La ciudad, sumida en una oscuridad impenetrable, se estremeció al sentir el primer aliento del apagón. Los gritos de angustia y el caos inicial fueron como un eco de temor que se esparcía entre los edificios, rebotando en las calles vacías y dando forma a una sombra de incertidumbre. Pero, en el abismo de la noche sin luz, una chispa inesperada nació.
Primero, tímida, una risa perdida en la penumbra. Luego, un murmullo de voces que, en lugar de temblar, celebraban la ironía del destino. De pronto, las aceras se llenaron de aplausos, y las plazas, convertidas en escenarios improvisados, vibraban con el ritmo de una alegría desafiante.
El miedo, antaño soberano, observó su caída con incredulidad. Porque aquella noche, la luz que faltaba en las lámparas ardía con furia en los corazones, y la humanidad, lejos de doblegarse ante la sombra, la convirtió en su más inesperado aliado.
En medio de la oscuridad que devoró la ciudad, cada corazón latía con una intensidad distinta, reflejando el torbellino emocional que se desataba en las sombras.
El anciano que solía depender de la luz para leer cada noche sintió primero el filo del miedo clavarse en su pecho. Su mundo, organizado y predecible, se había vuelto súbitamente incierto. Pero cuando las voces de la juventud se alzaron en cánticos en la calle, su ansiedad se transformó en una melancolía dulce, en el recuerdo de noches de antaño en que la vida no dependía de la electricidad, sino del brillo de las almas que compartían historias a la luz de las velas.
La madre que abrazaba a su hijo pequeño experimentó el pánico fugaz de la indefensión. ¿Cómo protegerlo en una ciudad sin orden, sin la seguridad de la luz? Su temor se disipó, sin embargo, cuando el niño, ajeno al miedo, soltó una carcajada al escuchar el eco juguetón de las voces en la oscuridad. Para él, aquello era una aventura, una noche distinta, una oportunidad para descubrir el mundo con nuevos sentidos. Y ella, conmovida por su inocencia, se permitió respirar sin angustia.
El joven rebelde que, hasta entonces, había visto la ciudad como un mar de indiferencia, sintió algo cambiar en su pecho cuando las luces se apagaron. Allí, en la negrura, las barreras entre desconocidos se desmoronaban. De pronto, las sonrisas eran visibles, los abrazos espontáneos y el miedo se convertía en el pretexto perfecto para crear lazos. Su corazón latió con una intensidad que nunca había sentido, no por el temor, sino por la vibrante emoción de una humanidad que encontró su fuerza en la fragilidad del apagón.
La alegría, entonces, no solo derrotó al pánico. Lo transformó en un fuego vivo que encendió almas, en una oscuridad que no aterraba, sino que unía.
No me atrevo a afirmar que cuando se presentan estas situaciones, nadie las suponía. Hay personas que van por delante de la generalidad. Sin embargo, el temor, los ataques de ansiedad, la rabia e incluso la violencia que se produce puede afectar a países enteros.
Con las circunstancias de guerras, vividas a diario, utilizando armamentos avanzados, junto a las amenazas de guerra nuclear, nos movemos en estado de nerviosismo extremo. Cualquier incidente se magnifica y nos llena de pánico. La crisis del apagón eléctrico, aunque breve, generó intensos debates al día siguiente. Basta con las redes sociales para comprobarlo.
Las acusaciones fueron severas. Se exige la dimisión del Presidente del Gobierno como responsable. Actuó con retraso y no ofreció información alguna. Aunque no descarta nada, parece no querer decirlo. El Gobierno se encuentra sobrepasado. Además, se produjo un apagón informativo debido a la tardanza en comunicarse. La gestión ha sido lamentable. Varias comunidades piden un nivel 3 de emergencia. Sánchez no ha revelado la causa del apagón, y no parece que vaya a decirnos la verdad.
La realidad es que el Gobierno tomó el mando y realizó una buena gestión, logrando que en pocas horas volviera la normalidad. Esto debería destacarse más para acallar a tanto crítico superficial que, como mínimo, se ha entrenado bien en sembrar el caos. Con todo colapsado, parece casi un milagro que no ocurriera algo peor. Esto no debe olvidarse; hay que analizarlo profundamente para evitar que se repita. Los apocalípticos deberían callarse, ya que el suministro eléctrico fue restablecido.
Superado el apagón y sus consecuencias desastrosas, ha comenzado de nuevo la polémica habitual. Feijóo lanza una acusación claramente falsa: que el Gobierno no asumió el mando al no declarar la emergencia nacional. ¿Quién ha resuelto el apagón entonces? No se habrá solucionado solo.
Ayuso afirma que España no puede quedarse a oscuras. Según ella, cerrar nucleares ha sido un error. El país ha quedado en situación muy desfavorable y esto no debería repetirse. Como siempre, no ha dudado en proclamar en voz alta que este incidente podría volver ocurrir. Se insiste en generar conflictos para poner al gobierno en mayores dificultades, ya que el único objetivo es hacerlo caer. No observa ningún esfuerzo positivo que contribuya a solucionar el problema.
Moreno Bonilla, como de costumbre, reconoce no estar capacitado para resolver la situación Por ello, ha dejado todo en manos del Gobierno, procurando que a él no le salpique nada. Se queja incluso de las consecuencias para Andalucía, pero espera que otros resuelvan el asunto. El está acostumbrado a no asumir responsabilidades en la gestión de nada.
Tampoco olvidemos a Almeida. El alcalde de la capital dice que se sintió “huérfano de información", pero el delegado del Gobierno lo desmiente afirmando que contactó con el coordinador general de Seguridad y Emergencias. No es cierto lo que se afirma, parece un intento de engañar a los madrileños. "Frente a sus mentiras, los hechos".