Ramón Tamames ya tiene lo que quería: el aplauso de los suyos en el Congreso de los Diputados, una especie de honoris causa por la Universidad de la Carrera San Jerónimo que le faltaba en sus vitrinas y su discurso de moción de censura contra Pedro Sánchez convertido en libro. ¿Será un best seller? Probablemente. El nivel del ensayo en España está muy bajo últimamente, cualquier dominguero aficionado a la historia se pone a revisionar nuestro pasado para adaptarlo a sus ideas políticas, echándole morbo y morro y pegando el pelotazo editorial, así que seguramente la tesina de Tamames será mejor que muchas de las cosas que se publican en este país. El viejo profesor al menos sabe escribir, así que su nuevo volumen bajo el título Por una España de todos: Nuestro mejor futuro, sin ser una obra maestra ni optar al Premio Nacional de Ensayo, estará por encima de la mayoría de los truños que acaban en las librerías españolas.
Nadie discute la obra, el legado del eminente catedrático, todo un referente entre los economistas de las últimas décadas. Algunos de sus libros son imprescindibles para entender la evolución de nuestro país desde la Transición hasta nuestros días. Su trabajo a lo largo de toda una vida es, sin duda, más que loable, por mucho que se haya empeñado en emborronarlo a última hora aceptando participar en la charlotada de Vox. Pero este corta y apega apresurado, este cuadernillo rápido vendido a 4,74 euros en Amazon, casi en barata autoedición, es impropio de alguien de su talla y prestigio. Vamos, que se lo podría haber ahorrado.
En apenas una semana, el hombre ha tirado por tierra todo un carrerón. No solo por haberse situado al lado de los herederos de quienes lo reprimieron con dureza en el tardofranquismo, sino porque su intervención en el Congreso resultó ser decepcionante. Su discurso fue tan breve que pasó en un suspiro, no propuso ni una sola solución a los problemas de España y se limitó a hacer de comentarista, notario o tertuliano de la actualidad, en plan colaborador de Federico. De esta manera, dejó descolocados a todos, a políticos de uno y otro color y a profesionales de todos los ámbitos como economistas, sociólogos y escritores de varias generaciones que han crecido con sus textos y que lo admiraban sinceramente. Y ahora esto. Resulta difícil entender cómo alguien de su preparación y conocimiento puede pretender dar con las recetas a los males de la nación en 81 páginas, que es la extensión de la obra colgada en Amazon como un calcetín recién sacado de la colada y pinchado en una pinza. Tratar de ventilarse un tema tan arduo y complejo como el laberinto español en unas cuantas servilletas de bar (probablemente las mismas que utilizó en aquella nefasta comida con Abascal y Sánchez Dragó de la que salió la disparatada idea de postularse como candidato a la Presidencia del Gobierno) es un insulto a la inteligencia de los lectores. Ochenta páginas es lo que da un guion para una serie mala de televisión, ochenta páginas es lo que dedicaría cualquier hispanista medianamente informado solo a la introducción del libro. Pero ya no nos sorprende nada del anciano profesor. Desde que le hemos escuchado decir, ante los diputados de las Cortes, que la Guerra Civil comenzó en 1934 y que Largo Caballero fue el gran responsable de nuestra gran tragedia nacional, tal como supuestamente escribió Raymond Carr, no esperamos nada de él.
Suerte que todavía quedan historiadores de verdad como Julián Casanova, que ha desmontado al momento el bulo del maestro. “Voy a decir una cosa que me interesa. Las referencias que ha hecho Tamames a Raymond Carr como una persona que había interpretado la revolución de Asturias del 34 como origen de la Guerra Civil son absolutamente falsas”. Y es cierto, Raymond Carr jamás hizo una afirmación tan temeraria. Esa tesis la han impuesto los propagandistas de Vox como reacción visceral a la Ley de Memoria Histórica que Zapatero impulsó en 2006. Nunca antes ningún historiador con cierto renombre se atrevió a sugerir tal dislate. La contienda que costó un millón de muertos fue consecuencia directa del levantamiento armado de una parte del ejército en 1936 contra el legítimo Gobierno de la Segunda República. El golpe de Estado, ese que nunca ha condenado la derecha española cuartelera y montaraz, lo dio Franco, no Largo Caballero. Y pretender lo contrario es abrazarse a una interpretación franquista de lo que ocurrió en aquellos años convulsos.
En Por una España de todos (según la editorial un completo análisis para la renovación de la vida política y social, es decir nuestro mejor futuro) el viejo profesor viene a repetir, coma por coma, lo mismo que ya dijo en su discurso de estos días. O sea un caso claro de autoplagio. Nada de la pretendida “visión independiente, con gran riqueza de datos que conforman una análisis crítico, valiente y esperanzado para la reconstrucción de España en la que todos tengamos cabida”, tal como avanza, algo rimbombantemente, la sinopsis de la editorial.
Hace tiempo que avisamos de que el maduro economista no acudiría a las Cortes a encabezar una moción de censura, tal como pretendía Vox, ni siquiera a recibir un homenaje a toda su trayectoria como impulsor de la Transición. Su idea era echar un par de tardes con los amigos, pasar un rato agradable, entretenerse unas horas como ese jubilado cascarrabias amante de las tertulias del Ateneo de su pueblo y lo más importante: hablar de su libro, como dijo el gran Paco Umbral en su día. Tamames puede estar mostrando síntomas de agotamiento, decrepitud y colapso energético tras una larga odisea vital. Pero no da puntada sin hilo. Si le saca unas perrillas al libro, misión cumplida. Viva España.