En la sociedad de la información una imagen no siempre vale más que mil palabras, porque la imagen que registra el objetivo de una cámara, fotográfica o de vídeo, solo se corresponde con la parte que se enfoca, y no con la totalidad de lo observable. Por tanto, depende del enfoque que se haga se tergiversa, más o menos, la realidad que se capta. En una manifestación, como la del domingo contra la Ley de Amnistía, la percepción de si hubo mucha, muchísima o menos gente de la prevista, dependerá de hacía donde se enfoque el objetivo de la cámara. Frente a este uso interesado de las imágenes, siempre sujeto a la voluntad intencional de quién graba o fotografía, los datos son siempre exactos, verificables una y otra vez, y difícilmente pueden ser interpretados de un modo diferente al que arrojan por sí mismos, salvo por una contextualización espuria.
Así, por muchas que fueran las personas asistentes a la manifestación en la madrileña Plaza de España, no deberíamos dejarnos arrastrar por los calificativos superlativos que buscan magnificar el apoyo recibido por los convocantes, y quedarnos con el dato arrojado por el barómetro del CIS, sobre cuáles son los problemas que los españoles consideran más importantes para la sociedad española en la actualidad, y sus preocupaciones personales. En el primer caso, la ley de amnistía y los nacionalismos ocupan el puesto número 22 y 23, respectivamente. Desde el punto de vista de sus preocupaciones personales, la ley de amnistía ocupa el puesto 37, la independencia de Cataluña el 39, y los nacionalismos el 43.
En ambos casos, los datos reflejan la distancia sideral creciente entre las preocupaciones de la clase política y la información mayoritaria y machacona que ofrecen los medios sobre estos tres asuntos que no están, ni de lejos, en el centro de los problemas ciudadanos que, según el barómetro, son la crisis económica y los problemas económicos (37%), la sanidad (17,6%), la calidad del empleo (14,1%), problemas personales (12,9%), el paro (12,4%). En el sexto lugar figuran los problemas políticos, surgidos de la falta de entendimiento entre los principales actores (11,2%), seguido de la vivienda (7,8%), la educación (7,4%), cambio climático (7,2%), y los problemas sociales (6,7%).
Datos que corroboran la abismal diferencia entre la realidad que perciben los ciudadanos, y la que ofrecen los medios y la clase política enredada en conflictos que, para el ciudadano medio, están muy alejados de su vida y preocupaciones cotidianas. Conflicto que los medios de comunicación magnifican con contumacia calificativa que, de este modo, ofrecen a la ciudadanía una visión distorsionada de la realidad, donde sus intereses quedan relegados a un segundo, tercer o cuarto plano, por la insistencia en presentar la pugna política como el reflejo fidedigno de un enfrentamiento que en la sociedad no existe, más que en grupos radicalizados y exaltados que no representan ni a sí mismos.
Es así como se genera un sistema político mediático de retroalimentación alejado de los intereses y preocupaciones de la ciudadanía, con el efecto perverso de presentarnos un país en constante lucha contra sí mismo, donde los medios juegan un papel impropio y dañino, respecto de su función primordial: contar la realidad sin calificar lo que se cuenta y centrarse en lo que afecta al día a día de las personas, y no a la clase política a la que, de este modo, convierten monigotes de una representación circense para ver cada día quien la dice más gorda. De este modo se convierten en agentes de la degradación de la democracia.
El ejercicio del periodismo no está en poner el micrófono todos los días a quien se sabe que su mensaje es disruptivo e interesado, sino en buscar información que interese e importe a las personas, y no convertirse en meros clones unos de otros contando todos los días lo mismo, para notificar la última burrada de personajes que viven de sus micrófonos de los extraen su popularidad, con la ayuda inestimable de unos medios que han perdido el norte.