Xavier García Albiol, el popular alcalde de Badalona (tercera ciudad de Cataluña), la ha vuelto a liar con un tuit xenófobo de los suyos. En concreto, en su publicación describe un suceso al que está asistiendo en vivo y en directo, una escena protagonizada por “unos diez hombres marroquíes –todos con una bolsa de una entidad social– de entre 25 y 40 años, todos con teléfono, casi todos con gafas de sol, aspecto saludable, alguno incluso con un cuerpo de gym y haciéndose fotos con el signo de victoria”. Por lo visto Albiol estaba en el mismo ferri que los muchachos inmigrantes y no se le ocurrió otra cosa mejor que ponerse en plan pitoniso para avisar de que “España se convertirá en Francia más pronto que tarde y si no al tiempo”.
Pocos mensajes más nauseabundos que este se han divulgado últimamente en la red social X, Gran Hermano fascista de Elon Musk. Con este pequeño microrrelato tuitero, asqueroso y racista donde los haya, Albiol ha querido llamar la atención sobre lo que, a su juicio, es el gran problema de la extranjería, que según él provoca inseguridad ciudadana en las calles, otro bulo más, ya que el 98 por ciento de los inmigrantes que viven en España jamás ha cometido un delito.
Pero más allá de la digresión política de brocha gorda del alcade sobre los problemas de la delincuencia en nuestro país, llama la atención que se recree, con tanto detalle, casi con fijación freudiana, en la descripción física de los inmigrantes. Hay algo enfermizo en esa mezcla de admiración/rabia que Albiol demuestra hacia los morenos. ¿Qué es lo que le molesta en realidad a este hombre, que haya personas de raza negra más musculados, más fibrosos y más fornidos que él? ¿Que estén machacados de gym, o sea mazados o cultivados de gimnasio? ¿Que presenten un aspecto saludable, que se permitan llevar gafas de sol o que hagan el gesto de la victoria con los dedos? Quizá sea una combinación de muchas cosas, cosas psicológicas, extraños atavismos que están en la mente compleja de alguien que apunta maneras racistas que no podemos detenernos a analizar aquí porque nos llevaría todo el día.
Sea como fuere, lo de Albiol empieza a ser preocupante. Que un líder político pierda el tiempo en recrearse en cómo unos muchachos risueños y felices suben a un ferri (como uno de aquellos rencorosos capataces de las plantaciones de algodón de antaño que, empequeñecidos y minúsculos moralmente, observaban desde la valla la dignidad y la talla moral del esclavo inmerso en sus cánticos espirituales) produce tristeza, inquietud y miedo. No podemos entender cómo en pleno siglo XXI, ya conquistados los derechos humanos, alguien puede reconcomerse por dentro mirando la planta de otros mejor formados que él. Por momentos, al leer el tuit de Albiol, uno no puede dejar de recordar a aquel personaje de American Beauty, el ultra reprimido y reaccionario que espía al vecino (interpretado por el gran Kevin Spacey) mientras este levanta unas pesas con el torso exultante y trabajado. En esa mirada atormentada, magistralmente captada por la cámara de Sam Mendes, no solo hay recelo y frustración ante el diferente –en este caso ante el que ve como un peligroso demócrata, libertino, comunista o woke–, también hay un poso de envidia por no poder ser como él, por no poder gozar de su libertad y plenitud física y personal, en definitiva, por no poder alcanzar la felicidad del vecino.
Si el alcalde Albiol empieza a tener un cuerpo escombro que le provoca rechazo cuando se mira al espejo, que se apunte al gym, como él dice, y se ponga las pilas. Pero intentar denigrar al migrante porque es más fuerte y joven que él, babear (de furia xenófoba o silenciosa admiración, ahí lo dejamos) ante un grupo de chavales africanos pletóricos con toda la vida y el futuro por delante, no hace sino poner en evidencia un complejo de inferioridad que sin duda debe ser tratado.
El norteamericano blanco relega al negro a la condición de limpiabotas y deduce de ello que sólo sirve para limpiar botas, decía Bernard Shaw. Albiol quiere un inmigrante famélico, pobre, enfermo, subyugado racial y económicamente (el señorito arriba, en la mansión, y el negrata abajo dando el callo y bien sometido). Pero ahora que acabamos de salir de unos Juegos Olímpicos en los que hemos vuelto a constatar la apabullante superioridad atlética de los negros sobre los blancos (el baño de medallas de los primeros sobre los segundos en las pruebas de atletismo, por ejemplo, ha sido antológico) sorprende que Albiol envidie el body duro y broncíneo del inmigrante. Mucho nos tememos que lo que ocurre aquí no es que al polémico regidor le preocupe que los menas tomen las calles para cometer crímenes en plan gánsteres de Chicago, sino que con esos cuerpazos que Dios (o Alá) les ha dado puedan terminar conquistando a nuestras mujeres (machismo y xenofobia suelen ir íntimamete unidos). O sea, la envidia, la impotencia y la fijación obsesiva de un señor viejo y caduco dominado por el complejo de inferioridad (propio de una etapa infantil o fálica no superada) que se estremece de pánico al ver al senegalés, nigeriano o marroquí como un amenazante superdotado físico salido de la selva y cabalgando sobre una boa constrictor. Inmadureces de personas traumatizadas por el cuento del hombre del saco.
Sorprende que el edil de Badalona se detenga en el morbo del cuerpazo del africano, que se fije tanto en sus tabletas de chocolate, en sus bíceps florecientes, en todos esos dones que él desea y anhela pero que, bien por dejadez, bien por la edad, ya no posee (quizá nunca los tuvo). El fascismo se cura leyendo y el racismo se cura viajando, decía Unamuno. Pero este personaje no se cura ni dando la vuelta al mundo.