Ser hombre en un mundo patriarcal y ser sensible con la causa de las mujeres, e incluso apoyar sus reivindicaciones no es fácil. Pero no es momento de lamentaciones ni victimismo, porque si lo comparamos con las dificultades y discriminaciones que desde hace siglos sufren las mujeres y otros colectivos de manos de los hombres patriarcales, mejor sería estar callados.
Ser un hombre patriarcal es ser un hombre que se identifica y siente a gusto con el actual modelo hegemónico de hombre y no ve la necesidad de cambiar. Es un hombre que sienta su razón de ser como hombre, sobre la creencia de que la mayor fuerza física le otorga un papel predominante en la sociedad, está convencido de la equidad del actual reparto de roles entre los géneros, y no cree en la existencia de desigualdad entre mujeres y hombres.
A diferencia del hombre patriarcal genuino, los hombres por la igualdad somos disidentes de un modelo de hombre que queremos cambiar
Ser un hombre igualitario, por la igualdad, feminista, aliado, es algo distinto, es también ser un hombre patriarcal, porque seguimos siendo educados en una sociedad que distribuye a la perfección los papeles a interpretar, pero a diferencia del hombre patriarcal genuino, los hombres por la igualdad somos disidentes de un modelo de hombre que queremos cambiar. Tenemos por ello un nivel de incoherencia superior a aquellos, al fijarnos como objetivos de nuestra tarea, eliminar las jerarquías existentes entre hombre y mujer, asumir que la igualdad no existe, y que esta pasa inexorablemente por nuestro cambio hacía posiciones más igualitarias.
Hablamos y defendemos entonces el valor de los cuidados, y la necesidad de que los hombres nos incorporemos a ese universo tan difícil y afectivo. Trabajamos por deconstruir nuestra masculinidad y transitar hacía otras masculinidades que respondan a patrones e ideas equitativas e igualitarias. Defendemos y aprendemos del feminismo porque nos identificamos con las causas de justicia que persiguen. Aceptamos y renunciamos a muchos de los privilegios que como varones nos asigna una sociedad con la que no nos sentimos cómodos.
Intentamos ser coherentes, al compartir una realidad que nos dice cómo debemos ser, con otra que nos habla de lo que queremos ser.
Pero como he dicho los hombres igualitarios, tenemos muchas lagunas de coherencia que llenar, porque una cosa es hablar, habitar el mundo exterior, y otra de puertas adentro, y ahí puede que todo sea diferente.
Según la Wikipedia, elitismo es un sistema único ya que se basa en la creencia o actitud que consiste en que aquellos que son considerados como la élite -un selecto grupo de personas con notables conocimientos- son las personas cuyas opiniones deberían ser tomadas más en cuenta a efectos de la sociedad. Y quizás ese sea uno de los problemas de los hombres por la igualdad, considerarnos una élite y hablar solo para aquellos hombres que están a la altura y nivel necesarios para comprendernos.
El mundo de los hombres igualitarios no puede ser un mundo de psicólogos, terapeutas, pedagogos, catedráticos, y educadores sociales, que elaboran discursos y organizan talleres, que solo escuchan, y a los que nada más que asisten y se encuentran a gusto hombres como ellos. En los hombres por la igualdad caben todos los hombres y nuestro discurso debe ser transversal e intersectorial. Para cambiar nuestro mundo necesitamos bomberos, auxiliares administrativos, trabajadores de la construcción, y meritorios abogados.
Los hombres igualitarios no hemos descubierto la necesidad y bondad de los cuidados, hay cientos de miles de hombres que sin necesidad de llamarse así, ni regodearse, los llevan a cabo, son hombres por la igualdad. Hombres cuidadores que con su coherencia y silencio día a día debilitan más las estructuras del patriarcado, que todos nuestros discursos.
La hermosa película “Una cuestión de género”, basada en la vida de jueza del Tribunal Supremo de los EEUU Ruth Bader Ginsburg, nos muestra la historia de un hombre soltero que comparte el cuidado de su madre con su trabajo asalariado, y a quien la ley niega los beneficios tributarios previstos para los cuidadores, por entender que los cuidados son tareas de las mujeres. La verdad de estos hombres a los que no damos voz ni voto, pero que con su trabajo y coherencia contribuyen a que este mundo sea algo menos agrio y farragoso y más maravilloso y acogedor.
Tengo la suerte de tener uno de esos hombres cerca, mi hermano menor, a quien mi hermano mayor y yo nunca podremos compensar su trabajo. Modelos así han de ser los referentes para los nuevos hombres y un espejo en el que mirarnos los hombres que nos llamarnos igualitarios.