Carmen López Manzano

Algo habrán hecho

29 de Marzo de 2025
Actualizado el 01 de abril
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feminismo mujer 8M

El pasado 8 de marzo decidí acercarme al carnaval feminista que, como ya es tradición, se celebra cada año a lo largo y ancho del territorio español. Al igual que ocurre con el 1 de mayo, la izquierda ha logrado despojar a estos días de su contenido original, convirtiéndolos en marchas dantescas donde el protagonismo lo acaparan batucadas con mujeres bailando twerk y niñas grabando vídeos para TikTok.

En los manifiestos de las diferentes organizaciones se repite la idea de la “igualdad de género” una y otra vez. Las veteranas del movimiento insisten en la brecha salarial, sin pararse a pensar que en España, a igual trabajo, el salario ya es igual por ley, y que sus discursos continúan ignorando esa realidad en favor de un relato desgastado. Argumentan que los sectores laborales más feminizados están peor remunerados, y recogen ciertas reivindicaciones como si fueran exclusivas de las mujeres para sembrar votos. 

Cuatro días antes de la manifestación, en el programa La Revuelta, una cuidadora reclamaba mejores condiciones laborales mientras convocaba a una manifestación subvencionada por el Gobierno. Sin embargo, resulta curioso que ninguna de estas organizaciones cuestione la reforma laboral ni denuncie el hecho de que no ha habido una huelga general en trece años. Aun así, no han escatimado esfuerzos en promover “huelgas feministas”, en las que, contradiciendo el propio significado de huelga, se exigía que los hombres trabajasen por ellas.

Pero si hay algo en lo que la izquierda es realmente experta, es en instrumentalizar las tragedias. La Unión Europea destina unos quince mil millones de euros al año a políticas para prevenir la violencia de género. Sin embargo, las cifras de mujeres asesinadas a manos de sus parejas no han disminuido ni lo más mínimo. En los consejos de administración de estos fondos suelen sentarse personas cercanas a los partidos políticos, y basta con revisar cualquier boletín legislativo para comprobar que gran parte de ese dinero se diluye en actividades que difícilmente justifican el gasto. Se ha creado un negocio redondo, un sistema en el que todos los partidos, de una u otra forma, desvían fondos públicos.

Aunque algunas feministas, más críticas con el Ministerio de Igualdad, intentan desmarcarse de los fracasos de los grandes partidos, todas participan de la misma moda delirante. Pelean contra un patriarcado imaginario y alimentan la fantasía de un privilegio masculino natural que no existe en la realidad. Mientras las más mayores se agarran a la memoria de una España más conservadora y hablan de reivindicaciones pasadas, las generaciones más jóvenes de mujeres han crecido bombardeadas por tierra, mar y aire con toda una propaganda feminista que fomenta el individualismo camuflado de empoderamiento. Los gritos de “sola y borracha, quiero volver a casa” son un clásico de estas marchas, pero la conciliación familiar queda relegada al olvido. Han logrado que muchas vean la maternidad como un lastre en sus vidas, en vez de reivindicar el derecho a ser madres sin que ello suponga renunciar a todo lo demás.

Cada vez que una mujer cuestiona cualquiera de estos puntos, recurren al chantaje emocional. Nos quieren hacer sentir en deuda con una corriente que, en muchos casos, se cuelga medallas por conquistas que no le pertenecen. Su odio ciego hacia los hombres occidentales las tiene tan obcecadas que no son capaces de ver qué está provocando el aumento de agresiones y vejaciones contra las mujeres en su propio territorio. Algo que deberíamos tratar como un acto de guerra, ellas lo pasan por alto mientras señalan al enemigo equivocado.

Como novedad, el manifiesto de la Comisión 8M del Movimiento Feminista de Madrid de este año colocó el antirracismo como su principal reivindicación. Parece que la transgresión del transfeminismo está cediendo terreno a la multiculturalidad como nueva bandera. Si los hombres autodenominados mujeres ya mostraron las contradicciones del movimiento, con la defensa de las costumbres islámicas están cavando su propia tumba. Defienden la libertad de las inmigrantes que llegan a España y de sus hijas para velarse la cabeza, apelando a ese individualismo que tanto ensalzan. Incluso hay algunas “feministas islámicas” que defienden su uso a capa y espada. Pero no es culpa nuestra que haya idiotas dispuestas a tragar con los abusos de sus países de origen, deberían combatirlo en lugar de aplaudirlo. 

En esto ha resultado la revolución feminista llevada a cabo por el Gobierno “más progresista de la historia”. Quizás en el primer capítulo del libro Algo habremos hecho, de Irene Montero, deba incluir el desprecio más insultante a la historia de un país que ya era igualitario para arrodillarse ante una cultura atroz y medieval. Y lo peor de todo es que ha dividido nuestra sociedad y la ha dejado indefensa ante esta imposición.

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