«Si toda la humanidad fuera de una misma opinión, y solo una persona albergara una opinión contraria, la humanidad no tendría más derecho a silenciar a esa persona del que esta, si ostentase el poder, tendría de silenciar a toda la humanidad», es el gran dictum del pensador John Stuar Mill en su libro Sobre la libertad. La gran conceptualización de la libertad de expresión y pensamiento de toda la historia. Escrito en el siglo XIX, tiene una vigencia suprema y se torna más que necesario volver a darle la publicidad necesaria tras ver ya analizar cómo está transcurriendo el mundo.
Hoy, da igual desde donde se lance la soflama, se intentan vetar todas las opiniones y todos los tipos de expresión. Hunos y hotros pretenden tener razón, la razón, y por ello silenciar al otro de todas las formas posibles. Y no, no es solo parte del progresismo wokista, sino que desde el liberalismo o el conservadurismo también se pretende tal censura. Han olvidado a Mill, incluyendo los supermegachupiliberales, y persiguen con igual odio a quienes no comparten su cosmovisión. Sí porque son cosmovisiones en confrontación agonística las que, por mucho que se tenga una parte de razón, desean no convencer, debatir con libertad y argumentos sino acabar con el otro y todo lo que significa.
Con ello, como decía el pensador británico, se está hurtando a la humanidad de una opinión que, siendo correcta, privaría a la misma humanidad de la verdad; o que, siendo incorrecta, se pierde la revelación de la verdad que se mantiene. Salvo en casos muy contados, contadísimos, no se puede saber a ciencia cierta si esa opinión que se intenta vetar es totalmente falsa. Con el veto lo que se procura es un mal a toda la humanidad. De ahí que la más importante de las libertades sociales sea siempre y por encima de todas las demás la libertad de pensamiento y su práctica la libertad de expresión. Es por ello que asusta toda esa recua de personas que se dedican constantemente a intentar que se veten las opiniones de los demás en redes sociales.
Si se busca la verdad y el progreso humano hay que correr el riesgo, eso dice Mill, de equivocarse por el camino. Lo que no quiere decir que se deba permitir todo, el pensador británico no lo expresa así. Si se ofende al otro, si se lanzan mentiras evidentes, si se puede causar daño a un segundo o un tercero, en ese caso la sociedad, por medio de sus mecanismos de justicia y éticos, tiene derecho a actuar. En el resto de ocasiones, por asquerosas que puedan parecer las expresiones de los demás, la libertad individual es “absoluta”. A ello se suman otro tipo de libertades como la de sentimiento, de gustos, de asociación, de trazar el plan de nuestra vida.
Esto no se sostiene por una especie de buenismo inherente al ser humano sino por la maduración del ser. El ser humano debe tener la capacidad de madurar, de ahí que todos los grupos ideológicos de poder, intenten controlar los procedimientos educativos para que, si el ser llega a madurar, lo haga en la forma en que ideológicamente conviene a cierto grupo. Si llega a madurar el ser, claro, porque en la mayoría de las ocasiones lo que se pretende es que el ser no madure sino que viva en un constante estado de adolescencia programada y dirigida por la coalición dominante. Como ya advertía Mill, lo que se pretende es lisiar «toda parte de la naturaleza humana que resalte y que tienda a hacer que una persona sea marcadamente distinta al común de la humanidad».
Trasladen todo esto a las redes sociales, a la política, a los medios de comunicación o a la vida común, ¿en cuántos momentos se respeta un mínimo de todo lo expresado anteriormente?, ¿cuándo cada uno respeta la opinión del otro?, ¿en qué momento se acepta el debate racional? Sin embargo, la persecución de la libertad, de las libertades es continua. La verdad o la opinión divergente no interesa. Se premia el bulo y se pide el linchamiento del que disiente. ¿Por qué no acuden quienes son acosados u ofendidos (y se lo pueden permitir, que esto es importante) a la justicia? ¿Por qué nadie lucha contra los bulos cuando son evidentes y claros? Lo primero, porque no hay madurez en el ser; lo segundo, porque el gregarismo es más importante que la individualidad. Curioso esto último en los supermegachachiliberales.