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No vuelva usted nunca más

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“Vuelva usted mañana -nos decían en todas partes-, porque hoy no se ve.” Mariano José de Larra – enero 1833.

Nuestro Mariano José de Larra  se pegaría un tiro nuevamente si resucitara hoy y comprobara el estado de nuestra Administración, ciento noventa años más tarde de que publicara en “El Pobrecito Hablador” su más famoso artículo “Venga usted mañana”. Pero mucho más desilusionado y desesperado que entonces, y no sólo por la monstruosidad de que casi dos siglos más tarde la organización de las instituciones es moderna y corresponde a los enormes avances tecnológicos que hemos alcanzado dos siglos más tarde de las desventuras de nuestro genial escritor,  sino porque hoy los funcionarios de nuestra Administración no contestan “Vuelva usted mañana” sino “No vuelva usted nunca más”.

A los sacrosantos edificios de nuestros Ministerios los simples ciudadanos, que sólo disponemos de un documento nacional de identidad vulgar, ya no podemos entrar en los diferentes espacios y pisos de que disponen los grandes personajes, y su corte de ayudantes, secretarios y funcionarios ocupados de cumplir las normas legales y las órdenes de sus superiores. Mi vano intento de alcanzar los altos niveles de la secretaría del Ministerio de Cultura, hace un par de días, me lo demostró.

Y no es que yo fuera tan ignorante como el amigo francés de Larra, Monsieur Sans-delais, que quería resolver sus asuntos familiares y económicos en Madrid en quince días. Conocedora de la idiosincrasia de nuestra raza mezclas de ibera y árabe y habiendo ejercido la ingrata profesión de abogada durante cincuenta años, en todos los periodos infaustos de nuestra historia: dictadura, Transición y gobiernos democráticos del PSOE y del PP, había intentado anteriormente lograr una entrevista con el Ministro o al menos el Secretario de Estado. Para ello, creí que me había prevenido prudentemente solicitándole a una camarada, funcionaria de un Ayuntamiento, que enviara la petición de entrevista por el correo interno de la Administración. Cosa que rápidamente realizó, como me demuestra el recibo oficial de la solicitud que puntualmente le devolvieron. Pero como de esa petición habían transcurrido tres semanas sin que ninguna respuesta, positiva o negativa, ni aun el acuse de recibo, nos hubiera llegado, decidí presentarme personalmente en el imponente edificio del Ministerio, convencida de que haciéndome visible en carne y hueso y con un traje adecuado a la misión que quería cumplir, tendría acceso al menos a la secretaría del ministro.

Para traspasar la puerta de la calle ya estuvo vigilada por el guardia civil que impedía el acceso de la principal y derivaba a otra puerta secundaria. En el vestíbulo se habían instalado unos mostradores protegidos por cristales -quizá en tiempos de pandemia- y a través de ellos era difícil entenderse con las empleadas a las que tenía que explicarles mi pretensión. Completamente inadecuada como comprobé prontamente. Allí nadie extraño a la casa pasaba de aquel vestíbulo sin tener una cita previa, que había que conseguir pidiéndola telemáticamente al email oficial del Ministerio, como ya había hecho yo con varias semanas de anterioridad. Pero la empleada no tenía noticia ninguna de ello. En su ordenador no constaba mi petición y mucho menos la concesión de la entrevista. Tenía que solicitarla nuevamente al correo electrónico que me facilitaron.

Como dada mi testarudez me empeñé en hablar con alguien de la secretaría, y en mi postura y modales se adivinaba que no pensaba irme sin conseguirlo, la recepcionista, más bien molesta, llamó por un teléfono interior a no se sabe qué personaje, porque nadie me dio su nombre, y tuvo la deferencia de ponerme a la escucha en un teléfono supletorio. La voz de la mujer que respondió era correcta y hablaba tranquilamente: “No, nadie subía a las dependencias de la secretaría sin tener la cita prevista. No, nadie le había comunicado mi petición anterior. No, no podía subir a la quinta planta donde está el despacho del Secretario de Estado. No, nadie me dejaría moverme del vestíbulo. A pesar de mi tono agrio y de utilizar expresiones poco corteses como preguntarle si me estaba tomando el pelo, no se inmutó. Repitió que escribiera mi petición al email que me habían proporcionado en recepción y que no volviera por allí.

En ese largo medio siglo en que he pretendido ayudar a los justiciables, mis clientes, a recibir algo de justicia, he subido y bajado las escaleras y los ascensores de ministerios, ayuntamientos, juzgados, tribunales de todos los grados incluyendo el Supremo, sin que ni guardias civiles ni recepcionistas ni funcionarios me lo impidieran. Ni a mí ni a los cientos de abogados, procuradores, pasantes, transportistas, médicos, peritos forenses, estudiantes en prácticas e interesados en conocer el estado de sus asuntos,  que llenaban los pasillos y escaleras, llevados por los mismos objetivos que los míos. Y sufríamos la dictadura más feroz de Europa.

Hoy vivimos afortunadamente en democracia hace ya casi otro medio siglo, y la Administración, es decir el gobierno que hemos elegido los ciudadanos en elecciones libres y democráticas, y que pagamos con nuestros impuestos, se ha blindado detrás de policías, cristales irrompibles, puertas selladas, como los señores feudales en sus fortalezas medievales protegidas por puertas inamovibles que cierran las murallas y los canales de agua que sólo pueden ser saltados por puentes levadizos.

Lo que los ingenuos ciudadanos nos sabíamos es que el gran avance que ha supuesto para las comunicaciones Internet no estaba destinado, ¡santa inocencia! a facilitarnos las comunicaciones con los poderes públicos, que reciben el mandato de los electores, sino precisamente a evitarlas. Incluso cuando mediante una recomendación personal, sistema imprescindible para sobrevivir en nuestro país, segúnta también Larra, logras el teléfono móvil de algún responsable político, este no responde nunca. Y cuando se trata del teléfono fijo de la oficina lo único que logras es escuchar la grabación que asegura que en aquel momento todas las líneas están ocupadas.

A mayor abundamiento, ahora no es como en 1833, y ninguno de los empleados encargados de proteger  las puertas de la fortaleza ministerial, te dan esperanza alguna de conseguir comunicarte con la persona que necesitas, como era aquel estribillo que en tiempos de Larra repetían los funcionarios: “vuelva usted mañana”, porque lo que te dicen hoy es que no vuelvas más, porque ningún otro funcionario ni secretario ni agente ni perito ni ayudante de aquel ministerio está dispuesto a recibirte ni a hablar contigo ni mañana ni nunca.

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