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A propósito de Shakira

08 de Marzo de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
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Mujeres afganas

Si tuviera que elegir a una mujer este Día Internacional de la Mujer, elegiría a Emilia Pardo Bazán. La mejor lucha por la igualdad es ser igual. Hoy el feminismo está tan al servicio de intereses que se aleja de lo que es: igualdad, igualdad e igualdad, y el uso político, sin ir más lejos, está ocasionando que a día de hoy no se haya enmendado una ley que está provocando rebajas de condena y masiva excarcelación de violadores.

Pero feminismo al igual que no racismo deben ser conceptos absolutos, no discriminación, todos iguales, no distinción de raza o sexo. Conclusión: todos somos feministas. Yo, feminista asilvestrada, un poco rancia en el sentido de incorporada a la igualdad entre hombres y mujeres de toda la vida, y como la que no quiere la cosa. Lo pienso, y el que me empoderó desde que nací fue mi padre, él interpretaba los resultados de las pruebas de inteligencia que me hacían en el colegio en las puntuaciones bajas, como cualidades ocultas que los psicólogos no alcanzaban a descifrar. Después, con el hombre con el que vivo desde hace muchos años, con los papeles en regla, que diría mi madre, no ha hecho sino día tras día apuntalar mi empoderamiento, así que no me puedo quejar. Ni la palabra “rancia” ni la palabra “empoderar” me gustan, pero me parecen las más gráficas para hacerme entender. Quizás porque también tengo, aunque sea un poquito, de aquellas con las que digo que no me identifico, y quizás, porque lo que hoy es rancio, la defensa de la vida y la maternidad y hacerlo como hecho único biológico, únicamente concedido a las que hoy celebramos nuestro día, no está de moda. ¿Acabará mi hijo por dejarme de llamar “mamá” y me dirá “progenitora gestante, hazme un bizum”?

También por mi profesión, tengo la cabeza llena de apuntes involuntarios, cosas minúsculas que pasan en la vida cotidiana, y otras que me escandalizan. Me escandaliza el aumento de violencia y el aumento de mujeres asesinadas en el último año y lo que va de éste. Y lo que es peor, la impotencia del sistema para dar con la solución y poner fin a este problema. Quiero pensar, cuando me viene a la cabeza que esto no tiene solución, que todo está en la educación, en una educación sentimental correcta. No sé si se acordarán los lectores de los tiempos en que se guardaba la digestión. Cuántas veces nos repetían que no podíamos bañarnos, y los desastrosos y mortíferos resultados de hacerlo antes de las dos horas reglamentarias. El mensaje era tan claro y reiterativo que ni el dedo gordo de un pie lo acercábamos a la orilla. Así educaría yo a las niñas: reiterándoles, como un mantra, al tipo de hombre al que nunca deben acercarse, ni consentir que se les acerque. Generando en ellas una capa que repela las relaciones con los indeseables, como hace el agua con el aceite. Como dice Laurent Berlank en su libro Pasaje de los Afectos, huye de las “relation of cruel optimismo”, salir corriendo ante las relaciones de optimismo cruel, relaciones con personas que son realmente un obstáculo para nuestro crecimiento, personas a las que reiteradamente tendemos a justificar el dolor que causan. Porque, chicas, no sois las salvadoras de ningún hombre, basta de disculpas, basta de inmolaciones escudadas en el amor romántico. Nadie cambia, el que nace lechón muere cochino. Parto de que el número de hombres que maltratan a las mujeres es la excepción, decir lo contrario sería insultar a los hombres que me han rodeado en la vida. La violencia no es algo que se ejerce en el minuto uno en las relaciones de pareja, se cuece a fuego lento. Del proteccionismo romántico, de la malentendida exclusividad amorosa, se puede llegar al “la maté porque era mía”. 

