18 de Junio de 2024
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desamor

La política del amor. Es irónico. En un mundo tan interconectado, estamos más separados que nunca. Y los líderes, que deberían unirnos, nos enfrentan. La política, ese arte que debería ser la herramienta fundamental para construir una vida mejor, parece haberse convertido en una trinchera de odio y división. Esa necesidad insaciable de caminar hacia la animadversión que eclipsa la verdadera razón que realmente nos mueve y motiva a seguir viviendo, el amor.

Porque el amor, en su esencia, es la búsqueda constante del entendimiento y el compromiso. Cuando dos personas se aman, a pesar de sus diferencias, encuentran la manera de convivir, de ceder, de pactar. No hay amor sin concesiones, sin renunciar a pequeñas partes de uno mismo en favor del bienestar común. Es un juego de equilibrio, donde el propósito final es la armonía y el progreso. Y, quien tiene la suerte de tenerlo y practicarlo, lo sabe y lo defiende. Lo sé, lo defiendo y, lo más importante, lo cuido.

Casi igual que en la política actual. Supuestos representantes de la ciudadanía con corazones vacíos que tienden a destacar las desemejanzas y profundizar en las desavenencias, descartando la pesquisa de la afinidad. No hay manera. Sumidos en la cadena perpetua de la campaña electoral en forma de guerra mediática cuyo objetivo esquiva la propuesta de soluciones y persigue la destrucción del oponente. En vez de tender puentes, se construyen muros.

Este negativismo mediático, que vende titulares y atrae audiencias, no es más que un veneno que lenta pero indomablemente contamina nuestras sociedades. Como si estuviéramos atrapados en una relación tóxica con la clase política, donde el abuso emocional se ha normalizado.

Imaginemos por un momento que aprendieran del amor. Que en lugar de ver al contrario como un enemigo, lo adoptaran como alguien con quien compartir inquietudes, unir sinergias y, en última instancia, dejarse llevar por descubrir puntos de acuerdo por el bien colectivo. Eso hacemos en nuestras relaciones personales. Escuchar, comprender y ceder. No siempre reina la coincidencia, pero sí la responsabilidad de aunar fuerzas como única fórmula para avanzar juntos.

Quién sabe, querido/a representante, si dejándose llevar por las musas del amor - o mínimo, de la cordialidad y empatía - tropieza con alguno de sus homólogos y se asombra de su sincronía. En caso contrario, siempre puede registrarse en Tinder. Pero ábrase. Cupido tiene el don de la omnipresencia y, sobre todo, de la sorpresa. Cuando menos lo esperas, recibes el flechazo. Y, con él, las mariposas en el estómago. Porque, aunque muchas veces no sale bien, desistir no suele entrar en nuestros planes. A veces necesitamos un tiempo para reflexionar y sanar. Quién dijo fácil.

No. Me resigno a dejar de abrazar la utopía de que existan políticos que comprendan que el verdadero poder no está en imponer su voluntad, sino en encontrar un camino común. Porque la política debería ser una extensión del amor. Si esta se deja enamorar, se convierte en el verdadero arte de gobernar y en el elemento vertebrador de la democracia y del desarrollo ciudadano. Solo con amor, dígase entendimiento entre las partes, la política volverá a ser política. Am(arte). La política necesita enamorarse. Y tú también.

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