Resulta paradójico, pero cuanto más arrecia la ofensiva fascista contra Pedro Sánchez, cuanto más acorralado parece el premier socialista y más odio irracional se destila contra él en todo el país, más crece su figura política en la esfera internacional. En los últimos años hemos visto cómo un muchacho discreto y formal del PSOE evolucionaba hasta convertirse en un auténtico animal político, en un estadista y en una referencia para la socialdemocracia internacional cuya voz se escucha en todo el mundo. Su discurso de ayer ante Netanyahu, el carnicero de Gaza, fue sencillamente para enmarcar y digno de estudio en las clases de Derecho internacional humanitario.
Después de designar a los ministros del gabinete para su segunda legislatura, el jefe del Ejecutivo no perdió ni un solo minuto en subir al Falcon (sí, señores de PP y Vox, al Falcon, ese avión en el que también viajan los presidentes socialistas de España, no solo los señoritos de las derechas) y plantarse en Israel para poner delante del espejo al monstruoso dirigente judío. Ya en tierras hebreas, y tras solidarizarse con las víctimas de los atentados de Hamás, hizo toda una enmienda a la totalidad al despliegue militar que está llevando a cabo el Gobierno de Tel Aviv. “La respuesta de Israel no debe implicar la muerte de civiles. Pedimos que todos los civiles sean protegidos y la ayuda humanitaria entre inmediatamente en Gaza. Hay riesgo de que la gente muera inmediatamente (...) El número de palestinos muertos es insoportable”, alegó. Además de exigir un alto el fuego y de volver a recordar que la lucha contra el terrorismo no se gana arrasando ciudades enteras sin compasión (la lección de Irak debería ser suficiente para entenderlo), volvió a recordar a los israelíes que solo hay una vía para resolver este conflicto que ha convertido Oriente Medio en un verdadero polvorín: la solución de los dos Estados en el marco de las resoluciones de Naciones Unidas. Valiente e impecable.
Sánchez se está convirtiendo en la solitaria voz de la conciencia democrática europea no solo en este sindiós palestino, sino en la invasión rusa de Ucrania. Mientras la mayoría de los líderes del viejo continente (muchos de ellos nostálgicos fascistas) esconden la cabeza debajo del ala, miran para otro lado, callan, juegan a la equidistancia, calculan sus intereses económicos y geoestratégicos o toman partido por el sionismo ultraconservador que controla Wall Street, tenemos la suerte de que, quizá por una vez en la historia, los españoles contamos con un líder que se aleja del pragmatismo y del cálculo interesado y dice lo que hay que decir, manteniendo la posición más digna y decente posible. Si en 1936 –cuando el totalitarismo se alzó en armas contra la Segunda República provocando el mayor genocidio en la historia de nuestro país–, el líder político de alguna gran potencia occidental se hubiese desplazado al Madrid asediado por los nacionales para exigir un alto el fuego y condenar el golpe de Franco, otro gallo (o pollo) hubiese cantado.
Desde que comenzó el conflicto de Gaza, Israel ha asesinado a más de 15.000 personas, la mayoría mujeres y niños inocentes. Al mismo tiempo, la Franja ha sido reducida a la categoría de gueto en ruinas sin luz, sin agua, sin comida ni medicinas, o sea un infierno en la Tierra donde la gente empieza a morir de hambre y de sed. Esa imagen de un puñado de tiernos bebés al borde de la muerte por falta de calor en las incubadoras hospitalarias lo dice todo sobre el grado de crueldad al que ha llegado el psicópata sionista.
Pocos líderes mundiales se están atreviendo a alzar su voz con claridad y valentía llamando a esta auténtica carnicería por su nombre y Sánchez lo está diciendo abiertamente, quizá con lenguaje diplomático, pero lo está diciendo. Plantarse en Israel, en nombre de la paz y de la Unión Europea, y soltarle al máximo dirigente del país, en su cara, que lo de Palestina es una matanza insoportable, debería ser motivo de orgullo para cualquier español de bien. Aquí excluimos, lógicamente, a la derecha clásica echada al monte y a la ultraderecha guerracivilista, que han sido capaces de abrazar el sionismo contemporáneo (rompiendo con las enseñanzas sobre la conjura judeomasónica que el paterfamilias dejó para la posteridad en sus tediosos discursos de la Plaza de Oriente) solo para poder tachar a Sánchez de terrorista de Hamás.
Estos días nos hemos acostumbrado ya a ver cómo los propagandistas de Netanyahu (portavoces del Gobierno, militares, analistas y tertulianos) transitan por los platós de las televisiones españolas largando sus bulos y mentiras sobre el sangriento operativo militar israelí, que en realidad es un plan de limpieza étnica. Produce arcadas tener que escuchar a tipos vestidos de militar ante la bandera con la Estrella de David soltando cosas tan nauseabundas como que los responsables de las muertes de civiles en Gaza son los terroristas de Hamás que están utilizando a su gente como escudos humanos. El grado de cinismo y sarcasmo al que ha llegado esta gente alcanza cotas inimaginables. Son ellos, los generalotes ultraortodoxos, quienes programan sus misiles inteligentes para que caigan sobre personas inocentes que esperan para comprar el pan, sobre hospitales y centros sanitarios, sobre casas ocupadas por enfermos y ancianos, sobre campamentos de refugiados y convoyes humanitarios. Son ellos, los hipócritas fanáticos de La Torá y nadie más, quienes a diario dan las órdenes al Ejército hebreo invasor para que dispare sin preguntar, ejecute sin piedad, torture sin misericordia y asesine sin más. Han superado con creces la ciega y brutal Ley del Talión, ya que a las mil víctimas israelíes del terrorífico ataque de Hamás han respondido con 15.000 palestinos inocentes asesinados. Esto ya no es el famoso ojo por ojo, sino el ojo por el cuerpo entero.
Quien sigue esta columna diaria sabe que cuando hemos tenido que poner a caer de un burro al presidente del Gobierno por alguna errática decisión de política internacional lo hemos hecho. Así, cargamos las tintas contra él, con todo merecimiento y con toda la razón del mundo, cuando el dirigente socialista dio aquel infame volantazo o giro a la posición española en el conflicto saharaui, dejando tirados, en medio del desierto, abandonados a su suerte y a expensas del sátrapa marroquí, a más de 173.000 compatriotas refugiados. Aquello fue una vergüenza que solo Sánchez sabe a qué intereses obedeció y así lo denunciamos. Por tanto, nadie nos podrá acusar de ser unos sanchistas incondicionales. Sin embargo, en este trance de la historia, cuando el tablero de Oriente Medio está a punto de saltar por los aires, arrastrando al mundo a una posible conflagración mundial, es de justicia reconocer que un dirigente político haya puesto a nuestro país donde tenía que estar: con la defensa de los derechos humanos y de un pueblo aplastado como el palestino que parece no importar a nadie.