El 8M de este año viene marcado por la profunda fractura abierta entre socialistas y podemitas, enfrascados en una competición por ver quién es más feminista. Unidas Podemos acusa a Sánchez de traicionar al feminismo por corregir la ley del “solo sí es sí”, por plegarse a las derechas y por querer volver al Código Penal de La Manada. El PSOE, por su parte, reacciona aconsejando a su socio que se deje de peroratas y trabaje para solucionar los problemas de una ley que ha permitido la rebaja de penas a más de 700 violadores y pederastas (74 ya habrían salido a la calle), según datos del Consejo General del Poder Judicial.
El partido morado niega la validez de todos esos datos. Para Irene Montero y sus más estrechas colaboradoras del Ministerio de Igualdad todo el revuelo que se ha montado con la nueva ley de libertad sexual no es más que un montaje urdido por PP y Vox con la cobertura de la caverna mediática y judicial, o sea los presuntos jueces fachas que la lideresa de Podemos ya ve en todas partes. Esa posición política solo puede tener un nombre: negacionismo judicial. ¿Cómo calificar si no a quien se resiste a dar crédito a los datos oficiales recogidos por los 17 Tribunales Superiores de Justicia y centralizados por el Tribunal Supremo? Por desgracia para la izquierda española, Unidas Podemos está volviendo a caer en aquel sarampión de la infancia, en aquel carácter antisistema que lo vio nacer, lo cual no deja de ser sorprendente. Después de tanto tiempo en el Gobierno, después de tantos Consejos de Ministros y batallas en el Parlamento, los dirigentes de la formación morada ya deberían haber madurado hasta entender que una cosa es hacer activismo callejero y otra muy distinta gobernar un país. Pero no. Siguen lastrados por ese adanismo original, por ese pecado de juventud que les lleva a cogerse malas perretas y rabietas cada vez que los señores mayores del PSOE, con más experiencia en tareas de gobierno, les afean las cosas que no se han hecho bien.
Unidas Podemos ha querido llegar al 8M tratando de aparentar que en España hay dos clases de feminismos profundamente divididos: el suyo, el único, el auténtico y verdadero; y el otro, el socialista más anticuado, trasnochado y vendido a la derecha. Esa es la nueva estrategia política con la que Irene Montero pretende arañar unos cuantos votos más en las encuestas. Las elecciones están cerca y toca jugar al rupturismo, al grito de “Sánchez traidor” que siempre vende mucho, a parecer más comunista que nunca para contentar a la parroquia. De ahí que el discurso que los dirigentes morados lanzan desde la tribuna de oradores de las Cortes parezca por momentos el de un partido de la oposición. El problema es que Unidas Podemos no es oposición. Forma parte del Gobierno, toma decisiones de poder, y unas veces acierta y otras se equivoca como le ocurre a todo hijo de vecino, para suerte o para desgracia de los españoles. Esa doble personalidad desdoblada, esa especie de esquizofrenia política que lleva a los podemitas a comportarse al mismo tiempo como buenos y como villanos, como verdugos y víctimas, como tiranos y libertadores, resulta patética. Si el PSOE ha caído en la “infamia, la vergüenza y la traición a la mujer”, como dicen ellos, ¿por qué no dimiten todos los ministros de Unidas Podemos y se van a sus casas? ¿Por qué siguen participando de esa indignidad, de ese bochorno y de esa deslealtad? ¿O acaso se han convertido ya en casta y están tan pegados al sillón que es como si les hubiesen puesto pegamento en sus traseros? Un poco de coherencia, hombre, que para la demagogia populista ya está la extrema derecha.
Patxi López acusa a Podemos de “mentir descaradamente” por acusar a los socialistas de querer volver al Código Penal de La Manada. Yolanda Díaz intenta taponar, como puede, la fuga de agua que amenaza con hundir el barco de la coalición. Los diputados de ambos partidos ya ni se dan los buenos días en los pasillos del Congreso. El divorcio es completo y total para regocijo de PP y Vox, que asisten al espectáculo circense con palomitas y refrescos. En ese clima de guerra civil en la izquierda española, el punto más crítico de toda la legislatura, se ha celebrado la sesión de control al Gobierno de cada miércoles. “La prioridad del Gobierno no es la mujer sino la supervivencia de un hombre, de Pedro Sánchez”, espeta la portavoz del PP, Cuca Gamarra. El presidente responde con el amplio listado de mejoras que se han adoptado en los últimos tres años, desde las subidas en el salario mínimo interprofesional que benefician más a la población femenina que a la masculina (más del 60 por ciento de las personas que ven cómo crecen sus salarios son mujeres); la revalorización de las pensiones; la reforma laboral que dignifica a las kellys; las medidas de conciliación laboral; las inversiones para las personas cuidadoras y dependientes y la Ley de Paridad para garantizar un reparto de cuotas en pro de la igualdad de sexos. “Este es un gobierno que sitúa el feminismo y la igualdad entre hombres y mujeres en el centro de toda la acción política. Ustedes acumulan recursos ante el Tribunal Constitucional en contra de los derechos de las mujeres”, afirma Sánchez, que a esta hora trabaja para que el Gobierno de coalición no le estalle por los aires.
Pero faltaba Abascal con su habitual tono hiperventilado, exaltado e hiperbólico de siempre contra el jefe del Ejecutivo: “Usted se ha convertido en un peligro para las mujeres”. Y acto seguido le ha afeado que en la España de hoy la mujer valga menos que un animal. Lástima que Unidas Podemos se haya equivocado de enemigo.