Aparte del duelo –tan enorme que aún tardaremos en hacernos cargo–, la tragedia de la DANA ha dejado una galería del esperpento literalmente alucinante. Ya solo faltaba que la consejera de Justicia e Interior, Salomé Pradas, responsable política en cuanto a emergencias, reconociera que desconocía la existencia del sistema de alerta masiva a través de móviles, el ES-Alert, al parecer, se enteró de que existía este sistema el mismo día de las inundaciones, a las ocho de la tarde. Esto explica que la alarma no llegara a los valencianos hasta las ocho y doce minutos de la tarde. La consejera, ha admitido desconocerla nueve días después de los hechos.
Mazón en persona llegó dos horas tarde a la reunión de emergencias. Y desde entonces, toda su actuación no ha sido otra cosa que una ofuscada y vergonzosa huida hacia adelante, intentando sacudirse responsabilidades y endurecerlas a quien sea. Tras haber culpado a la AEMET, al UME e incluso a la Confederación Hidrográfica del Júcar, llegó por fin la explicación definitiva, la que él y su partido tienen siempre a punto, la culpa en este caso ha sido de Pedro Sánchez.
Mazón entró en política como uno de tantísimos vividores que sabe que, bajo el cobertizo del PP, se puede vivir cómodamente y sin tener que hacer demasiado trabajo. Y le funcionó: con veinticinco años, apenas terminados los estudios de derecho, ya era director general del Instituto Valenciano de la Juventud, y formaba parte del círculo de influencia de Zaplana. El joven fue alimentado con las aguas de la corrupción más descarada y ufana, la de los años de gloria valenciana del PP.
Todo le fue bien hasta que llegó a presidente de la Diputación de Alicante, un cargo en el que aún podía seguir haciendo lo que mejor se le daba: cobrar sin hacer nada, y pasando inadvertido. Los problemas llegaron cuando en la sede de Génova tuvieron necesidad de hacer ver que actuaban contra el escándalo de la Gürtel y decidieron echar a la entonces presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig, y a alguien se le ocurrió sustituirla por Mazón. Esto lo convirtió en candidato a la presidencia de la Generalitat Valenciana, y el resto es historia. Una triste historia.
Ahora nos encontramos en un punto en el que cada nueva información que sale sobre el presidente valenciano y su gestión (de la DANA en particular, pero también del gobierno en general) causan una mezcla de perplejidad y vergüenza ajena. Después de haber intentado echar la culpa del desastre de hace una semana literalmente a todos y haberse mostrado como un personaje sin norte ni criterio, disfrazado con un chaleco rojo para fingir que hacía algo, ahora su partido considera que ha llegado el momento de cerrar filas a su alrededor.
El PP le amonestó para que no vuelva a dar las gracias a Pedro Sánchez, que naturalmente es el gran culpable de todo. Tampoco ha dicho ni pío del hecho -extraordinariamente grave- de que el presidente del gobierno español fuera víctima de una agresión en la que peligró su integridad física, el pasado domingo en Paiporta. En su lugar le reclama 31.400 millones de euros, una cifra puesta sobre la mesa solo para que la prensa de la derecha española la pueda hacer circular con la impresentable cantidad de insultos que se han acostumbrado a expeler a diario en prensa, redes sociales y canales de radio y televisión.
Este sábado ha habido manifestaciones en diversas ciudades de la Comunidad Valenciana y Països Catalans para exigir, como mínimo, la dimisión de Mazón. De ninguna manera debería servirle de cortafuegos el cese de Salomé Pradas, la consejera que no sabía que existiera el sistema de alertas. Mientras las víctimas siguen desatendidas y exasperadas y la versión sucia de la política sigue disparando mentiras a un volumen ensordecedor. Naturalmente que Mazón debería ir a juicio. En vez de esto, el PP podría relevarlo del cargo obsequiándole con un gran homenaje a modo de despedida.