Cuando decido escribir un artículo suelo tener in mente qué premisa, argumentos y datos voy a utilizar. En este caso, no tengo la más remota idea de qué escribiré a continuación. Lo único que sé a ciencia cierta es que todo lo que redacto está profundamente imbuido por cuestiones personales. Así pues, el sector sagaz será capaz de identificar a qué me refiero con el título. Por un lado, se trata de una alegoría a la obra de Gabriel García Márquez, y por otro, a esa imperiosa necesidad particular de relatar la actualidad. Para mí, escribir es una redención de la monotonía, el nihilismo y el ambiente inhóspito que cierta “cólera” nos ha legado.
La novela, de quien otrora fuere premio Nobel de literatura (1982), está ambientada en su Colombia natal, y se suele argüir que abarca desde mitad del s.XIX hasta comienzos del s.XX. Se trata de una obra donde confluye el amor juvenil y senil, una epidemia de cólera-morbo, la guerra, el impertérrito paso del tiempo y su conclusión lógica, la muerte (contextos que, por otra parte, nos son bastante familiares). El joven Florentino Ariza estaba enamorado hasta la médula, de Fermina Daza con la que mantenía una vívida correspondencia e incluso, planeaban casarse. El padre de ella truncó sus planes y se la llevó de viaje por Colombia (lo que Márquez llama el “viaje del olvido” puesto que se trataba justo de eso). Fermina tenía la certidumbre de que no volvería ver a su amado.
Durante la travesía, la protagonista se dio cuenta de que Florentino no era el hombre idóneo para ella, y acabó casándose con un doctor. Pero pronto sería consciente de su error: había repudiado a la persona que amaba por una a la que no quería y con la que estaría casada durante 50 años. Florentino por su parte, mantendría relaciones sexuales ecuánimes y desapasionadas con muchas mujeres, pero nunca volvería a enamorarse. Después de la muerte del marido de Fermina, Florentino se presentó en el funeral. Ella a priori lo rechazó, pero el amor entre ambos acabó volviendo a su cauce.
En estos tiempos delicuescentes de pandemia y amor líquido, muchas cosas han cambiado, quizás las más positivas, y muchas otras se han consolidado, quizás las más negativas. El contacto físico y visual se ha ido desvaneciendo y vivimos anclados a una mascarilla, cuya eficacia científica dista mucho de estar corroborada. Nos hemos acostumbrado a una fina capa de tecnocracia, de profetas del apocalipsis que vociferan en los medios a favor de medidas más restrictivas mientras braman por la salud mental. Los corifeos de la seguridad sanitaria lanzan improperios hacia muchos sectores de la población, todo permitido bajo el mantra del “bien común”. Esto ha afectado a la forma en la que nos relacionamos y, paradójicamente, estando más conectados que nunca mediante la tecnología, vivimos en un constante letargo de aislamiento, en muchas ocasiones autoimpuesto.
Pertenezco a esa generación que ha crecido con Internet, redes sociales y que ha vivido inmersa en el aura de la inmediatez. Queremos todo ya, lo más rápido posible y no estamos dispuestos a esperar. La espera (desespera, como reza el dicho) forma parte de las cosas que valen la pena, eliminarla de la ecuación es sumirnos en el pozo de ansiedad en el que nos encontramos[1]. Traigo a colación el artículo de Carmen Posadas “No lo conozco, solo nos hemos acostado[2]”, que en buena medida relaciona esa cultura de la inmediatez con una banalización de la sexualidad, la cual ha llevado a relaciones infructuosas por las que todos hemos pasado alguna vez.
La pregunta que me asalta es: ¿se puede amar hoy? En España se calcula que más de un 30% de la población ha sido infiel en algún momento de su relación[3]. No es baladí que se hayan consolidado movimientos que promulgan el libre albedrío y nuevas formas de concebir la pareja en términos más liberales. Viendo las posibilidades tan elevadas de que te sean infiel, ¿por qué no jugar con reglas más laxas? Fair enough. El problema, a mi juicio, viene cuando en la cotidianeidad se van desvaneciendo elementos que solían vertebrar la sociedad: la pareja, y por extensión la familia, el trabajo estable, las creencias, etc.
Si en las postrimerías del s.XX todo esto pendía de un hilo, en la actualidad pandémica se ha desmoronado cual castillo de naipes. Seguramente, los que más hicieron por cambiar la concepción de las parejas fueron los jóvenes del mayo del 68’ y su funesta, y a la vez, necesaria revolución sexual. La deslocalización a mansalva de empresas durante los 80s también eliminó esos trabajos seguros y el paradigma keynesiano de pleno empleo quedó obsoleto pocos años antes. La religión proporcionaba el sentido a la vida, pero en un Occidente cada vez más secular, esta fue remplazada por ideologías políticas que mermaron millones de vidas durante el s.XX[4].
