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A lo mejor es bueno desesperarse mucho

08 de Julio de 2020
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desesperación

Es probable que antes del 14 de marzo ustedtuviera una vida feliz o, al menos, moderadamente feliz. Que su presente y lasproyecciones de este hacia el futuro no atisbaran nubarrones, ni ataques deansiedad, ni pellizcos en el estómago. El problema, quizá, estaría en conseguiridentificarlo, localizarlo a usted entre la muchedumbre.

Si de verdad existiera, si pudiera hablar conusted durante un rato le preguntaría su opinión sobre las estadísticas -si esque sirven para algo- que desde hace lustros vienen registrando un incremento exponencialde trastornos y/o patologías psiquiátricas y psicológicas en la poblaciónmundial. Le pediría su opinión sobre la insatisfacción endémica de los habitantesdel primer mundo que nos lleva a consumir desbocadamente cosas que ni necesitamosni se nos han roto. Y para terminar y no agobiarlo mucho, le interrogaría sobrelas imágenes y comentarios que compartimos, vemos y leemos con tanta ligerezaen las redes sociales y por qué cuando apagamos esa pulsera telemática que sonlos teléfonos móviles – abrochados a nuestro cerebro, con nuestroconsentimiento, por el panóptico sistema económico y financiero-, una penanegra y una desazón glacial nos golpea con tanta contundencia que necesitamosvolver a consumir compulsivamente nuestras dosis diarias de inhibidores de larealidad.

Resituemos la cuestión. No es mi intenciónesbozar teoría alguna. Tampoco pretendo hablar aquí sobre ninguna verdaduniversal. Desconfío de las personas que se creen poseedoras de “la verdad”.Prefiero, como Carlos Boyero, hablar de “mi verdad”, a la vez que entiendo ycomprendo, porque a mí también me pasa, que haya mucha gente que opine que loque digo no son más que tonterías.

Mi verdad es simple, incluso simplona: lanueva normalidad hacía ya mucho tiempo que había llegado, lo que pasaba es queno queríamos admitirlo aunque la estuviésemos viendo con nuestros ojos ysintiendo en nuestro cuerpo. La diferencia es que ahora los medios decomunicación y el gobierno -esos entes que se caracterizan por contarnos unaverdad que no es ni siquiera suya- nos han informado de que ya está aquí y yano podemos seguir fingiendo que no lo sabíamos.

Hemos experimentado una transición desde unarealidad más o menos sustentada en hechos hasta una realidad ficticia en la quellevamos viviendo desde hace más tiempo del que podemos imaginar. Hemos idoconstruyendo, consciente e inconscientemente, voluntaria e involuntariamente,un mundo extraño, ilógico, paranoico y enfermo y, claro, ahora no sabemos viviren él y mucho menos echar marcha atrás. Por eso no queremos levantar la cabezade las pantallas digitales, porque si lo hacemos un escalofrío nos recorre todoel cuerpo y el pánico nos bloquea. La ficción, la verdad digital, es másasumible que la realidad.

¿Qué hacemos entonces? Ahora que están de modalos ensayos clínicos no estarían mal que, aquellos a los que nos falta valentíapara que experimenten en nuestro cuerpo con posibles vacunas para el COVID-19,nos apuntásemos a otro con menos prensa y heroicidad que consiste eninyectarnos en nuestro cerebro una pizca de perspicacia, media cucharadita deautocrítica y un buen vaso de sensatez. Aunque, por otra parte, creo que no selos voy a aconsejar porque parece que las primeras cobayas humanas que hanfinalizado el tratamiento se han convertido en unos excluidos sociales conconductas extrañas y disruptivas como estrellar sus teléfonos móviles contra elasfalto, charlar con sus vecinos, abandonar el turismo de estampida low cost,no hablar de cuestiones sobre las que no tienen una opinión formada, no compraren amazon ni aliexpress, dejar de ser runner, darse de baja en elgimnasio, no atiborrarse de medicamentos, no comprar comida envasada, borrarsede las plataformas digitales, ponerse en el lugar del otro y, la más peligrosa,pararse a pensar si tienen ideología y en los casos más graves por qué tienenesa ideología y, ya en el extremo, si realmente viven conforme piensan. Vamos,un desastre.

Si quieren buscar otras alternativas lesaconsejo la lectura del último libro del reputado científico James Lovelock,“Novaceno, la era de la hiperinteligencia está próxima”; con su acongojantetesis de que la evolución de nuestra especie pasará por hacernos perder partede los rasgos que nos caracterizan como humanos. O si prefieren la ficción, lanovela “Cero K” de Don DeLillo, donde el escritor neoyorkino nos arrastra conuna aséptica y brutal prosa a un futuro cercano y real donde la manipulación denuestro destino con mayúscula, o sea la inmortalidad, se modifica gracias a lananotecnología, la regeneración celular y las drogas (nuevamente)… Lo que vienea ser la alegría de la huerta.

 Mialternativa es más modesta y ya la sugerí en el título del artículo; un medioverso, que ahora completo, del hipnótico poemario de Gloria Fuertes “Aconsejobeber hilo (Diario de una loca)”: A lo mejor es bueno desesperarse mucho yacostarse temprano.

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