La mundanidad ha entrado en el Vaticano. La polarización alienante de la modernidad decrépita que es el signo de los tiempos decadentes se ha incrustado en el seno mismo de los apóstoles. Nunca fue el Vaticano, salvo en tiempos recientes o muy pretéritos, un lugar donde la política, la banalidad y la mundanidad estuviese excluida. Papado tras papado la lucha por el poder fue cruenta. Más si se tiene en cuenta que el romano pontífice era el monarca absoluto de los Estados Pontificios. Con el tiempo el Vaticano fue espiritualizándose y siendo la parte de Dios de la que habla el Evangelio.
Correveidiles y bocabajos siempre han existido. En cualquier organización existen esos perfiles. Desde una empresa a un partido político, pasando por la Iglesia. Es producto del carácter humano ese decantarse por el poder mundano y sus prebendas posibles o reales. Pero siempre había hueco a algo más espiritual, algo menos material, algo más ideológico (en el caso de los partidos). Ahora cada vez menos. El Sistema no deja de extenderse por todo ámbito que puede. Por pequeño que sea el intersticio que queda por cubrir, el Sistema intenta ocuparlo. Y si es en una estructura que le combate, intenta hacerlo con las armas que más daño puedan causar.
Todo esto está sucediendo con la Iglesia Católica. Tras el Concilio Vaticano II que, además de una puesta al día de las formas y los usos, fue un intento de responder a los ataques que el Sistema llevaba asestando a la línea de flotación, ha habido tres resistentes a los embates del Sistema. Pablo VI, Juan Pablo II y Benedicto XVI intentaron frenar los ataques sistémicos. Curiosamente los tres participaron activamente en aquel concilio. La llegada de Francisco I ha supuesto, empero, un dejarse alienar por ese espectáculo que es el mundo actual. Pese a las buenas intenciones que mostró al llegar a la herencia de san Pedro, la mundanización se ha hecho presente en el lugar que seguía manteniendo algo de la sacralidad necesaria para el ser humano y que no había sido conquistada para el materialismo y la obtención de beneficios. Se podría hablar sobre cómo otras apuestas espirituales y religiosas (budismo, protestantismo, hinduismos varios, etc.) son ya totalmente sistémicas.
Dentro de esa mundanidad y esa profundización del sistema en el interior de la Iglesia Católica está la lucha, ora soterrada, ora espectacular y pública, entre los, por así calificar, tradicionalistas y los progresistas. Tendencias dentro de la Iglesia siempre ha habido, pero las disputas eran más teológicas o más estratégicas. Ahora es una lucha que toca el núcleo mismo de la doctrina católica. Tanto por unos, que desearían volver a Trento, como por otros, que desearían que la Iglesia fuese un partido político mundial… de izquierdas. Tridentinos y liberacionistas, que también se les podría calificar así, no pudieron con los tres papas antes citados. Con prudencia y mano izquierda fueron puestos en su sitio cada uno.
Ahora están desplegando todo su potencial en una batalla por el control del Vaticano y, con ello, el control del catolicismo. El Evangelio, la Doctrina Social de la Iglesia y la teología les da igual, es una lucha por el poder desnudo para imponer su visión al resto. Recuerda esto a las disputas de los diversos grupos protestantes, especialmente en EEUU, hasta que llegaron a cierta unión, los unos y los otros. Unos defienden el “wokismo” y la de(con)strucción del Evangelio y los otros se ha protestantizado tanto que se entregan al capitalismo y el evangelismo disfrazados con casulla vieja. Lo que ofrece el Sistema para tener entretenidos a los incautos, incluyendo a los católicos. ¿Dónde está Jesús en todo esto? ¿Dónde el encuentro?
Normal que muchos católicos estén sorprendidos con lo que sucede. Esta polarización no se había vivido de forma tan descarnada y, en demasiados momentos, pública. A raíz de la Fiducia Supplicans, que en realidad es un guirigay donde hasta Francisco se contradice todos los días, los tradis lanzaron una campaña, curiosamente desde Toledo, para la recogida de firmas contra la susodicha. Ahora los progres hacen lo mismo pero con una recogida de firmas en favor del pontífice. Hasta alguno le ha dedicado algún texto apologético que produce vergüenza ajena a cualquier católico sencillo. Una lucha sin cuartel utilizando uno de los instrumentos más estúpidos del Sistema para canalizar descontentos: la recogida de firmas en Change o cualquier otra plataforma.
En realidad lo que hacen es medir las fuerzas. Somos tantos y ellos son menos. Para eso sirven las firmas, para medírselas. Y como buenos materialistas van sumando los obispos y cardenales que apoyan o critican Fiducia. Los textos de unos, porque escriben mucho (si no cómo enterarse de la batalla), advierten de la caída en desgracia del pontífice, hablan de herejía y de anticristos. Los otros escriben que ya era hora de que la Iglesia fuese de todos, todas y todes y se incline ante el pueblo. Basta ya de espiritualismo, más mundanidad y más estar en las calles. Ni unos, no otros se dan cuenta que están actuando tal y como hubiese querido el Diablo, salvo que es el Sistema el que ahora está hundiendo una de las pocas fuentes de autoridad que quedan en este mundo globalizado. Una fuente que se le ha opuesto y se le opone.