Recomiendan a Ayuso que no lleve a su novio investigado por fraude fiscal a la boda del alcalde de Madrid

07 de Abril de 2024
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Finalmente, según cuenta la prensa de Villa y Corte, Isabel Díaz Ayuso no llevará a su pareja –el investigado por fraude fiscal Alberto González Amador–, a la boda del alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. El primer edil y Teresa Urquijo se dan el sí quiero tal que mañana sábado en una ceremonia que reunirá a la jet set española y a parte de la Casa Real. Allí estará la biuti, la crème de la crème, la flor y nata del país. Todos menos González Amador, a quien alguien ha debido decirle que, con la que está cayendo, es mejor que se quede en su casa y vea el casorio del año por televisión.

¿De dónde ha partido la decisión de aparcar al novio de novios? ¿Ha sido cosa de la futura esposa del alcalde, que sin duda controla la lista de invitados? ¿Ha sido MAR (el Rasputín en la sombra de Ayuso siempre atento a proteger a su pupila) quien ha aconsejado no sacar a pasear al personaje? ¿Parte la iniciativa de la propia lideresa castiza o ha dado Feijóo un puñetazo, por fin, en la mesa, prohibiendo la asistencia de González al evento y diciendo aquello de estamos locos o qué? Hay muchas incógnitas por resolver en este turbio asunto.

Una boda, y más de la alta alcurnia, es un evento social como pocos. La política del amor. Y siempre se ha dicho que llevar a un novio a esa ceremonia es tanto como presentarlo en sociedad. Hay que estar muy seguro de que no es un gañán, un fraude, un impostor o alguien con un pasado oscuro. Hay que asegurarse de que es la persona adecuada para luego no hacer el ridículo ante la familia. Y a buen seguro los últimos acontecimientos han hecho dudar de que fuese una buena idea invitar al chorbo.

En las últimas horas se ha sabido que el prometido de Ayuso, investigado por la Justicia por graves delitos contra el fisco, se ha reunido en una cafetería de Madrid con el senador popular Alfonso Serrano, número dos de la presidenta madrileña. ¿De qué hablaron? Serrano dice que solo se tomaron unas cocacolas, pero cuesta trabajo creer que no saliera en la conversación el marrón en el que anda metida la lideresa castiza. Los pisos de lujo, las inundaciones con las aguas fecales de la corrupción, los desfalcos al erario público. Por si fuera poco, la secuencia de ese encuentro salía a la luz pública el mismo día en el que González Amador anunciaba una querella contra la Fiscalía por haberle mirado las cuentas, que ya hay que ser bravucón.

Sea como fuere, el escándalo es monumental y ha terminado salpicando a Ayuso, que comparte un apartamento de alto standing con un defraudador confeso. Así que en Génova se ha decidido que la niña vaya sola al bodorrio del año y aquí paz y después gloria. Es evidente que allá arriba, en las altas esferas genovesas, han saltado todas las alarmas, ya que la foto del día no iba a ser Almeida caminando ceremoniosa y amorosamente hacia el altar, del brazo de su prometida, sino el presunto infractor pululando por el banquete y alternando con los demás invitados. Esta gente de la nobleza es que es muy mirada y cuida mucho las formas, oiga usted. Puede que a algunos ilustres comensales, los de ideas más liberales y modernas, no les importe que un señor que está en boca de todos por algo tan feo (sobre todo en boca de los inspectores de Hacienda y de los periodistas de todo el país) se codee con ellos en un día tan especial. Incluso, llegada la hora distendida de la tarta, la copa, el puro y la corbata en la frente, no tendrían demasiado problema en coincidir con él en la pista de baile para cumplir con el pertinente trámite del pasodoble, el chotis y el chachachá. Pero hay otros, quizá los más, los aristócratas de rancio abolengo que no suelen ver con buenos ojos a los advenedizos nuevos ricos, que mirarían al sospechoso novio con recelo y con algo de repugnancia, huyendo del incómodo invitado como de la peste y dándole esquinazo para no tener que tropezarse con él. Una foto con Ayuso no molesta, incluso se puede colgar en el salón de estilo neoclásico, bajo los grabados de Goya y los jarrones chinos carísimos, como recuerdo, souvenir o curiosidad. Pero un retrato con Ayuso y el conflictivo maromo de marras para la posteridad, eso ya es otra cosa muy distinta.

La derecha le quita importancia a la corrupción y hasta se acostumbra a vivir con ella. Pero cuando llega la gran fiesta de los Grandes de España, el día de la puesta de largo de las dinastías linajudas, del boato y el lujerío, todo tiene que estar perfectamente calculado y medido para que parezca limpio, para que nada altere la fecha señalada y la exclusiva para la historia en Semana quede fetén. Mañana se tiene que hablar de lo que se tiene que hablar: de que por fin hemos llevado al altar al alcalde de Madrid, de que por fin hemos casado al soltero de oro. Que los paparazzi y fotoperiodistas oficiales invitados al bodorrio estén más pendientes de González Amador (con él llegó el escándalo) que del vestido de la novia, no es un buen negocio ni da buena imagen.

Así que probablemente, y según lo que sabemos a esta hora, Génova ha cortado por lo sano lo que podría terminar siendo un circo mediático, un trepidante informativo sobre la corrupción de las mascarillas y el fraude fiscal, más que una boda. Se desconoce si ha habido nota oficial a los Ayuso declinando la invitación con cualquier motivo o pretexto trivial como las siempre socorridas razones del protocolo, pero lo que es seguro es que a la lideresa no le ha hecho ni pizca de gracia. “Voy a ir con un joven apuesto que me acompaña a todas partes, Alfonso Serrano”, ironiza Ayuso, confirmando la ausencia del amado y tomándoselo con filosofía. Mucho nos tememos que esto no va a contribuir, bajo ningún concepto, a las buenas relaciones entre Ayuntamiento y Comunidad de Madrid, algo deterioradas en los últimos tiempos. Aquí va a haber movida con la tontería de la boda, y si no, al tiempo. Ya lo dice el refrán, de tales bodas, tales costras.

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