La Quinta República Francesa al borde del colapso, con Macron contra las cuerdas y la ultra Le Pen acariciando el poder; Alemania a las puertas de unas elecciones donde el partido heredero del nazismo, Alternativa para Alemania, podría dar la sorpresa y pasar a la primera línea de la política por primera vez desde la derrota de Hitler en 1945. La Italia reaccionaria de Meloni, el nacionalismo postsoviético de Orbán en Hungría, el catolicismo más ortodoxo en Polonia, los países escandinavos (hasta hace no tanto símbolo de la socialdemoracia y del Estado de bienestar) en manos de ultras y el Reino Unido fuera del proyecto de construcción europea por un Brexit alentado por los sectores más fanatizados del país. La Unión Europea se encuentra en una encrucijada histórica, hasta tal punto que muchos pronostican que no podrá superar el envite y terminará fracturándose hasta volver a las fronteras anteriores a la Segunda Guerra Mundial. ¿Se puede revertir la situación para que la democracia vuelva a ganarle la batalla al totalitarismo de nuevo cuño?
William Galston, reconocido politólogo, propone algunas medidas para frenar el auge de los partidos de extrema derecha populistas, tal como se recoge en un informe presentado en mayo de 2023, durante las XXVI Jornadas sobre la Unión Europea en la Universidad de Castilla La Mancha, donde se concluye que la extrema derecha representa un peligro para la UE “porque nace en el seno de la democracia, pero tiene el poder de destruirla o modificarla”. El estudio, realizado por Carmen María Espinosa Aliaga e Isabela Serrano Ocampo, destaca las aspiraciones autoritarias de los nuevos movimientos populistas para lograr la desestabilización del viejo continente. Entre las medidas para salvar la democracia se encuentran la protección y refuerzo de aquellas instituciones que la sustentan, “esto es, la libertad de prensa, la separación de poderes, la libre asociación de la sociedad civil y el estado de derecho, modernizándolas y haciéndolas más transparentes y sensibles a la voluntad popular, de manera que sean más eficaces”, según el citado informe.
Por otra parte, es importante que aquellos partidos democráticos no populistas “respondan de forma correcta a los discursos populistas, desde un razonamiento crítico que no haga tambalear sus creencias; se trata de no entrar en el juego populista”. Galston también insiste en la importancia de aplicar políticas económicas que respondan a las necesidades de todos los sectores de la ciudadanía, ya que la fortaleza de la democracia se encuentra en su capacidad para responder a las demandas de la población a través de reformas. De su propensión a la autocorrección depende su supervivencia. Por último, con respecto al uso de redes sociales por parte de estos movimientos reaccionarios, es importante que la UE y los países democráticos “limiten el avance del discurso populista, es decir, combatan sus estrategias comunicativas”, según el citado informe. Mecanismos como los cordones sanitarios, establecidos en Alemania o Francia, para limitar su acceso a las instituciones e incluso establecer ciertos límites a “sus prácticas comunicativas en las redes sociales cuando sus mensajes inciten al odio, la manipulación, la desinformación y la intolerancia, ya que la libertad de expresión carece de fundamento cuando lo que se pretende es limitar la de otros”. Pero, sin duda alguna, lo más importante es la conformación de un discurso que permita ser transparente con los ciudadanos, que sea crítico, razonable y exhaustivo con respecto a los principios de la democracia y derechos humanos.
En su libro Populist radical right parties in Europe, Cas Mudde (politólogo neerlandés autor de varios estudios sobre la extrema derecha y el populismo en Europa) distingue tres características comunes a todos los partidos de extrema derecha en Europa: el nativismo, el autoritarismo y el populismo. El primero, hace referencia a la ideología basada en que la nación debe estar poblada únicamente por nativos de la misma y que elementos no nativos son una amenaza para el Estado. Se trata de una respuesta por parte de una serie de sectores de la población dentro de unas fronteras nacionales, ante los cambios producidos por la globalización, como el libre movimiento de personas, capitales y mercancías, lo cual ha provocado transformaciones profundas en la composición social, económica y política de sus países, que han puesto en entredicho su tradicional posición privilegiada. El autoritarismo, por su parte, no implica una actitud necesariamente antidemocrática, sino una percepción muy ordenada y rigurosa de la sociedad donde se castigue seriamente las infracciones y el crimen, es decir, existe un gran valor por la ley y el orden. El populismo, o también denominado sectarismo político populista, se refiere a la ideología que sostiene que la sociedad se divide en dos grupos antagónicos, uno conformado por “el pueblo puro” y otro por “la élite corrupta”.
Según el informe de Carmen María Espinosa Aliaga e Isabela Serrano Ocampo existen numerosos factores que han propiciado un auge de los votos hacia partidos populistas de la extrema derecha, entre ellos, las crisis económicas (con la consiguiente pérdida de nivel de vida de las clases trabajadoras), los flujos migratorios y culturales en Europa (miedo al extranjero), el deterioro de la clase media europea, así como “un creciente miedo al terrorismo y a los nuevos movimientos sociales como el feminismo”, asegura el citado informe. “Esta tesis de los perdedores de la globalización, que sostiene que las transformaciones económicas, culturales, sociales y políticas producidas por el contexto de la globalización ha introducido un nuevo eje de conflicto que distingue a los ganadores y perdedores de la globalización, es la que ha propiciado este descontento por parte de la clase media, la cual se asocia como los perdedores”, añade el citado estudio. Este escenario antagónico ha desencadenado un claro rechazo por parte de estos “perdedores de la globalización” al establishment financiero, económico y cultural que ha conformado el modelo en el que vivimos actualmente.
Otro de los factores que ha contribuido a crear este caldo de cultivo han sido las redes sociales y la desinformación. Las famosas cookies que aceptamos cuando estamos navegando por internet son empleadas para saber nuestros gustos, intereses, ideología, opiniones, etc., es decir, son utilizadas para que el propio sistema se retroalimente y sepa qué nos va a interesar. La extrema derecha ha experimentado un auge significativo en Europa en los últimos años, con partidos como Hermanos de Italia, Le Pen en Francia y Viktor Orban en Hungría, logrando “resultados electorales históricos”. El aumento del apoyo a la extrema derecha ha sido motivado “por la politización de temas como la integración europea, los derechos de las minorías y la soberanía nacional, así como una respuesta a los cambios provocados por la globalización y la inmigración”.
En el caso de España y Portugal, se han convertido en los últimos países en los que han emergido fuerzas radicales populistas. En ambos casos la extrema derecha ha crecido “a expensas del voto de los conservadores, un fenómeno que se repite en muchos otros estados, donde la derecha conservadora tradicional ahora se enfrenta a una nueva extrema derecha, que absorbe los votos de la población que antes votaba a la conservadora tradicional”, añade el informe. Estos partidos ultras “han crecido y se han consolidado tanto que ya no conforman sólo un voto de protesta, sino que cuentan con programas políticos amplios y cubren áreas de partidos tradicionales, pero de una manera diferente”. Los partidos de derecha tradicionales han decidido responder a este auge de la extrema derecha desde dos posturas claras: con el aislamiento y rechazo completo a estos partidos o con la adopción de muchas de las medidas por las que estos abogan, dando un giro aún más conservador a sus programas políticos, de manera que puedan volver a atraer a esos votantes que ahora votan a los antisistema.