Todos miran al cielo y se acuerdan de Papá Estado cuando llega el momento de una calamidad inmensa. Es entonces cuando los afectados reclaman medios humanos y materiales, ayudas e indemnizaciones oficiales, la protección y el amparo estatal, en fin. Lógicamente, toda esa infraestructura resulta imposible sin que cada uno de nosotros pague impuestos en la medida que nos corresponde. Y no corren buenos tiempos para el Estado social y democrático de derecho, más bien al contrario, la corriente trumpista lleva a Occidente por un camino muy distinto, el de la privatización, el de la insolidaridad, el del desmantelamiento de lo público. Lo estamos viendo en países como Argentina, donde Milei, seguidor de las filosofías ácratas neoliberales, apuesta por liquidar, no ya el Estado de bienestar, sino el Estado mismo, para que cada cual salga adelante con lo que pueda y con lo que tenga. O sea, la ley del más fuerte.
Ese nefasto mileurismo de nuevo cuño no es exclusivo de países extranjeros. Aquí, en España, el influjo de las políticas reaccionarias empieza a sentirse también en cada municipio, en cada comunidad autónoma, en general en todas partes. En medio de la catástrofe provocada por el último temporal en el Levante español, muchos ciudadanos recuerdan ahora, en las redes sociales, cuál fue la primera medida adoptada por el presidente de la Generalitat Valenciana, el popular Mazón (hasta hace poco apoyado sin fisuras por Vox), nada más llegar al poder: liquidar la UME valenciana, la unidad de emergencias paralela a la estatal que pretendía acortar los tiempos de intervención para llegar antes a una gran crisis humanitaria como la que se está viviendo en las últimas horas en la Comunitat Valenciana.
La UME (Unidad Militar de Emergencias) es una brigada militarizada creada en tiempos de Zapatero y formada por especialistas en intervención rápida para casos de grandes catástrofes como incendios, terremotos o inundaciones. Es, no hace falta decirlo, un orgullo para nuestro país, y no hay más que presenciar cada desfile militar del 12 de octubre, día de la fiesta nacional, para comprobar que es la unidad del Ejército más aplaudida y querida por la ciudadanía. Desde su creación en 2005, su eficacia ha sido ampliamente demostrada en numerosos servicios, salvando cientos de vidas humanas.
Ximo Puig tuvo la feliz idea de impulsar una UME valenciana para dar mejor servicio en protección civil. Sin embargo, Mazón, nada más llegar al poder, presumió de haber eliminado ese “chiringuito” socialista que hoy hubiese resultado de gran ayuda en las horas más críticas de la inundación. Y lo hizo meses antes del devastador incendio ocurrido en el edificio del barrio de Campanar de Valencia. Diez personas murieron aquella tarde infernal. Nadie sabe si se hubiese podido salvar alguna vida más de haber estado en funcionamiento la frustrada UME valenciana, un proyecto del Pacto del Botànic, aquel Ejecutivo formado por PSPV, Compromís y Unidas Podemos cuya gestión no ha sido suficientemente valorada. La UME regional fue una buena idea metida en un cajón por la ceguera y el fanatismo de algunos. Una “ocurrencia para tapar carencias enormes” y que añadía “más complejidad a la gestión de catástrofes”, según fuentes del Partido Popular.
Fue una mala decisión acabar con aquellos refuerzos militares. La nefasta política de recorte de lo público del PP valenciano, producto de la ideología neoliberal más insolidaria y atroz, quedó patente en un tuit que este partido publicó el 29 de noviembre de 2023, en el que la formación de Carlos Mazón se jactaba de haber enterrado el plan. Obviamente, el presupuesto de aquella unidad liquidada fue a parar a otros menesteres, como la tauromaquia o el rescate de empresas privadas, más acordes con la idea de país que tiene nuestra derecha patria. “La Unidad Valenciana de Emergencias, primer organismo de Ximo Puig suprimido por Carlos Mazón. Es el primer paso de la reestructuración del sector público empresarial anunciada por el Gobierno valenciano”. Así, con esta contundencia y no sin eufemismos (véase el uso del término “reestructuración” en lugar de demolición), se despachó el PP de Valencia, dando por enterrado un proyecto tan necesario, como estamos viendo hoy tras constatar las consecuencias terribles del peor temporal registrado en aquellas tierras levantinas en lo que va de siglo.
No podemos impedir una calamidad, pero podemos minimizar los daños. Costear y mantener una buena red asistencial de Protección Civil, al igual que una sanidad, una educación, una seguridad y unos transportes, requiere de dinero, de mucho dinero. Fondos y recursos que solo pueden salir de nuestros impuestos. Pero el PP, más influido que nunca por Vox y por su ideología trumpista, no quiere ni oír hablar de políticas intervencionistas que muchos prebostes populares consideran poco menos que “comunistas”. En realidad, el discurso de que el Estado se mantiene solo, dando libertad absoluta al mercado y a la iniciativa privada y abandonando lo público, solo tiene una finalidad: mantener el estatus de las clases más privilegiadas que han decidido romper el contrato social para no pagar impuestos. Aunque sea a costa de demoler el Estado de bienestar para transformar las sociedades modernas en territorios gobernados por la ley de la jungla (sin Estado no hay civilización posible).
No se trata de caer en el oportunismo barato, ni de hacer política con una tragedia como la que estamos viviendo. Eso sería tanto como darse al carroñerismo periodístico y no es nuestro estilo, por mucho que esa práctica suela emplearse bastante a menudo en la derecha española (no hará falta recordar cuando, en medio de la pandemia, PP y Vox se dedicaron a intentar derrocar a Sánchez). La talla de un político se mide en los momentos de zozobra de su pueblo. Por tanto, es hora de estar con las familias de los muertos y desaparecidos y de tratar de recuperar la normalidad cuanto antes, una tarea que sin duda llevará semanas hasta restaurar lo que el agua ha arrasado. Pero conviene no olvidar que las ideologías emergentes que están llegando al poder tienen sus consecuencias directas en la vida cotidiana de la gente. Nos acordamos de la Virgen cuando truena. Queremos que nos saquen del agua cuando nos alcanza por el cuello. Pero sin dinero de nuestros impuestos, el helicóptero no llega y solo nos queda rezar en la oscuridad y a la luz de una vela.