Los preceptos clásicos con la llegada de la Cuaresma para los católicos de todo el mundo son la abstinencia, especialmente de bebidas alcohólicas, y el ayuno en ciertos días indicados. Los viernes queda restringido el consumo de carne, por ejemplo. La confesión anual es acogida con verdadera congoja y esperanza por otros. Aquellos que pertenecen a alguna hermandad comienzan a sentir los nervios por la cercanía de la procesión (o procesiones) que llegarán en breve. Hay otros católicos que obvian todas estas cuestiones y solo piensan en las vacaciones y en asistir a alguna misa para quedar bien o que le vean por el pueblo. Al final cada católico, dentro de la libertad que le es concedida, hace aquello que quiere.
La Cuaresma, dentro de la cual se inserta la Semana Santa, es la parte más importante del calendario católico. Supone la comunicación del Evangelio, la pasión, la muerte y, especialmente, la resurrección de Jesucristo. El acontecimiento histórico de la presencia del hijo de Dios entre los seres humanos, su muerte para el perdón de los pecados y la vuelta a la vida (aunque una vida de otra forma) mostrando su divinidad es la parte fundamental del credo cristiano. También se añade la cuestión popular-folclórica como son las procesiones de todo tipo, que en los países católicos son una muestra de la creencia popular. Y no, no es idolatría como bien explicó en su momento Joseph Ratzinger.
A todas estas cuestiones se añade ahora, al albur de las tecnologías digitales, el abandono de las redes sociales durante la cuaresma. La doctrina sobre las redes sociales de la Iglesia católica concede una positividad a las mismas, la relación entre personas a distancia, tú a tú o grupalmente, no se puede despreciar. Incluso supone una oportunidad para nuevas formas de evangelización —son de todos conocidos los blogs y vídeos de youtube de distintos curas y teólogos. Esta rápida extensión digital necesita de una antropología de las redes sociales. Ya avisó de algún peligro Benedicto XVI: «Cuando el deseo de conexión virtual se convierte en obsesivo, la consecuencia es que la persona se aísla, interrumpiendo su interacción social real. Esto termina por alterar también los ritmos de reposo, de silencio y de reflexión necesarios para un sano desarrollo humano».
Hace menos de un año el Dicasterio para la Comunicación del Vaticano (Hacia una plena presencia) expuso que, ante las broncas y los insultos que proliferaban por redes sociales, lo mejor para un católico es escuchar (leer), respetar y dar testimonio de vida. Para los presbíteros lo mismo (algunos no lo cumplen en muchas ocasiones y se dejan arrastrar por la tendencia a la pelea), más el añadido de sus funciones pastorales habituales. No hay una posición plenamente negativa pero no se esconden los problemas que generan las redes sociales. Tampoco existe una recomendación sobre el abandono en ciertos momentos.
Lo que estos católicos, que abandonan las redes sociales en tiempo de Cuaresma, hacen en realidad es un testimonio de fe. Convencidos de que las redes sociales, además de la parte erosionadora por las peleas, consume bastante tiempo, deciden utilizar ese tiempo para el recogimiento, la oración, la participación en las distintas celebraciones eclesiásticas (más allá de las misas ordinarias), la preparación de las procesiones, hacer torrijas o la mera y simple contemplación. Volverán con la buena nueva de la resurrección de Jesucristo o cuando decidan. Desde luego es una decisión personal, un ejemplo claro de que hay un tiempo para todo. Y como la Cuaresma es importante para un católico, nada mejor que tomársela en serio.