Amo lo benigno sin importarme qué reputación le disteis a lo que me permite practicarlo.
Amo la embriaguez del entusiasta y la valentía generosa del tonto del pueblo.
Amo conocer que suele ser el asesino el que viene a salvarme.
Y amaría mi propia ceniza de ser alguna vez incinerado.
Amo la terquedad de la nobleza humana.
Toda filosofía es confortable y todo amor es filosófico —quien amó de verdad una vez, puede pensar ahora con acierto—.
Amo los pensamientos heroicos que se van a navegar para invocar la tierra y amo el agua desahogada entre las manos de las niñas en las fuentes de los hospicios.
Amo la oscuridad, el vientre lujurioso de la conjetura, la semilla puesta en pie para cuestionar al árbol.
Odio olvidarme de las cosas que hube amado; y, de todos los placeres que he tenido, mi pulso es el que más me reconforta.
La luna es un remordimiento que tuve siendo niño y puse sobre el cielo para sentir vergüenza el resto de mi vida.
Y amo el resto de mi vida.
Quererme es, por costumbre, el mejor de mis aciertos.