Acaban de salir los decretos para la entrada en funcionamiento de la ESO en la nueva ley de educación. El modelo de aprendizaje escolar que propone tiene una calificación extraña, porque establecen que será competencial. Hasta ahora, el conocimiento era un lugar sagrado: “todos los seres humanos por naturaleza desean saber”, según establece Aristóteles en su Metafísica. Como argumentación señalaba el amor a las sensaciones, especialmente las visuales. Por eso puede sorprender que se hable de aprender por competencias.
No se trata de luchar con todos los demás para ser el primero, sino de capacidades para aplicar los conocimientos. Tenemos que adquirir esta clase de capacidades y actuar con tales competencias para que los conocimientos adquieran un sentido personal y social. Poseer muchos conocimientos es importante, pero hay que ponerlos al servicio de la eficacia tanto de las personas como de la sociedad. Si no se hace así, se convertirán en algo inerte. Podemos saber mucho, pero los conocimientos deben servir para una actuación competente. A un estudiante que tiene conocimientos hay que aprobarle, claro está, pero merece una calificación mayor, cuando sabe aplicarlos en el espacio determinado en que se encuentra.
No es fácil de entender esto. La periodista Lucía Méndez calificaba tal proceder de desgracia y error, con ocasión de la aprobación del proyecto de la ESO. Y añadía como explicación: “Sin filosofía, sin esfuerzo, sin memoria y sin notas”. Obtuvo más de 25 respuestas en el tuit, avalando su mensaje brutal. Estamos creando, dicen, una sociedad de ciudadanos dóciles, acríticos y borregos. A otros nos puede parecer lo contrario, porque se trata de crear ciudadanos que piensen, sin dejar vacíos los conocimientos, ya que aprenderán a aplicarlos. Se trata de perspectivas de visión, que hay que conocerlas antes de descalificarlas con las críticas más superficiales y demasiado periodísticas.
Sin memoria no es posible aprender, pero es necesario mantener lo que sea relevante o significativo. Siempre ha aconsejado esto el profesorado, pero los estudiantes no lo hacían así por una razón elemental, que antes hay que descubrir lo que sea relevante. En general, lo memorizaban todo para soltarlo después en los exámenes, pero no lo fundamental. Pobres estudiantes a los que hemos enseñado tan mal. Encima, a los que habían dedicado más esfuerzo en memorizar y disponían de una despensa llena de contenidos luego no tenían tiempo para escribirlo todo en el papel y eran los que más se desesperaban. Se trata de una memoria comprensiva, que es capaz de relacionar lo nuevo adquirido con lo ya sabido para utilizarlo.
El problema consiste en que una cosa es lo que se aprende en los centros educativos y otra las necesidades reales a las que tiene que enfrentarse el estudiante, cuando está fuera de estos centros. Así se decepciona y no tiene gusto por aprender. Los antiguos pedían una escuela para la vida y tenían mucha razón, porque de lo contrario todo queda desdibujado. El niño lo pasa bien en la escuela, ya que lo que aprende cada día lo aplica después en la vida cotidiana adecuadamente. Los padres se quedan admirados de lo que aprenden sus hijos, cuando se lo cuentan y lo aplican luego con sentido. Les ven progresar. Aprender un consumo responsable es actuar después consumiendo de manera sostenible y sana.
Es preciso aprender primero lo que sea imprescindible, lo deseable también es importante, pero se subordina a lo anterior. Si atendemos a lo imprescindible, tendremos que hacer una poda considerable en la mayoría de los currículos actuales de las diversas materias.
En la enseñanza básica y obligatoria, tanto en Primaria como en Secundaria, hay que atender, especialmente, a los aprendizajes instrumentales, que hasta hoy consistían en saber leer, escribir, comprender textos y calcular. Esto se amplía ahora al manejo de Internet para buscar información y contrastarla, a fin de quedarse con lo que importa, sin dejarse llevar por el corta y pega, que seguimos empleando en todos los niveles de enseñanzas. También es básico captar situaciones discriminatorias, racistas o machistas, por ejemplo, para separarnos de tales actuaciones, aunque sean muy generales. Igualmente, hay que aprender a hacer bien tareas y deberes. Hacerlas bien significa sin apresurarse y revisando el conjunto para marcar los detalles. Aquí hay actitudes, valores y atención a lo fundamental. Para aprender esto es necesario practicarlo cotidianamente todos los días de la semana. Esto implica no dejar la tarea para última hora, o faltar a clases para terminarla en tiempo, porque tengo que presentarla ya. Se trata de hábitos, que se van adquiriendo poco a poco.
En cuanto a la bajada de nivel, que es la crítica más común, creo que hay que andarse con prudencia. La excelencia, que tanto propalan los centros de élite, no se niega a nadie. Llegar al máximo que se puede alcanzar es un gran objetivo. Todos los estudiantes deberían situarse en esta línea, sin olvidarse de los aprendizajes básicos, que excluirían socialmente a los estudiantes. Hay unas bases obligatorias imprescindibles, pero esto no obliga a que uno deba quedarse ahí. Al contrario, haber alcanzado estas es lo que me permite elevarse desde ellas para intentar superarlas. No hay que atender únicamente lo que se considera elemental, sino remontarse desde aquí a lo máximo alcanzable.
Esto requiere un ambiente escolar apropiado, en el que todos se exijan todavía más. Este es el espíritu del sabio. Cuando no sabemos, deseamos conocer, porque así lo pide nuestra naturaleza humana, de acuerdo con el filósofo griego con el que comenzábamos.