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Adelante con los faroles

25 de Julio de 2024
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Adelante con los faroles

Pasito a pasito, casi sin darnos cuenta, la monarquía sigue adelante con su plan que, como cualquier otro poder, no es otro que perpetuarse por los siglos de los siglos. El calendario de la preparación de la futura “preparada” continua adelante, y por los publirreportajes que periódicamente emiten los medios de comunicación institucionales, nos vamos enterando que Leonor, la primogénita de los los actuales reyes, y por lo tanto princesa de Asturias, ya se dirige con paso firme y decidido, sin prisa pero sin pausa, hacia su puesto de reina de España.

Un puesto, el de futura reina y jefa del Estado que, no hace falta decirlo, se  ha ganado gracias al enorme, al descomunal, mérito de ser hija de quien es. Un puesto que se lo ha regalado su papá, Don Felipe VI, el actual rey, que a su vez se lo regaló su padre, Don Juan Carlos I, que a su vez se lo regaló el dictador Francisco Franco, que consiguió su puesto de jefe del Estado a sangre y fuego a través de un golpe de Estado militar de corte fascista contra La República, a la que siguió una guerra y cuarenta años de feroz dictadura.

Como el puesto, el de doña Leonor, hay que tratarla con el don por delante para darle el preceptivo relumbrón a su augusta persona, ya está dado, ahora toca arrimarle “méritos” para que el regalo no parezca tal, sino que es un puesto que se lo está ganando gracias a su incuestionable, indiscutible e innegable valía, a su tesón, y al enorme esfuerzo que está realizando para hacerse acreedora el cargo. Un cargo que ya lo tiene solo por ser hija de quien es, pero para que no chirríe tanto, para  que no suene tan burdo y descarado, tan fuera de tiempo y de lugar a estas alturas de siglo, el aguerrido departamento de ventas y publicidad de la casa real encargado de impulsar, alimentar, promover y avivar la imagen de la monarquía, lleva trabajando desde hace mucho tiempo en dar el necesario  brillo, el lustre, el realce para que la futura heredera de la jefatura del Estado no solo sea una digna merecedora de ese honor,  sino que parezca que ha nacido para la alta función que va a desempeñar.

Sin duda se trata de una ardua, difícil y extraordinariamente laboriosa  tarea,  la de hacer no solo necesaria, sino imprescindible para España, una institución que no lo es en modo alguno. Hay que ser un gran vendedor, un vendedor vocacional, de raza, para acometer la ingente, la enorme labor, una misión que es un acto de fe, y que consiste en vender, colocar a golpe de publirreportaje a una institución que está acabada, caduca, y que ya no tiene cabida en estos tiempos. Para estos curtidos vendedores se trata de un reto como el de vender locomotoras de vapor en los tiempos de los trenes de alta velocidad.

Pero no hay producto por muy antiguo, decadente, gastado y obsoleto que sea, y éste lo es, y en grado superlativo, que no pueda venderlo un gran vendedor. Y no cabe duda que en la casa real hay muy buenos vendedores, quizás los mejores del país, que consiguen seguir vendiendo, con los necesarios retoques para adaptar el producto a estos tiempos, como los que le dieron para vender al abuelo emérito como un hombre providencial, casi milagroso, para España y después a su hijo, el “preparado” e igualmente providencial Felipe VI, el actual rey y, por supuesto, no será menos providencial para la afortunada España y los españoles, contar con su hija, la princesa Doña Leonor, futura reina de España y jefa del Estado. 

Por supuesto, no es tarea nada fácil, seguir vendiendo a la monarquía, y más teniendo en cuenta el rastro de indignidad, de ignominia, de deshonor, de infamia, de vergüenza ajena que ha dejado el anterior rey, ahora rey emérito, a lo largo y ancho de sus casi cuarenta años de excesivo y disparatado reinado del que no sabemos ni una parte de todas sus tropelías, y muy probablemente nunca las sabremos porque el poder ha sabido protegerlo, cubrirlo, resguardarlo, tapar todos sus desmanes, sus abusos  durante todo su mandato. Y los medios de comunicación, que deberían haber destapado tanta fechoría, tanto desmán, han participado de esta escandalosa ley del silencio que debería llenarles de vergüenza, si supieran lo que es eso.    

Pero aunque el emérito hubiera sido un buen rey, algo que no lo ha sido nunca porque, como buen Borbón, ha estado en otras cosas que tienen más que ver con amasar una gran fortuna personal aprovechándose del cargo, y disfrutar de una vida absolutamente desenfrenada, muy pasada de rosca, de la que no sabemos prácticamente nada porque siempre ha estado bien protegido por el Estado y gozado de total y absoluta impunidad, aunque, como decimos, el rey emérito, el que nos dejó el Caudillo como amarga herencia,  hubiera sido ejemplar,  la monarquía seguiría siendo, con su delirante sistema de sucesión de padres a hijos, una institución sin pies ni cabeza, inadmisible en estos tiempos; una reliquia, una antigualla, una entidad absolutamente anacrónica, absurda, se mire como se mire, que está en manos de una familia que la tiene en propiedad como una especie de franquicia. Y está bien traída la palabra “franquicia” por venir por obra y gracia del dictador Franco. Y los expertos vendedores bien pagados por la casa real con cargo a los presupuestos generales del Estado, se afanan en venderla como una institución no solo necesaria sino imprescindible para España. Casi nada.

