La parrilla de televisión es un excelente indicador de la temperatura política y social de un país. La programación patria no iba a ser menos, y cualquier experto en analizar las tendencias de la caja tonta puede concluir sin excesiva cualificación en que el reinante desconcierto de, otrora, gurús de la televisión es mayúsculo. Estos tótems de la televisión en España, cuya palabra viene siendo poco menos que palabra de dios en la Tierra, hoy empequeñecen por mor de un desconcierto estratégico de difícil diagnóstico, imprevisibles consecuencias y cuyas causas son a todas luces visibles: exceso de celo, pasada de frenada o sumisión y entreguismo incontrolados a una causa mayor por encima de todo: “Quien pueda hacer que haga”.
Ana Rosa Quintana, que dominó durante casi dos décadas la franja horaria matinal en la televisión, vuelve a ella tras un fallido intento de imponerse en las tardes con su magacín ideologizado a la extrema derecha sin complejos, con mucha ‘okupación’, supuesta inseguridad ciudadana por doquier, guerra total a la amnistía del procés catalán –hasta que llegó la hora de que el PP volvió a hablar catalán en la intimidad con los del “delincuente” Puigdemont– y no poca obsesión por el entorno familiar del presidente del Gobierno.
Algo se está moviendo sottovoce de una manera casi imperceptible en las audiencias. Quizá el hartazgo, probablemente el cansancio de tanta matraca, de tanta manipulación… de tanto fango en definitiva
La clave de su éxito televisivo se ha retroamientado siempre con estos parámetros básicos de una forma tan sencilla como simplista, dando a sus espectadores lo que ella consideraba que debían demandar, ni más ni menos. Pita, pita.
Por no verlas venir, Ana Rosa no vio venir siquiera el adelanto electoral del fatídico 23J para las derechas, que dejó a Feijóo y Abascal sin trono en Moncloa y con dos palmos de narices a sus entregados líderes mediáticos, siendo ella una de sus más fieles. Tanto fue así que, en aquellas fechas previas a las últimas elecciones generales del verano de 2023, Ana Rosa ya se las prometía muy feliz y, dándose golpes en el pecho por el trabajo bien hecho, decidió que su sitio estaba en las tardes, el retiro del guerrero, un premio por los servicios prestados, a pasarlo bien con la trivialidad sin olvidar nunca el mantra de la matraca política ultra.
Entre las municipales del 28 de mayo de 2023 y las generales adelantadas del 23 de julio de ese año, el líder del PP se veía ya levantándose en Moncloa escuchando el trinar de los pájaros del jardín, otro como el primer vicepresidente ultraderechista del Gobierno y alguna que otra como fiel lacaya de la causa trumpista a la espera de nuevos cometidos ya con el saber del deber bien hecho. Pero hete aquí que todo se truncó y aquel vaticinio que hizo al día siguiente del ‘triunfal’ resultado popular de las municipales y autonómicas de mayo no se cumplió en absoluto: “Creo que el 23 de julio pierde las elecciones. No tiene tiempo de cambiar de socios”. Cierto, pero no tanto. Sí, las perdió. Pero entonces fue cuando sucedió aquello de que Feijóo no era presidente porque él no quería. El resto de la historia hasta hoy mismo ya la conocen.
El sueño vespertino de Quintana apenas le ha durado 16 meses, prácticamente el mismo tiempo que su pesadilla política, Pedro Sánchez, lleva de nuevo en Moncloa en esta última legislatura tras el resultado electoral del 23 de julio. Los inapelables datos de audiencias son malos o muy malos para lo esperado por Mediaset. TardeAR, el magacín ensamblado ipso facto por el grupo mediático para mayor gloria de la icónica presentadora televisiva, entrega la cuchara con unos datos que no superan siquiera los dos dígitos de audiencia. Lleva más de un mes seguido pisando el polvo, su cuota de pantalla no ha superado nunca el 10%. Hay que remontarse al 17 de diciembre para encontrar un 10,7% de cuota. A partir de esa fecha, todo ha ido a peor, que ya es decir para los registros de los que ha gozado históricamente la presentadora. Este pasado lunes, saltaron todas las alarmas con un irrisorio 7,7%. No ha tardado mucho Mediaset en reaccionar y este miércoles la propia presentadora ha reconocido que el grupo mediático le informó esa misma mañana de su regreso a la franja matinal. “Yo llevo 21 años en esta cadena y estoy aquí para jugar a favor y empujar todo lo que pueda”, ha dicho una sorprendida Quintana de la decisión de sus jefes.
“Creo que el 23 de julio pierde las elecciones. No tiene tiempo de cambiar de socios”, vaticinó la presentadora de Sánchez antes de abandonar las mañanas de Telecinco
El fenómeno de David Broncano con La Revuelta en las noches de TVE y los últimos cambios de relumbrón anunciados en la televisión pública, más los fichajes de alto nivel comprometidos, auguran una lucha sin cuartel por cada franja horaria. Tanto es así que, mientras series y programas de información y entretenimiento de la cadena pública acaparan premios y reconocimientos, como se puso de manifiesto en los recientes Premios Iris, donde RTVE fue la cadena más galardonada, además de notables índices de seguimiento en la parrilla televisiva, el desconcierto llama a las puertas de los grandes grupos mediáticos privados en España, Atresmedia y Mediaset.
Si la siempre caldeada olla política patria es un indicador del sentir ciudadano, los movimientos en uno u otro sentido en las distintas cadenas televisivas también son sintomáticos de que algo se está moviendo sottovoce de una manera casi imperceptible en las audiencias. Quizá el hartazgo, probablemente el cansancio de tanta matraca, de tanta manipulación… de tanto fango en definitiva.