Lejos de amedrentarse ante el matonismo retórico de Abascal, Sánchez aprieta el acelerador. En las últimas horas, mientras la ley de amnistía se tramitaba en el Congreso de los Diputados, el presidente del Gobierno daba la orden a los socialistas navarros de pactar con Bildu para arrebatarle la alcaldía de Pamplona a UPN, socio preferente del PP. De inmediato, Feijóo calificaba el acuerdo de “pacto encapuchado”, volviendo a colgarle el cartel de bilduetarra al jefe del Ejecutivo. “Además de que nos han vuelto a mentir, es indignante que el PSOE entregue la alcaldía de Pamplona a un partido que lleva a asesinos en sus listas electorales. Este bochorno no se lo merece nadie”, arremetía el jefe de la oposición a su llegada al Parlamento. De modo que ya tenemos otro jaleo a la vista.
Esto es lo que nos espera a lo largo de la legislatura. Un presidente desatado que se defiende a dentelladas del zarpazo ultraderechista y un Partido Popular constantemente movilizado y sin conceder ni un solo momento de respiro al Gobierno de coalición. Crispación, ambiente de guerracivilismo permanente, el pollo y la trifulca como pan nuestro de cada día. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir un país envuelto en llamas sin que ocurra algo de lo que tengamos que arrepentirnos? Y lo peor de todo es que no parece que ninguno de los actores en liza esté dispuesto a ceder, al menos en el corto plazo.
Sánchez, como ese animal acorralado, ha decidido morir matando, y en las próximas semanas vamos a ver su lado más duro y radical. Un presidente bunkerizado entre los más leales y con Óscar Puente marcando el territorio en plan dóberman de Moncloa. Un presidente intratable, huraño, torvo. Podemizado en las formas, que no en el fondo, ya que sigue siendo un socialdemócrata comedido y sin pasarse.
Feijóo, por su parte, continúa enfrascado en su competición con Vox para ver quién es más patriota y quién suelta la burrada más grande. En ese juego, el gallego tiene todas las de perder. Nunca podrá decir barbaridades como que los españoles terminarán “colgando por los pies” a Sánchez, tal como hicieron los partisanos con Mussolini, así que por ahí tiene perdido su mano a mano con Abascal. Lo lógico sería que el PP rompiera de una vez con la extrema derecha y virara hacia posiciones más moderadas, diferenciando su producto y su marca, pero nada cabe esperar de un hombre que ha colocado a los más pendencieros y ultras en la primera línea de combate, véase los Tellado, Cayetana, Rafa Hernando y otros. Con semejante alineación de leñadores seducidos por la motosierra de Milei la distensión se antoja poco menos que una utopía.
La cosa está cada vez más caliente. Los jueces han roto todo tipo de relaciones con el Gobierno y Carles Puigdemont amenaza con levantarse de la mesa de negociación de Ginebra para echarse otra vez el monte de la DUI. No le ha gustado nada al exhonorable que se haya dado marcha atrás a la hora de incluir el catalán como lengua oficial de la Unión Europea, así que las conversaciones PSOE/Junts pueden saltar por los aires en cualquier momento. En el partido soberanista empiezan a sospechar que un trilero muy habilidoso les prometió el oro y el moro y ahora si te he visto no me acuerdo. Sánchez se ha revelado como un buen jugador de mus ayudado de una pareja también ducha como Santos Cerdán. Ese enfado indepe explica en buena medida que ayer, en el Congreso, la portavoz de Junts, Miriam Nogueras, amenazara con llevar a comisiones de investigación, e incluso a los tribunales, a las llamadas “bestias negras” del independentismo catalán. En esa lista negra de los que supuestamente habrían practicado el lawfare judicial contra el mundo separatista estarían los jueces Manuel Marchena, Pablo Llarena, Carlos Lesmes o Concepción Espejel, a los que Junts califica como ”togados franquistas”; políticos y cargos policiales como el exministro Jorge Fernández Díaz, el exdirector del CNP Ignacio Cosidó o el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, responsables del operativo contra el referéndum de autodeterminación en Cataluña; y un ramillete de periodistas entre los que se encuentran Ana Rosa Quintana, Mauricio Casals y Antonio Ferreras. Nogueras los considera a todos ellos colaboracionistas del Estado español en un plan para acabar con Cataluña, de modo que exige purgas y caza de brujas.
Es evidente que Puigdemont está empeorando de lo suyo. Muy loco tendría que estar Sánchez para darle al expresident lo que pide. Sentar en el banquillo a los poderes fácticos de este país sería tanto como firmar su propia sentencia condenatoria. Hoy mismo, los jueces conservadores ya le han enviado una carta más que amenazante. “Nos quieren poner el brazalete con las estrellas”, se quejan los magistrados más duros comparándose con los judíos víctimas del holocausto nazi. Últimamente a la derecha política y judicial de este país se le está yendo la mano con las metáforas. Todo vale en el burdo intento de retratar a Sánchez como el nuevo Hitler de nuestro tiempo. El histrionismo de la cúpula judicial no se sostiene, pero mal haría el presidente del Gobierno en hacer oídos sordos al ruido de sables en los juzgados y tribunales. Una gran conspiración se cierne sobre las espaldas del inquilino monclovita, que empieza a entender que no se puede gobernar con todo el clan del mazo y la campanilla haciéndole la puñeta. Quizá por eso está empezando a recoger cable en sus negociaciones con Junts. Sánchez sospecha que quizá haya ido demasiado lejos al concedérselo todo a Puigdemont, la amnistía, el lawfare, los 15.000 millones condonados, las comisiones de investigación sobre la Operación Cataluña, sobre la gestión del CNI en los atentados de Barcelona, sobre el espionaje Pegasus y dos huevos duros. Puede que Puigdemont sea un cadáver político, pero él no está dispuesto a terminar fiambre.