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AD-HOC-TRINAMIENTO

28 de Marzo de 2024
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Carta abierta a los defensores de la moral y las “buenas costumbres”.

Amigo que me lees, si eres uno de los que opina que no hay que educar en lo que ahora se llama “ideología de género” en las escuelas, si a esto le llamas adoctrinamiento sin reflexionar antes... permíteme que te cuente una breve historia. La moraleja va al final.

Mi madre, devota ella, siempre se extrañaba de que le hubiesen salido los hijos muy poco religiosos, habiéndonos llevado desde muy pequeños a los Colegios de los Padres Escolapios, donde sin duda nos habían educado en los valores que ella defendía, las buenas costumbres, la indispensable moral y el bien hacer.

Nosotros siempre le respondíamos que “precisamente por eso” éramos muy poco religiosos. Ver que el capellán que impartía matemáticas abandonaba los hábitos para irse a vivir con la secretaria de recepción de la escuela después de años de relación en la que se arremangaba la sotana para quererse con la susodicha nos ayudó a entender de qué va la religión.

Recibir hostias no consagradas (más bien eran hostias con hache, con la mano abierta en toda la cara) por parte del capellán castrense (capellán castrense significa que era cura en el ejército, de los que bendicen a los soldados cuando van a la guerra) tampoco nos ayudaba a abrazar la religión.

Podría seguir dando ejemplos sobre los centros de enseñanza donde se defendía la moral (la suya) y se educaba en la “pureza”, pero tú ya me entiendes.

Cuando el discurso no coincide con los hechos, esto ya pasa a llamarse “doble moral” o “hipocresía social”. Y la Santa Madre Iglesia eso lo domina, lo borda.

En otra ocasión le pregunté a mi madre porqué, cuando éramos pequeños, no dieron nunca un beso a sus hijos, ella me respondió convencida: “Es que a los chicos no hay que darles besos porque se vuelven mariquitas”

Si me llegan a dar besos ahora iría por la calle vestido de bailarina con tutú, pensé en ese momento. Creo que si mi madre hubiese visto cómo vivo ahora, se arrepentiría de no haberme lavado de pequeño con guantes, con un palo y con una esponja en la punta para no tocarme.

Mi padre era homófobo, odiaba a los maricones, cuando Ocaña, célebre activista por las libertades LGTB y contra el franquismo, aparecía en las noticias le oíamos gritar: “A estos maricones les ponía yo a picar piedra!”. Bueno, mi padre gritaba casi siempre, si no convencía, imponía (y si no hacías caso con palabras la hostia caía sí o sí, sin argumentar ni intentar hacernos entender), si estuviese vivo ahora, no tengo ninguna duda de a quién votaría.

Por supuesto que no me influyó para nada la ideología de género que me impartían en la escuela o en casa, porque lo mío era mucho más natural que lo suyo, lo suyo era el último reducto de la educación judeo cristiana que asocia el placer con la culpa y el pecado. Pero el miedo me obligaba a vivir una vida social “normal” y otra a escondidas.

Desde jovencito salté alegremente de una acera a otra a pesar de la influencia que intentaba ejercer en mí todo mi entorno. Yo no era de la acera de enfrente, yo era más “de rotonda”.

Saltemos ahora treinta años, más o menos.

He intentado educar a mis hijos desde el amor y la razón, nunca les he pegado, jamás. La violencia aparece cuando fallan las razones y/o la paciencia. Mi mujer, Carme, me decía a veces: “Son demasiado pequeños para que les hables así”. Pero yo sabía que no, que las palabras y las razones no vencen, convencen. Y siempre he pensado que, cuando pegamos a un hijo, le estamos enseñando que la violencia es lícita, y de ahí creamos a futuros maltratadores que cuando no consiguen salirse con la suya con palabras, recurren a la violencia.

Ya divorciado, y habiéndome enamorado de un hombre, salí del armario con mis hijos, ellos aceptaron, entendieron y apoyaron, aunque eran jóvenes, mi hija diez años y mi hijo dieciocho. Han aceptado todas mis relaciones, fueran con quién fueran, heterosexuales u homosexuales, incluso se han hecho amigos de mis parejas y siguen guardando una excelente relación aunque ya no sean mis parejas... mucho trauma no se les ve, la verdad, ninguno.

A pesar de tener un padre “desviado”, mi hijo está felizmente casado con una mujer excepcional  (los casé yo, PECADO MORTAL Y EXCOMUNIÓN!!), y tiene dos hijas preciosas. Mi hija está felizmente casada con un hombre extraordinario, con el que me llevo genial, y tienen una hija maravillosa. Parece que no he conseguido llevarles al mal camino con mi nefasto ejemplo.

Ahora viene la moraleja:

Por mucho que uno intente castrar determinadas conductas o sentimientos, lo único que se consigue son más individuos viviendo dobles vidas, y muriendo sin haberse atrevido a vivir conforme ellos querían y sentían que debían vivir.

Lo que algunos quieren es que volvamos a los armarios, “esas cosas se hacen en casa”, que todo el mundo siga las correctas normas de su hipócrita moral y que se pueda seguir insultando, agrediendo y discriminando al maricón, a la bollera, al transexual y a todo bicho viviente que sea distinto a lo “normal”.

Y lo triste es que entre esos represores hay muchos traumados que, como no se atreven ellos, no lo quieren para nadie. Homofobias interiorizadas, traumas psicológicos y demás desarreglos emocionales de los que los demás no tenemos ninguna culpa...

Ay, perdón, me olvidaba, la moraleja... (no el barrio).

VIVE Y DEJA VIVIR, esto no va de ganar o perder, va de entender y tolerar. Y vivir sin vergüenza, sin permiso y sin perdón, VIVIR!!

Recibe un afectuoso saludo de un ser libre.

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