Ahora recuerdo un chiste del inolvidable Antonio Fraguas “Forges” en su monumental obra “Los forrenta años”, donde hace una crónica deliciosamente  “Forgiana” de la  dictadura franquista.  Para ilustrar la noticia  de que a primeros de enero de 1940 se convocaron exámenes extraordinarios, a los que se les llamó “patrióticos”, para los estudiantes que no hubieran podido examinarse por motivos guerreros, estudiantes “nacionales”, por supuesto, en la viñeta que ilustra la noticia aparece un tribunal examinador formado por tres hombres vestidos con el uniforme de la falange. El presidente del tribunal le pregunta al examinado, también vestido con el uniforme de la falange, que cual es el área del triángulo. El examinado responde que “Franco por Doña Carmen partido por dos. “Aquí tiene su título de arquitecto”, le dice el examinador. “No, si yo vengo a industriales”, le responde el examinado. “Pues ya tienes dos, chato” le contesta el presidente del tribunal. “Gracias Papá, responde el examinado.

Este “chiste”  del añorado Forges, basado en hechos reales, encaja muy bien con el actual “chiste” de los méritos y las inigualables condiciones para gobernar que atesora la princesa Leonor. Los mismos méritos, virtudes y altas capacidades que, atesoraban, y atesoran, el padre de la princesa, el actual Rey de España Don Felipe VI, y no digamos el también rey de España, aunque en grado de emérito, Don Juan Carlos I. Un título, el de “emérito”, que es lo mismo que rey vitalicio, un cargo que, habida cuenta de sus “problemillas” con la ley, le hicieron a medida para garantizarle su “inviolabilidad” una palabra que suena mejor que la más propia de “impunidad” que es el privilegio del que siempre ha gozado y seguirá gozando hasta el último día de su vida. Una impunidad que necesita como el comer para esquivar, para mantener a raya a la justicia. Una justicia que rebota contra el muro de su impunidad como una pelota de pinpón contra el blindaje de un tanque. Una justicia que desde luego no es igual para todos, como afirmó muy serio, sin reírse, tomándonos por imbéciles, una vez más, el entonces rey Don Juan Carlos I en uno de sus más memorables y descacharrantes monólogos humorísticos de las nochebuenas que tuvo la desfachatez de soltarnos, uno tras otro, a  lo largo de los casi cuarenta años de su reinado. Un reinado, una jefatura del Estado que, lo diremos las veces que hagan falta, le fue entregada, regalada como se regala un cortijo, por el dictador Franco que no tenía a quien poner como sucesor, y tuvo la ocurrencia de reinstaurar la monarquía borbónica y colocar al entonces niño Juan Carlos de Borbón como heredero. 

Y así comenzó  la dinastía Borbónica una nueva andadura en un país que ya había sufrido bastante a los Borbones a lo largo de su historia, pero ya saben eso de “si no quieres caldo…”. Una dinastía Borbónica que los redactores de La Constitución del 78 metieron con calzador, sin pasar por el “pequeño trámite” de someter a referéndum la forma de gobierno, monarquía o república, que querían muchos españoles y españolas para su país. Un preceptivo referéndum que habrían convocado de mil amores si no fuera porque las encuestas daban que perdía la monarquía. Recordemos que en una entrevista de la periodista, recientemente fallecida, Victoria Prego, al entonces  presidente Adolfo Suárez, éste reveló, en un descuido, y un micrófono poco patriota que alguien había olvidado apagar se encargó de divulgar, el secreto de por qué no se llevó a cabo el preceptivo referéndum a la ciudadanía: “hacíamos encuestas y perdíamos”.  Y metieron al rey en la Ley  para la Reforma Política, porque si hacen el preceptivo referéndum, habrían perdido. Es decir, colaron de tapadillo al Borbón, metiéndolo por las bravas, como esos niños brutos que meten a martillazos un cuadrado dentro de un círculo, o una estrella dentro de un triángulo. Un triángulo cuyo área seguía siendo la de “Franco por Doña Carmen, partido por dos”.

Ahora sigue dando un poco de vergüenza ajena ver como la monarquía sigue adelante con los faroles vendiéndonos a la heredera del trono como lo mejor de lo mejor para España. De hecho ya ha sido nombrada oficialmente heredera al trono, y ya ha recibido las primeras, y sobra decir que muy merecidas, condecoraciones civiles y militares, y las primeras medallas de las muchas que recibirá por sus grandes méritos que sin duda irá sumando, porque su carrera al trono no ha hecho más que empezar. Y nunca se acabarán sus méritos ni las correspondientes medallas. Acordándonos de Marx, Don Groucho, podemos decir: ¡Traed medallas, más medallas!.  ¿Será por medallas?.

El llamado “Régimen del 78” sigue adelante con los faroles ignorando olímpicamente a millones de republicanos que seguimos esperando ese referéndum que nunca llega. Un preceptivo referéndum que sería muy bueno para el país, porque  se llevaría a cabo un acto de justicia que ya está tardando demasiado tiempo. Y sería muy saludable para la democracia sacar las urnas para decidir qué sistema de gobierno queremos. Y todos ganaríamos: en el caso de que ganara la monarquía, le daría la legitimidad que todavía no tiene, y en el caso que ganaran los republicanos, volvería esa Tercera República que muchos millones de españoles añoramos. Pero seguimos esperando, como dice ese tanguillo antiguo del cantaor Antonio El Chaqueta: “Sentaíto en la escalera, esperando el porvenir, y el porvenir nunca llega”.

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