Artur Mas o el vertiginoso descenso del liderazgo

Moisés Ruiz
17 de Febrero de 2018
Actualizado el 28 de octubre de 2024
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Artur Mas

Aunque suene a recurso fácil, se hace imprescindible comenzar el artículo con una obviedad satírica. A nuestro opinado personaje hay que cambiarle el apellido por su antónimo y así llamarle Artur Menos. Y no es sólo una simple chuscada ya que responde a las consecuencias de sus decisiones en el arte del Liderazgo. No lo puedo hacer peor para ir de más a menos, para perder todo aquello que había conseguido. Si un buen líder se caracteriza por guiar a una organización al éxito y un líder político es un individuo que ejerce una capacidad de influencia superior a los otros cuya misión es proporcionar una visión y, al mismo tiempo, buscar y movilizar apoyos políticos para llevarla a la práctica, ya se atisba una deficiencia disfuncional en su proceder. El politólogo francés Jean Blondel distingue dos dimensiones del liderazgo en función del impacto que producen los líderes en el sistema político. Por un lado la extensión alcance del liderazgo. Por otro, la profundidad o intensidad del mismo. Mientras que la primera se refiere a la mayor o menor amplitud de los ámbitos de dominio político; la segunda se fija, principalmente, en el grado de producción de efectos deseados y en la contribución al cambio atribuible al líder político, lo que también podría analizarse como grado de cumplimiento de los programas políticos o de las promesas electorales. A un líder político la historia le define por el cambio provocado mediante su acción y por los efectos que han provocado sobre la sociedad y el logro obtenido toda vez que se haya puesto en marcha su visión. La coherencia es otro de los asuntos capitales en el ejercicio del liderazgo y una de las muestras de autenticidad en el seguimiento de su labor. El logro es otro de los criterios a los que va ligada, de manera indisoluble, la historia de un líder político. Ninguna de estas conclusiones le ha favorecido a Artur Mas y el incumplimiento de casi todas le ha expulsado de su condición de líder. Tal vez una o mejor dos aspectos de un buen líder si hay que reconocerle; tuvo unan visión y la impulsó con protagonismo y es un político de buen manejo verbal, buen tono y buena capacidad de hacerse un ovillo con argumentos a los que es difícil descabalgar. Por lo demás, las pruebas son concluyentes y tozudas. En 2010 obtiene un resultado electoral incontestable en Cataluña. A raíz de esta victoria empieza su cuesta abajo. Se burla de la coherencia (en 2002 dijo que eso de la independencia era “un concepto anticuado y oxidado”.) No tiene paciencia para conseguir sus logros y en un ataque de soberbia convoca nuevas elecciones, en la creencia que su influencia era todopoderosa. El 25 de noviembre de 2102 la realidad le rebaja su pretensión en 12 escaños. Su análisis fue a peor, su visión fue enmarcar a Cataluña en un viaje a la deriva con consecuencias nocivas de convivencia social y sosiego político. Las consecuencias de esa visión han acabado reduciendo su liderazgo a la mínima. En 2010 presidía con una amplísima mayoría política y social una Comunidad Autónoma; presidía un poderoso partido político, contaba con un patrimonio. Ocho años después, su partido político (Convergencia Democrática) ha desaparecido, su Comunidad Autónoma está rota socialmente; su patrimonio depreciado tanto como su liderazgo político: Hace unos meses dimitió como presidente del PDeCAT y su influencia ha dejado de tener consistencia y sigue inhabilitado por la justicia. Es una lástima su viaje a la nada, cuando en un momento delicado de la historia de España apoyó con una visión determinante al entonces presidente José Luis Rodríguez Zapatero a sacar adelante propuestas difíciles pero necesarias para evitar el rescate europeo.  

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