Jesús Ausín

Las alegrías del pobre

09 de Julio de 2024
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Captura de un video de la RFEF en facebook.

El sol estaba a punto de ocultarse. Las últimas luces del día apenas si hacían distinguir las sombras. Era el mes de junio y el pastor apuraba las últimas horas de la tarde para volver a la tenada. El rebaño, recién esquilado, caminaba despacio por los caminos, veredas y cañadas porque la hierba era mucha y se entretenían comiendo.

Cuando llegaban a la era que rodea la tenada, el rebaño, se dividía en seis. Tantos grupos como dueños de ovejas y de majadas. Para distinguir unas ovejas de otras, cada una de ellas llevaba el costado trasero pintado de un color. Verde para las de Ambrosio, Azul para las de Canuto, Rojo para las de Cipriano, Lila para las del tío Mulato, amarillo para las de Olegario y Negro para las del señor Constancio. 

 A la llegada a la era, la luz era tenue y las sombras muchas. Algunos días era casi imposible distinguir el color verde del azul y el rojo del negro. Casi siempre era aún más difícil de distinguir el lila del azul. Y por ello, pasaba más de una hora desde que el rebaño se acercaba a la era hasta que, finalmente, salía dividido en seis hacia las majadas dónde pasaban la noche. El primer paso era separarlas por colores. Como no se distinguían bien los mismos, una vez se habían dividido los grupos, se contaban los elementos. No todos los rebaños eran iguales, ni todos los dueños poseían el mismo número de animales. Así que tocaba separar y contar. Cuando por fin, cada uno de los grupos tenía el número correspondiente de ovejas, tocaba consultar con el pastor, de qué dueño eran los corderos que se habían añadido al rebaño por parto durante el trayecto. 

Generalmente, no había problemas porque, en el mejor de los casos, podían ser siempre cargados a cuestas el propio pastor. Pero últimamente, había habido muchos problemas porque corderos con pocos días desde su nacimiento no volvían al redil o porque en algunos casos faltaba alguna oveja.

El pastor decía desconocer que es lo que había pasado. Y era evidente que él no se los quedaba porque le habían estado vigilando de lejos y nunca pudieron ver ninguna anomalía en su comportamiento. 

El caso es que las desapariciones fueron en aumento, la preocupación también, hasta que llegó un momento en que, los cinco ganaderos, decidieron despedir al pastor porque no cumplía bien con su cometido, ya que los corderos seguían faltando y alguien se estaba quedando con ellos durante el transcurso de las jornadas en el campo, y aunque, le habían estado espiando y no pudieron comprobar que nadie se acercara al rebaño, ni tampoco que el pastor los apartara, había que tomar medidas.

Diez días después de haber despedido al pastor, volvieron a faltar dos corderos de cuatro días de vida.

Nadie parecía querer explicar cómo era posible. Y, sin embargo, la resolución del enigma estaba en el propio sistema de separación del rebaño. Los ganaderos habían despedido al pastor, pero quien ayudaba en el recuento era uno de los ganaderos. Que, por supuesto, contaba mal a propósito, metía los corderos entre los de su grupo y luego por la noche los hacía desaparecer, apartándolos y llevándolos al matadero al día siguiente.

¿Cómo iban a pensar los demás que uno de ellos, les estaba robando? Era más fácil echar al pastor y a los perros que pensar que el sistema que tenían montado era el que fallaba por culpa de la corrupción de uno de ellos.

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Las alegrías del pobre

Decía Karl Marx que la religión es el opio del pueblo. Claro que este gran filósofo y pensador vivió en el siglo XIX en plena revolución industrial y en un ambiente dónde las religiones aún marcaban agendas políticas de los estados y desde luego, las conciencias de la mayor parte de los ciudadanos.

La historia es una rueda de hámster sobre la que rodamos día tras día. Hoy, la religión aún marca en algunos lugares de la tierra agendas políticas, pero muy pocas conciencias ciudadanas. Y, sin embargo, los poderes tienen otra serie de opios en los que el pueblo adormece mientras les roban la merienda.

 

En estos días, una España que ocupa el primer puesto en pobreza infantil, que tiene serias carencias en el acceso a productos de primera necesidad, porque los precios son cada día más elevados, una España a la que han dejado sin sanidad universal y en la que la gente se muere esperando más de un año a ser operado, más de siete días para ser atendido en un ambulatorio y en la que los ricos son becados mientras que a los pobres se les niega hasta el derecho a la educación, vive el subidón adrenalítico en la calle, aguanta el chaparrón de los cuarenta grados, se empeña en tomarse unas cervezas que quizá no puede permitirse porque el fútbol levanta pasiones y se utiliza como gas durmiente por parte de los medios de comunicación.

Y mientras rueda la pelota y unos cuantos chavales que cobran millones por darle patadas a un balón, lo hacen en Alemania, España se paraliza. Porque durante el tiempo que España siga participando en esta otra guerra incruenta, ya no hay pobreza infantil, no hay trabajos precarios, ni problemas de masificación turística, ni para poder vivir en una vivienda digna sin tener que dejar el 80 % del salario y desde luego, tampoco para tener que comer prefabricados congelados todo el mes.

Y me parecería perfecto, porque como me decían en la obra, en todos los trabajos se para y se fuma, y porque todo el mundo tiene derecho a sentir satisfacción por algo y a llevarse alegrías, si no fuera porque hoy es el fútbol, mañana el tenis, pasado mañana el Madrid y al siguiente Carlos Alcaraz. Y mientras España vibra con las gestas de los españoles en el extranjero, aquí, los jueces se han enrocado gracias al pacto PSOE-PP para ser aún más intocables, para convertirse en poder legislativo y ejecutivo sin pasar por las urnas. La sanidad no funciona, pero tenemos que dar las gracias porque, por primera vez, el Ministerio de Sanidad desfila en Madrid en el Día del Orgullo. La ministra de empleo nos dice que España va como una moto, pero el caso es que es imposible pagar un alquiler, comprar una casa o comer fruta, pescado fresco o comprar aceite de oliva virgen extra porque el gobierno de España en lugar de establecer prioridades sobre lo que son los bienes de primera necesidad y sacarlos de la especulación, ha decidido que es mejor idea quitar el IVA para que las grandes superficies puedan ganar un 21 % más. Y para la mayoría de la ciudadanía parece ser más importante el fútbol, Alcaraz o sursuncorda que tener derechos laborales, pensiones, casa, sanidad o educación para sus hijos.

Y si además, tenemos que aguantar a los grandes periodistas, ilustres pensadores, famosetes y demás intelectuales de pacotilla que nos dicen que la culpa es nuestra por no votar o por votar mal, el dolor se hace insoportable. Porque según ellos, no es el sistema el que hay que cambiar, a pesar de que solo crea indiferencia, guerras, conflictos, malestar y pobreza en general, sino al pastor. Porque el pobre no se entera de quién se lleva los corderos.

Salud, república y más escuelas.

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