El Bonapartismo es un concepto basado sobre todo en el Imperio de Napoleón III. El sobrino nieto de Napoleón Bonaparte al mismo tiempo que ejercía de Emperador con un poder cercano al absoluto, acudía, ahorrándose parlamentos, al plebiscito, es decir al voto de la totalidad de varones franceses, cuando veía necesario legitimar su poder. Marx y después Gramsci o Thalheimer ayudaron a definir este concepto polisémico, en tránsito hacia los totalitarismos modernos, como una combinación de autoritarismo pero legitimado por una base de apoyo popular y plebiscitario.
Pues bien, en España estamos viviendo nuestro momento Bonapartista. De momento lo estamos viviendo en el ámbito partidista, pero me temo que poco falta para que lo veamos en la esfera pública. Es bien sencillo de explicar, con la excusa de las primarias internas, distintos partidos han acudido a éstas, y de las mismas ha salido un líder con un poder tal que ha ahogado las estructuras tradicionales de representación partidista. En una comunión entre el líder y los afiliados, las estructuras intermedias y los frenos y contrapesos al hiperliderazgo desaparecen en una primera instancia, y después el propio papel de los afiliados, que se limitan a ratificar y a aclamar al jefe. Es lo que ha pasado en Podemos, lo que ha estado a punto de pasar en el PP y lo que ha caracteriza al nuevo PSOE del señor Pedro Sánchez. El señor Sánchez desde que fue elegido ha laminado las estructuras tradicionales de representación del PSOE; ya nadie sabe quién está en la Ejecutiva y qué demonios es eso del Comité Federal. Se limitan a aclamar al jefe, jefe que señala que tiene la legitimidad de las primarias. Lo que era en principio un instrumento de democracia se ha convertido en un instrumento de legitimación de ausencia de frenos y contrapesos, de ausencia pues de democracia. Y esto que pasa en partidos como el PSOE no tendría mayor gravedad de limitarse –allá ellos- a esos partidos. El problema es cuando se traslada a la sociedad y a la vida pública.
Y estamos en ese momento; en un proto-Bonapartismo de nuestra democracia. De esta manera y no de otra puede entenderse el esperpento de Pedro Sánchez con su retirada de cinco días, retirada que ha acabado con una vuelta con amenazas y con el CIS abriendo caminos hacia pasos inquietantes. Ya no se trata de juzgar si es ético al menos que la pareja de un presidente del Gobierno imparta un Máster que en su propia publicidad anuncia el patrocinio de empresas que o son públicas o reciben muchas de ellas subvenciones públicas; se trata de legitimar eso o lo que sea en base a manifestaciones y encuestas. Y pronto en base a votaciones de la totalidad me temo. Como dijo alguien, “así se acaba la Democracia con mayúsculas, con un estruendoso aplauso.