarita, de Fernandito o de Fulanita. Ya poco nos importa si todo ha sido un lamentable error burocrático u obedece a motivos geoestratégicos y de alta política internacional. Sánchez no puede (no debe) dejar pasar ni un solo minuto sin rescindir esos contratos de la muerte que nos convierten a todos los españoles en amigos de los verdugos, en cómplices de un genocidio y en el hazmerreír de Europa, donde ya empezaban a vernos como el último pueblo decente del mundo occidental. Paren ya este execrable negocio. Dejen de comerciar con la sangre de los niños palestinos. Y de paso destinen ese dinero para balas asesinas a la comida, agua y medicinas que hace meses no le llegan a aquella pobre gente dejada de la mano de Dios.

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