Alguien podría objetar que estas afirmaciones tienen una calima de nostalgia hacia un pasado que se pretende mejor, y no, no es mi intención idealizarlo. Cada época histórica tiene sus luces y sus sombras. Por poner un sucinto ejemplo al respecto, Toni Negri, quien otrora fuere el intelectual de cabecera de la extrema izquierda italiana, postuló que durante los 80s poca gente quería trabajar en las fábricas. Estos trabajos eran anodinos y monótonos hasta la saciedad. ¿Había empleos con más seguridad que ahora? Sí, pero habría que tener presentes las condiciones y cuánta gente estaría dispuesta a hacerlos.
Cualesquiera que sean las idiosincrasias de dicho pasado, Lyotard planteó que habían caído los metarelatos y eso nos hace movemos en un mundo con cada vez más incertidumbre. El amor no resiste las embestidas de los quehaceres de cada amante, puesto que, la formación y la autorrealización es lo más importante, ¿no? El hecho de consolidar relaciones duraderas que puedan traernos dicha no inmediata pasa a un segundo plano, dado que eso requiere un sacrificio que ya nadie está dispuesto a hacer.
El profesor Bastos, de cual soy un deudor intelectual, explicaba en una conferencia llamada “Los valores del capitalismo”[5] que se habían perdido las virtudes que antaño habían hecho próspera a una civilización que era mísera. Con su tono perspicaz, nos decía que sus alumnos rompían con sus parejas porque se iban de Erasmus. Ciertamente, tuve la oportunidad de experimentar qué era el Erasmus, y puedo corroborar que muchas parejas habían roto por ello. El ambiente era idóneo para eso, puesto que de lo que se trataba era de emborracharse hasta perder la conciencia, salir de noche y flirtear con todo lo que se moviera. Siempre lo he repudiado. Otro aspecto que subrayaba mi querido Bastos era un aviso a navegantes, especialmente para gente de mi edad: recuerda que hoy eres joven y lozano, pero mañana serás viejo y marchito, si no construyes ahora, ¿quién te cuidará y te acompañará hasta que exhale tu último aliento? Me vino a la cabeza el lema latino tan presente en la historia del arte hasta el s.XVIII, Memento mori (recuerda que morirás).
Sea como fuere, el punto clave de este artículo pasa por una crítica acérrima a una sociedad cada vez más hedonista y narcótica, en la cual, la responsabilidad queda relegada al ostracismo e incluso, desde ciertos sectores institucionales se impulsa ese mantra nefasto del carpe diem (que, para más inri, se usa con una traducción distorsionada del latín) y parece que el futuro era “liberarte” de responsabilidades, autorrealizarte y verte en los treinta acompañado/a de gatos y en un coliving. Completamente despojados de los vínculos emocionales, que como he comentado con anterioridad, requieren de tiempo y paciencia. Roma no se hizo en un día. Entonces, desde mi perspectiva, la pandemia ha sido un elemento galvanizador para este derrotero emprendido por las sociedades occidentales[6].
Por último, el libro de Márquez describió el problema sanitario de la siguiente forma “la epidemia de cólera morbo, cuyas primeras víctimas cayeron fulminadas en los charcos del mercado, había causado en once semanas la más grande mortandad de nuestra historia”. En las páginas siguientes añadió, “Desde entonces, y hasta muy avanzado este siglo, el cólera fue endémico no sólo en la ciudad sino en casi todo el litoral del Caribe y la cuenca de La Magdalena, pero no volvió a recrudecerse como epidemia”. Aprendieron a vivir con él. Como nosotros debemos aprender a coexistir con el COVID y con las vicisitudes mencionadas a lo largo del artículo. Como también aprenderemos a vivir, a pesar de todo.
[1]https://consaludmental.org/sala-prensa/salud-menta-poblacion-espanola-cae-en-picado-pandemia/.
[2]https://www.xlsemanal.com/firmas/20201005/no-lo-conozco-solo-nos-acostado-carmen-posadas.html.
[3]https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2020-05-29/infidelidad-sexo-espana-cuarentena-relaciones_2607052/. En este caso, infidelidad se mide a partir de haber tenido o no relaciones sexuales.
[4] Eso no quita que la religión fuera una praxis de paz. En muchos casos fue justamente lo contrario.
[5]https://www.youtube.com/watch?v=KudXdAYhIgk.
[6] Digo occidentales porque son las que más conozco. No puedo emitir juicios de valor sobre otros lugares sin haber indagado previamente.