Ampliamos la posibilidad de la libertad de las mujeres para elegir, no imponemos a nadie que lo haga. Hay que despojarse de las creencias personales a la hora de legislar y garantizar los derechos de las mujeres (Marta Alanis, de la Asociación Católicas y Feministas).
Parece que pesara una maldición sobre los derechos de la mujer a interrumpir voluntariamente el embarazo. El debate no acaba nunca. Es un tema demasiado sensible y un grave problema humano.
Cada día son menos los países que impiden con la ley el aborto voluntario. Todavía es ilegal en Malta, San Marino y Andorra, pero en otros, aunque lo tengan legalizado, sigue la desazón. Actualmente, Polonia ha restringido derechos. Hasta ahora el aborto se consideraba ilegal en casos de (a) violación o incesto, (b) grave peligro para la salud de la madre, (c) deformación del feto o enfermedad irrecuperable. Es este último supuesto el que ahora desaparece, convirtiéndose en ilegal. De momento, el capítulo queda cerrado así.
En Argentina se ha reabierto el debate para modificar la ley que ellos denominan IVE (Interrupción voluntaria del embarazo). Hoy sólo es legal el aborto en caso de (a) violación y (b) riesgo para la salud de la madre. Tanto la Conferencia episcopal como los Evangélicos se oponen. La excusa es que es inoportuno plantearlo ahora por el problema de la salud sanitaria.
También en España se quiere reformar la Ley 2010 de Rodríguez Zapatero. Ruiz Gallardón ya lo intentó, cuando era Ministro de Justicia, con la “contrarreforma”, que reducía el aborto voluntario a los casos de (a) violación, (b) menoscabo de la salud de la madre o el feto. Ni el PP, entonces gobernante, lo aceptó, viéndose obligado Gallardón a dimitir. En estos momentos es la Ministra de Igualdad del Gobierno socialista, Irene Montero, la que intenta la modificación para recoger nuevos hechos: agresión sexual, abusos, acoso, proxenetismo y explotación reproductiva (vientres de alquiler). Sería una reforma importante, pero requiere mucho cuidado, porque la sensibilidad sigue a flor de piel.
Aborto procede del latín aborior en su participio abortus. Ab es separación y orior, salir o nacer. Por eso la Real Academia de la Lengua lo define como la interrupción del nacimiento o embarazo por causas naturales o provocado deliberadamente.
No se le escapa a nadie que los asuntos de la vida y la muerte han sido siempre los preferidos por las religiones. Dios lo creó todo y, por tanto, también la vida. En cuanto a los seres humanos, se encargan de la procreación. Esto hace que el sexo tenga una característica específica y natural, procrear mediante el embarazo de la mujer, es decir, dar vida. En este sentido, el aborto, en cuanto interrupción del nacimiento, es pecado es el ámbito religioso, y delito, como ilegalidad, que ha de perseguir el Estado. Así lo plantean las creencias particulares. Nada tengo en contra de ellas, si no intentan influir en la sociedad y en la conducta de los seres humanos, pero tratan de hacerlo positiva y belicosamente, y esto es ya otra cuestión.
Para no entrar en polémicas, digamos que esta cuestión debe tener su base en conocimientos científicos probados y en argumentaciones racionales. La ciencia biológica establece que el embarazo no es un acto, sino un proceso, que pasa por diversas fases del desarrollo del embrión, lo que sucede en el tiempo. Es en estas fases cuando la mujer tiene derecho a decidir si lo interrumpe por distintas razones. Además, dicha interrupción tiene diferentes perspectivas de consideración: biológica, sanitaria, de derechos sexuales y reproductivos, legal y bioética. Quizás sea la bioética la vertiente más actual. Trata de los aspectos éticos de las ciencias de la vida, especialmente la medicina y la biología, y las relaciones de los humanos con los otros seres vivos. La ética defiende la autonomía de las personas, en este caso, de la mujer.
En la mujer se produce la maternidad, que implica responsabilizarse del cuidado del que va a nacer. Esto no puede hacerse sin condiciones económicas, sociales, culturales, y subjetivas adecuadas. Ello no se da siempre, por eso hay que tenerlo muy en cuenta para legislar. Por eso en la interrupción del embarazo han contado las circunstancias o puestos, tanto objetivos (violación, peligro para la vida de la madre o deformaciones en el feto) como subjetivas (angustia, ansiedad y desequilibrio psíquico).
Ni siquiera puede considerarse el aborto como un mal menor, pero, al fin y al cabo, mal, sino que tiene un aspecto positivo innegable, la libertad de la mujer para actuar con autonomía. Prohibirlo es violencia contra las mujeres. Restringir la interrupción voluntaria del embarazo tiene como consecuencia el aumento de abortos, como enseñan las estadísticas comprobadas suficientemente. Su realidad no la contiene las normas jurídicas. No olvidemos que el aborto es el efecto y no la causa del problema. Y habría que ir precisamente a las causas. Prohibir es un riesgo. ¿Por qué no regularlo, estableciendo medidas de prevención, sanitarias y educativas? Las consecuencias de su prohibición son los abortos inseguros, la mortalidad, la salud y la vida sana y potente.
Las mujeres jóvenes y las adolescentes son las más perjudicadas y las que más necesitan ayuda. La maternidad en la adolescencia tiene consecuencias sociales muy duraderas. Se trata de niñas y no de madres, porque todavía carecen de las capacidades necesarias para ello. El feto no es una persona inocente a la que se yugula su vida. Inocente no es, por no tener capacidad moral, ni tampoco es persona, porque carece de suficiente desarrollo y madurez. Seamos justos y humanos para equilibrar la libertad de las mujeres con el valor de la vida. La educación tiene mucho que hacer aquí.