En la vasta y rica historia de la humanidad, el acto de contrición imperfecto ha estado vinculado, no pocas veces, a figuras de autoridad que, atrapadas entre sus sombras y ambiciones, ensayan gestos de redención. La línea entre la culpa asumida y la estrategia comunicacional se difumina cuando el remordimiento se convierte en recurso escénico.
A sensu contrario, el llamado acto de contrición perfecto requería de un arrepentimiento auténtico, un reconocimiento sincero de la falta. El penitente —con gesto circunspecto— hallaba credibilidad en la transparencia de su culpa y no en la eficacia de su performance.
Pero vayamos al grano.
En mi opinión, lo vivido esta tarde ha sido, en el mejor de los casos, un espectáculo más propio de un pésimo comediante que de un líder de altura. Ni el rigor del Actor’s Studio neoyorquino ni la solemnidad de una tragedia clásica: apenas una nueva entrega de nuestras Óperas Bufas políticas, donde la verosimilitud se sacrifica en el altar del efecto inmediato.
Tal vez más acertado sería otorgar —si existiera— el Oscar al Sofista, por su sobresaliente capacidad de sortear la verdad a través de artificios retóricos, superándose en esta ocasión en la mismísima sede del PSOE.
Hoy, en la escena geopolítica, pedir perdón parece estar de moda. Una frase recurrente, lanzada con rostro compungido, medida al milímetro. Pero estas disculpas públicas, más que un acto de responsabilidad, parecen obedecer a una lógica teatral y calculada. La estructura verbal de estos discursos revela una estrategia: no redimir, sino convencer. No asumir, sino manipular. Es el regreso —o quizás la permanencia— de los sofistas.
Y aquí surge la pregunta inevitable:
¿Tan difícil resulta, tras de convivencia política, advertir lo que ocurre dentro de tu propio partido? ¿Nadie ve, nadie escucha, nadie sabe?
Mientras observaba la puesta en escena, no pude evitar pensar en los sátrapas: aquellos gobernadores del Imperio Persa, cuya misión era administrar y mantener el orden en sus provincias. Figuras de poder a menudo despótico, cuyo dominio arbitrario era tan ostentoso como impune. Las satrapías, nacidas ya en el siglo VII a. C., parecieran, en ocasiones, menos lejanas de lo que dicta la cronología.
Y en estos momentos y durante las dos o tres próximas semanas le tocará a la mayoría de la sociedad reflexionar y responder sobre otro inframundo que se nos acaba de abrir, lo que da lugar a un “es urgente esperar”.
ANÁLISIS FINAL:
1.- La incredulidad política: el escepticismo como defensa.
Volvemos a ser testigos de un intento por manipular la percepción ciudadana mediante el uso sistemático de información falsa o sesgada, destinada a influir en la opinión pública y en las decisiones políticas. ¿Nos suena de algo? La incredulidad política ya no es un defecto cínico, sino una herramienta legítima de defensa ante la reiteración del engaño.
2.- Auditoría y vigilancia: ¿Quién vigila al vigilante?
Ante las sospechas de financiación supuestamente ilegal, se impone la necesidad de una auditoría rigurosa e independiente. Surge aquí una reflexión esencial: ¿quién controla a quienes ostentan el deber de controlar? La transparencia institucional no puede ser selectiva ni ocasional.
3.- Reestructuración interna: el desgaste de la credibilidad.
La acumulación de antecedentes comprometedores hace inviable otorgar credibilidad sin una profunda revisión interna. La mera supervivencia organizativa no basta: es preciso reconstruir sobre principios y no sobre retóricas vacías.
4.- ¿Liquidación por derribo del PSOE?
No debería ser el desenlace. En un sistema democrático sano, debe haber espacio para todas las sensibilidades políticas. El pluralismo no solo es deseable: es necesario para el equilibrio y la legitimidad del propio sistema. La autocrítica no debe confundirse con la autodestrucción.
5.-Supervivencia junto a sus socios: dependencia y desgaste.
El peso actual de los socios de gobierno parece residir, paradójicamente, en la debilidad del socio mayoritario. Esto exige una resistencia casi suicida que, en el contexto actual, no parece viable mantener hasta 2027. El tiempo y los hechos aún por conocerse determinarán el desenlace.
Por tanto, cualquier intento de reconstrucción y cohesión interna deberá sustentarse en una estrategia realista que recupere y refuerce su capacidad de interlocución.
Los próximos pasos serán cruciales, no solo para el futuro político del partido, sino para el equilibrio del sistema democrático español en su conjunto.
A raíz de los acontecimientos de ayer, “entra en pausa” su continuidad hasta 2027, Me cuentan, que han encontrado un auténtico “filón” y algunos con pánico acentuado. Imagínense lo que da de sí un quinquenio.