La mejor lucha por la igualdad es ser igual. Hoy el feminismo está tan al servicio de intereses que se aleja de lo que es: igualdad, igualdad e igualdad

No opino como Tolstói, que todas las parejas se parecen, mientras que un soltero siempre tiene su sello propio. Todas las parejas no se parecen, y como la pareja a fin de cuentas es una elección, eduquemos a nuestras niñas en el camino para la elección correcta. El amor no solo hay que sentirlo, también hay que pensarlo. De todas las mujeres casadas o en pareja con hijos que me rodean, las que han tenido éxito profesional y son felices son las que se han casado con hombres o mujeres “buenos”. En esta palabra englobo a las personas amables, generosas, listas y divertidas. Parejas que, como mínimo, aportan el 50% a las tareas domésticas, cuidado de los hijos y lo demás. Y las mujeres que más han progresado profesionalmente, la pareja aporta más de un 50% a las tareas domésticas. Como pienso que siempre hay que elegir a una buena persona, me escandalizan las chicas jóvenes a las que oigo decir: “a mí me gustan los malotes”, “es que a mí lo que me pone es el puntito canalla”. Deberían recibir terapia, no saben dónde se meten, el riesgo que corren, lo que les espera. Ellas, con su elección, se ponen solitas su techo de cristal.

A no ser que seas rica de cuna, pero muy rica, o te cases con un magnate (y estés dispuesta a contratar a los mejores abogados), y yo en estas ligas nunca he jugado, no dejes de trabajar. No pierdas nunca tu independencia económica. Esto es perder la libertad, y por supuesto, huye de los hombres que se sienten molestos y alarmados si les propones que reduzcan su jornada laboral para atender a la familia y se escudan en su “orgullo masculino”. Porque eso no es orgullo, el orgullo masculino no se genera en una glándula de la que nosotras carezcamos, es miedo a no tener dinero, a no tener poder o a no sentirse valorado, y eso también lo tenemos las mujeres. 

Al mismo nivel de escándalo, sitúo la situación de la mujer en Afganistán. Un país en el que a la mujer se le ha vetado el acceso a la universidad desde el pasado mes de diciembre, y en el que, hace escasos días, se ha prohibido el uso de cualquier método anticonceptivo. Sin educación, y con una brutal tasa de natalidad (entre 5 y 12 hijos), la mujer es relegada a ser una máquina reproductora para alimentar el régimen talibán. Esta realidad espeluznante se ha trasmitido como una noticia que parece agotarse en sí misma una vez que es difundida, a diferencia del cambio climático y la guerra Ucrania-Rusia, que a diario abren los informativos de todos los medios. Pero para situación trágica la que vive la mujer en Afganistán. Si allí hay 40 millones de habitantes, no hay que ser demógrafo para calcular que al menos la mitad son mujeres, no merece ya atención. Veinte millones de mujeres se desangran y no pasa nada. Y es que seamos claros: ni los 20 millones de mujeres ni la hambruna en Sudán nos importan, porque no nos cuesta el dinero, porque por cada mujer que se desangra no sube el recibo de la luz, ni el del gas, ni la cesta de la compra. Además, allí no vamos a poner por ahora placas fotovoltaicas ni energía eólica.

Qué momento han perdido las feministas oficiales para acudir este año a la gala de los Goya, todas enfundadas en burkas negros, y habérselos roto como el gitano de la bulería de Camarón para recordar lo que está pasando. Pero este año ni el envío de tanques y armamentos a Ucrania estaba en el guion de las protestas. ¿Y si emprendemos una ofensiva para salvar a estas mujeres? ¿y si desviamos nuestro objetivo militar? Si lo hacemos con las ballenas, ¿por qué no con ellas?

Solo un incesante clamor de Occidente puede servir para albergar algún tipo de esperanza. A veces pienso que los extraños globos blancos que surcan el cielo de EEUU, y que por motivos de seguridad derriba el gobierno americano, son SOS, peticiones de socorro de las mujeres afganas pidiendo auxilio para ellas y sus hijas. No sé si será así, porque hasta la fecha no nos han informado.

Y Shakira, ¿no te dijo nada tu madre de los del puntito canalla?

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