Empecé estos artículos hablando de la pérdida del arquetipo del sabio en frente de la figura,
más bien mediocre (si la comparamos con el primero) del experto. Hoy sigo hablando de
arquetipos. De uno que está muy presente en la sociedad actual: el zombie.
La obsesión por el muerto viviente viene de lejos. Tenemos también una larga tradición con
otro arquetipo de resucitado, más aseado y glamuroso: el vampiro. Pero el vampiro tiene
consciencia, inteligencia… E incluso apetito sexual (famosa es la líbido de estos mordedores
de dientes afilados… Que te muerden ahí, en el cuello, limpia y eróticamente). El vampiro
hipnotiza, tiene un poder hipnótico que te atrapa (acaso el poder del mal), y aunque de
carne fría, viste elegante e incluso crea tendencia.
Pero lo que me llama la atención son varias cosas: la presencia en el imaginario colectivo
del muerto viviente, y su deriva del Drácula temible pero con clase al zombie putrefacto que
inunda nuestras pantallas y libros.
La obsesión de la humanidad por el retornado (que no resucitado) puede ser un vestigio del
anhelo de trascendencia, que ahora sin un paradigma trascendente, se queda en pura
inmanencia en descomposición. Si solo somos un cuerpo sin alma, nuestro anhelo de vida
eterna se transforma en sueño de vida inmortal a cualquier precio, aunque sea a precio de
saldo, de cuerpo deshumanizado, pero… ¿“”vivo“”?
Algo resuena del zombie en el hombre postmoderno. Siempre en manada (hombre-masa),
sin conciencia, desalmado (el vampiro sabe que hace el mal… El zombie no tiene esa
noción), desaliñado, obsesionado únicamente con andar y comer, más bien devorar. Su
sentido de la vida es simplemente seguir, incluso la comida no es placer sino un
automatismo desenfrenado. Los arquetipos, incluso los malignos, hablan mucho y profundo
del inconsciente colectivo, y una época zombificada refleja, tal vez, una sociedad que
resuena con esta figura.
Es verdad que cuando vemos series o películas de este estilo, nos identificamos con los
supervivientes, arquetipo del héroe. Un héroe cuyo sentido es también seguir,
sobrevivir… Pero debe encontrar motivos para hacerlo. Un héroe en el final de los tiempos,
en un mundo apocalíptico resultado de una pandemia (la idea del contagio, tan presente en
los zombies), singular y único, que debe enfrentar distintos dilemas morales de los grandes,
de esos que nos convierten en héroes. Desde la comodidad de nuestros sofás, anhelamos
ser los héroes de la película de nuestras vidas, pero seguramente resonamos, en secreto,
con el muerto viviente que anda eternamente sin sentido.