Todo había surgido como por casualidad. No era la primera vez aunque lo que nunca pensó es que fuera la última. Ya lo había hecho más veces. Unas con resultado positivo y en otras no tanto, pero a él nunca le había pasado nada. Hasta esa vez. ¿Qué había cambiado? Parándose a pensar en lo sucedido, la única explicación es que la había dejado sin salida. Y un animal acorralado es un bicho peligroso.
Como otras veces, el primer síntoma fue descubrir que las peras del frutero de encima la encimera, estaban todas tocadas. A todas les faltaba un trozo. No podía tratarse de una casualidad. No estaban podridas, sino comidas. Observó un poco más detenidamente y en un rincón quedaban restos de una pera y unas cuantas lágrimas negras alrededor. Eran cagadas de rata. No había duda.
Como otras veces, cogió el cepillo de barrer y se dispuso a buscar al bicho con intención o de asestarle un golpe mortal o con la de que se fuera corriendo de la vivienda. Lo primero era una solución permanente. La segunda, momentánea. Y claramente él, prefería que fuera permanente y total. Primero porque le daba mucho asco y toda la fruta contenida en el recipiente iba a acabar en la basura y segundo porque la solución parcial sólo era un impasse hasta que consiguiera que fuera final. No hubo suerte. Allí en la cocina, no había ratas. Tampoco observó ningún agujero por el que pudiera haber salido.
Tardó un par de días pero, al final, una madrugada, recién levantado a beber un vaso de agua, según dio la luz, allí estaba la maldita rata comiéndose una manzana como el que está en un bar, tomándose una birra con cacahuetes. Cerró de golpe la puerta y cogió el cepillo de barrer del armario. La rata, acongojada, parecía una estatua de sal, en espera de que no la hubiera visto. Hasta que llegó el primer barrido del cepillo. Allí saltó, con la mala suerte de que fue a dar a un rincón. Para salir, debía pasar inexorablemente por delante del humano que la amenazaba con matarla. Sabía perfectamente que no pasaría sin castigo y un golpe en seco la partiría la columna. El animal, acorralado, empezó a bufar como advirtiendo al humano. Pero éste no se iba a dejar intimidar. Arrastró con un ligero movimiento de mango el gordo del cepillo hacia el rincón. La rata pegó un salto y se le posó en el cuello al humano al que le pegó un mordisco. De otro salto, salió corriendo hacia un agujero casi imperceptible que había entre la lavadora y la pared de la bajante y desapareció.
Dos días después, empezaron los dolores de cabeza. Más tarde la fiebre, mucha. Llegó a tener 41 grados antes de que se lo llevaran a urgencias y lo internaran. Le diagnosticaron Estreptobacilosis por mordedura de rata. Estuvo varios días en la UVI y le metieron algunos litros de antibióticos. Dos meses después, estaba de vuelta en casa.
Lo primero, tapar el agujero con trozos de cristal en forma de cuña, por si al bicho se le ocurría volver a comerse la fruta.
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Borusca
Hay un refrán castellano que dice “mal que no mejora, cada día empeora”. El capitalismo se ha convertido en ese mal que se ha pasado de rosca y que, con cada vuelta, aprieta más y más hasta que llegue el día que la tuerca salte.
Escribía el otro día Germán Gorraiz en este artículo, la posibilidad del resurgir de un nuevo 15-M. Mientras escribo esto, los chavales han tomado Valencia en reivindicación por el precio inasequible de la vivienda. No dudo que haya motivos más que suficientes para las revueltas y el resurgir de los movimientos sociales, pero no lo veo. Particularmente creo que el capitalismo ha tomado un camino salvaje que le va a llevar a su autodestrucción. Se han volado todos los acuerdos internacionales. Se han masacrado todos los principios morales humanos. El mundo se ha convertido en una especie de selva salvaje en la que el más fuerte dirige bajo esa fuerza, toda legalidad, todo derecho y toda libertad. El que hoy está a su lado, está a salvo, de momento y el que no, es enemigo al que hay que hacer desaparecer como sea.
El genocidio palestino por parte de USA a través de su estado 51 (Israel), ha tomado por asalto la Convención de Ginebra, la ONU, el Tribunal de Derechos Humanos y cualquier otro organismo que nos hubiéramos dado, haciendo que la injusticia, la impunidad y el matonismo más asqueroso sean los motores del nuevo orden. Y eso tiene un peligro muy serio. Llegará un momento en que a alguien se le cruce los cables y entienda que si se pueden quemar vivos y con impunidad a palestinos, niños y enfermos en tiendas de campaña y hospitales, ¿por qué va a estar mal poner coches bomba frente a un barrio residencial de judíos o una embajada? ¿Por qué no se van a poder ingresar a tiros en cualquier “resort” de México dónde gustan tanto pasar las vacaciones los americanos? Como las ratas, cuando la gente se siente acorralada y no tiene nada que perder, hace cosas extrañas y toma medidas poco inteligentes y sobre todo, nada humanas.
Porque seamos serios. Si en cualquier protesta por nimia que sea, como hemos visto el otro día en Murcia, o en Alemania, la policía se comporta de forma poco ortodoxa y saca la porra a pasear sin ningún tipo de provocación, altercado ni peligro social previo, si de los trece condenados por abusos sexuales en Murcia, ninguno va a pisar la cárcel salvo tres, si de esos 13, los seis empresarios salen impunes y quién pisa cárcel son dos mujeres que captaban a las víctimas y un taxista que las llevaba en su coche, si un fulano hace negocio con las mascarillas, cobra comisiones por ello, defrauda a hacienda, vive en una casa de un presunto testaferro y a quién el Supremo imputa es al Fiscal General del Estado, el mensaje peligroso que se está dando a la sociedad es que los delincuentes campan a sus anchas y que solos los pobres acaban en la cárcel. Y ese mensaje es muy peligroso porque se puede dar, lo mismo que en lo contado anteriormente, con alguien que se le crucen los cables y viendo que haga lo que haga va a acabar mal, es mejor hacerlo a lo grande y llevarse alguien por delante y al menos que la pena sea con razón. No olvidemos que la violencia, solo es terrorismo si pierdes. Cuando ganas, se llama revolución. Cuando es el estado el que la ejerce, entonces se llama conservar el orden establecido. Y cuando la gente no tiene nada que perder y los estados se convierten en estados fallidos, dónde la injusticia, la impunidad de unos pocos y las mamandurrias de los mismos campan a sus anchas, el resultado es una espiral de violencia. Que se lo pregunten a los libios.
Nos están llevando a un callejón sin salida en la que la única forma de salir es tirarse a la yugular e intentar hacer daño. Y eso, insisto, es muy, muy peligroso. Las guerras, las armas y las revoluciones las carga el diablo y en ellas, nadie está a salvo. De momento, pueden las cañas y el «statu quo». Pero, cuando hay demasiada borusca (seroja), el fuego siempre acaba por hacerse hueco.
Salud, república y más escuelas.