Ruge la bestia en medio de la avenida (y Feijóo sin enterarse)

20 de Mayo de 2024
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Un tipo que profesa un amor fetichista por su motosierra no debería llegar a presidente en un país democrático por mentalmente insano. Pero, trágicamente, ya nos hemos acostumbrado a ver a este tipo de personajes odiadores y fuera de sus cabales en las cancillerías. Están por todas partes. Nos comen. Nos han comido ya, de hecho.

La democracia debería contar con algún mecanismo de control o cortafuegos para impedir que el populismo ultra se acabe instalando en el poder, demoliendo el Estado de derecho desde sus mismas entrañas. Pero lejos de reaccionar cuando la serpiente está saliendo del huevo, la dejamos crecer, la alimentamos en los medios de comunicación, la blanqueamos y le damos paso a las instituciones para que lo emponzoñe todo. ¿Seríamos menos demócratas ilegalizando a aquellos partidos abiertamente antisistema, letales para los derechos humanos y peligrosamente posfascistas? Con la lógica en la mano, nadie podría afirmarlo. En la Constitución cabe todo, si se sabe interpretar desde el prisma del derecho humanitario. Un movimiento político xenófobo, machista y negacionista de los grandes valores de la Ilustración no tiene cabida en nuestro modelo de convivencia. Es metafísicamente imposible conjugar nazismo y democracia. Pero Occidente, en su decadencia y deriva ultracapitalista, ha confundido el pluralismo político con el cáncer del neopopulismo de extrema derecha. Es así como hemos dejado que los aprendices de autócratas, los destroyer de la motosierra, entren hasta la cocina en el sagrado templo de la libertad con sus botas manchadas de barro, sus malos modales y aliento fétido, sus soflamas patrioteras infantiles y sus maneras pseudonazis. Ahora ya es demasiado tarde, les invitamos a pasar, y van a quedarse por mucho tiempo.

La convención facha del pasado fin de semana en Madrid estaba preparada para ser lo que fue: una puesta en escena de la sinrazón, una exhibición de músculo del nuevo fascismo posmoderno. Todos los líderes de la internacional ultra vinieron a lo que vinieron: a echar una palada más de tierra sobre la democracia que no les gusta porque ellos están a otra cosa, mayormente a dar un salto en el tiempo hacia atrás hasta los tiempos más oscuros de Europa. Cuando llegó la hora de que el loco Milei saliera al escenario, nadie dudaba de que iba a liarla parda. Óscar Puente no hizo más que darle la coartada cuando, días antes, sugirió que el líder argentino le pega fuerte a las sustancias estupefacientes. Fue un grave error, como ahora se está viendo. Puente cargó de razones al pequeño anarcocapitalista con aires de Lobezno, que se sintió con derecho a la defensa propia (una vez más la trampa del victimismo) soltando su bilis de adolescente gamberro e inadaptado contra todo y contra todos.

El ministro español de Transportes se lo puso en bandeja y el presidente argentino entró a arrasarlo todo como elefante en cacharrería. Arremetió contra Begoña Gómez, esposa de Pedro Sánchez, a la que llamó “corrupta”, dio rienda suelta a su diarrea mental al acusar al socialismo de haber matado a 150 millones de personas y mostró la peor cara del engendro, de la bestia, del monstruo. Hitler soltaba espumarajos y amenazas de muerte contra los judíos en sus verborreicos discursos en el Berlín de los años treinta; este boludo desaliñado suelta canciones punk-rock salidas de una taberna infecta, quedando como una patética caricatura de su predecesor. Y aunque puede que no infunda el mismo terror que el nazi de antaño, su discurso de odio sobre “los zurdos” (como él llama a las gentes de izquierdas) crea una desazón interior preocupante en los demócratas de todo el mundo.

El gran peligro del charlatán es que es capaz de marear a la masa desinformada mezclándolo todo en su enloquecida batidora (que siempre lleva a mano en la mochila, junto a la motosierra), un totum revolutum para ágrafos y alérgicos a los libros donde el socialismo es lo mismo que el comunismo, el estalinismo se equipara a la socialdemocracia y el Estado de bienestar se pone al mismo nivel de una dictadura bolchevique. Miente, que algo queda. Repite una mentira mil veces, que se convertirá en verdad, ya lo dijo Goebbels. Cualquiera en su sano juicio sabe que el bloque soviético se hundió en los noventa y que, hoy por hoy, ya todo es capitalismo salvaje con algunas tímidas correcciones socialdemócratas para que haga bonito (cada vez menos). En el mundo de ayer nadie le hubiese comprado semejante discurso al loco, pero en el actual, intoxicado por el bulo y las noticias fake de las redes sociales, el embaucador es capaz de meter en un pabellón a 25.000 fanáticos como él que ya solo viven por y para el odio.

Como buen emisario de las élites económicas, Milei vino a Europa a presentar su programa para demoler el Estado de bienestar. Fuera Sanidad y educación pública, fuera ayudas al desempleo, fuera impuestos con los que se sostienen los servicios públicos. Motosierra para todos. Pero como no podía presentar datos exitosos de su gestión (ha hundido el país en dos meses y los argentinos pasan ahora más hambre que antes), se dedicó a lo único que sabe hacer el clown populista: arrojar su esputo verde contra el rival político como un endemoniado o niña del exorcista con peluca. Que nadie se engañe, su performance hubiese sido exactamente la misma sin la afrenta de Óscar Puente. Una intervención penosa, un espectáculo denigrante para el género humano promocionado y auspiciado por Santiago Abascal. Resulta curioso comprobar cómo un tipo que se llama a sí mismo patriota, véase el dirigente de Vox, permite que un salvaje, enloquecido o poseso, en calidad de invitado, venga a ciscarse impunemente en tu país y se largue sin más. De patriotas solo tienen la banderita en el reloj; más allá de eso, nada, más que el quítate tú que me pongo yo.

Lógicamente, el desafío del perro rabioso ha provocado una convulsión en la política nacional. El Gobierno ha llamado a consultas a la embajadora española en Buenos Aires y el lío amenaza con terminar en ruptura de relaciones entre ambos países. Un pollo, nunca mejor dicho, organizado por la extrema derecha española. El ministro Albares exige una disculpa por los insultos a la esposa de Sánchez, una petición tan ingenua como cándida, ya que Milei no se retractará jamás. Está en política precisamente para estas cosas. Para provocar terremotos, cataclismos, calamidades de todo tipo en el sistema. Romper relaciones diplomáticas con Argentina, un pueblo al que nos unen lazos fraternales de amistad y parentesco, no tiene sentido. Lo mejor que puede hacer Moncloa es dejar de alimentar la polémica que solo beneficia al populista, dejar de dar de comer al trol, acostumbrado a medrar en el escándalo y la trifulca, y hablar de los problemas de la sociedad, que buena falta nos hace. Todo ello mientras el PP vuelve a retratarse como un partido que coquetea peligrosamente con el trumpismo, abascalismo o mileiurismo de nuevo cuño. A lo más que han llegado los populares es a calificar el espectáculo ultra como “chocante” (González Pons). Ruge la bestia en medio de la avenida. Y Feijóo sin enterarse.

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