Cuando el Sábado Santo sea de nuevo el aniversario de uno de los momentos cumbre de la Transición Española, la legalización del PCE, acompañarán la nota-recordatorio algunos nombres, algunas imágenes con Santiago Carrillo, Adolfo Suárez y algunos militares de entonces. Nos queda en el recuerdo un gesto desairado.
No fue sencillo. Quizás, los análisis de hoy ya muestren sin tensiones lo que iba a suponer que todos los partidos pudieran acudir a aquellas primeras elecciones tras 41 años. Suponía acceder a una democracia real, con todas las organizaciones, aún con recelos y listas cerradas, pero que la gente tenía más asumida que las propias instituciones.
Volveremos a ver las imágenes de un presidente relativamente joven, un Adolfo Suárez en medio de sus cuarenta echándole valor a la legalización de un Partido Comunista que, si bien las encuestas de la época ya mostraban asumida por la gran parte de la población a favor, costaba hacer llegar que ese convencimiento social. Ello no implicaba su voto en masa, como se vio. Simplemente la madurez política, con durísimas y violentas excepciones, era mayor entre la población, que entre los dirigentes.
En ese momento dirigía España un Gobierno venido de las estructuras Franquistas pero designado por un Rey que quería instaurar una de las monarquías parlamentarias modernas de entonces. Íbamos con mucho retraso. Convertir en realidad un deseo social era un desafío a una cúpula militar en la que persistían los mismos militares que se habían alzado el 18 de Julio del 36. También a las dos potencias internacionales que más nos acompañaron en el proceso, Estados Unidos y la República Federal de Alemania. Tampoco estaban de acuerdo en que el modelo incluyera a todos los partidos, los comunistas para todos ellos debían quedar fuera. Todos hacían extensivos sus propios fantasmas internos.
Estos días nos volverán a mostrar a Santiago Carrillo en el momento más estadista de su trayectoria, cuándo alineado con el eurocomunismo de la época asumió para sí, qué si la nueva monarquía parlamentaria española quería al Partido Comunista entre sus actores de pleno derecho, ellos considerarían que esa forma de democracia era válida. Todo eso mientras lidiaba con un enlace que ganaba tiempo, mientras los hombres del Gobierno de España deshojaban la margarita de sus cobardías y el príncipe de España le enviaba mensajes de buenas intenciones a través de Nicolae Ceausescu, en una muestra más de su nunca suficientemente estudiada diplomacia paralela.
Casi seguro no veremos a Carmen Díez de Rivera en el relato recuperado, y habrá que admitir que se trata de una desmemoria de género selectiva, puesto que, en la España de la primera Transición, desde la muerte de Franco en 1975 a las primeras elecciones democráticas de 1977. Fue la directora del Gabinete del Presidente, conocida y polemizada por un amplio espectro de la sociedad española y su papel en la legalización de un PCE al que no pertenecía, determinante.
La que fuera la primera mujer jefa del Gabinete del presidente hasta la fecha de hoy y la primera asesora de un presidente desde antes de la Guerra Civil. Llegó a presentar tres cartas de dimisión en año y medio, solo se aceptaría la última. Ejerció su trabajo entre el desconcierto de los militares que desconfiaban de la mujer que acudía a trabajar en tejanos y, la desconfianza de un sistema de espionaje interno que la llegó a acusar de Espía de la República Democrática de Alemania, o Alemania Oriental -quizás por sus rasgos super claros, gentileza de su padre natural Ramón Serrano Suñer- y no entre las constantes amenazas anónimas que recibía. Para el propio presidente Suárez y el resto del reducido grupo de colaboradores, siempre fue en exceso insistente en no dejar puntos ciegos en el proceso.
Tras salir disparada del su entorno familiar aristocrático, cuya mentalidad le dejó heridas personales de por vida -esa historia sí ha llenado novelas y series de tele- Carmen Díez debía trabajar tras años de huida personal a África, tras buscar la amnesia por Europa, en conventos castellanos y finalmente estudiando Ciencias Políticas en la reivindicativa Universidad Complutense de Madrid de los años 60 y 70. Correr delante de los grises era una curiosa combinación con ser amiga personal del futuro Rey de España. No tener filtro -o precisamente, usarlo a la inversa- la hizo adecuada para acompañar a Adolfo Suárez desde la dirección de Televisión Española hasta las elecciones de 1977. Decidió no continuar presentándose a aquellas elecciones. Consideraba que el papel de aquel equipo de Gobierno era facilitar la construcción de la democracia, devolver las libertades al pueblo pero que construir un partido desde el poder, en ese momento, no era neutral. Ahí llegó su divorcio laboral, por lo menos temporal.
Carmen Díez tomó notas diariamente sobre el proceso de la Transición en el que constituye el único documento de ese tipo, escrito por un alto cargo en época. Quedaron reflejadas conclusiones sobre las conversaciones nocturnas con Juan Carlos en inglés -consideraba a la seguridad del pardo franquista, espía y carente de idiomas- y los momentos de frágil equilibrio del proceso. También recogió los logros.
En sus palabras, la Transición tuvo mucho de improvisación y pocas certezas. Momentos determinantes fueron el funeral tras el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha: inicialmente reinaba el silencio en el Gobierno para autorizar un funeral, excepto el de la jefa de Gabinete. Fue la persona que medió para que el Colegio de Abogados lo hiciera de manera autorizada. Suárez ya la temía, admiraba y escuchaba a la vez. O simplemente sabía que le convenían sus ojos, oídos y mente en sectores a los que él no llegaba. Daría muestra de su inteligencia al confiar y poder comprobarse que el PCE tenía altura de miras e hizo entonces de su rabia un acto homenaje solemne sin muestras de peligro. Carmen sí lo intuía, como mucha gente, pero es la que supo ver en el lugar adecuado que “el Gobierno no reaccionaba” y se necesitaba un gesto.
No sabemos si la historia hubiera sido la misma sin las continuas improvisaciones del camino. Pero las hay destacadas y registradas. Algunas imágenes, fotografías fueron decisivas y no son recogidas en la mayoría de análisis posteriores sobre la ejemplar Transición Española.
La portada de Diario 16 del 20 de enero de 1977, recogió, al igual que el resto de los medios de la época con mayor o menor estupor, el primer encuentro entre un(a) miembro del Gobierno de España y el secretario general del Partido Comunista desde la Guerra Civil, tras cuarenta años y siendo este último todavía ilegal. De la conversación se publicó, pero se supo poco, porque según sus protagonistas es imposible que la prensa llegara a escuchar, el revuelo fue máximo. Sobre todo, en la Presidencia, al día siguiente.
Adolfo Suárez recibía el Premio de Español 1977 en Barcelona, la revista Tiempo los otorgaba y organizaba una cena para el evento en la que estaba presente gran parte de la sociedad civil y política del momento: Felipe González recibía el segundo premio. Carmen Díez almorzaba previamente con Rosa Regàs, su amiga y en ese momento cercana al PSUC que es quien le comenta la posible presencia de Santiago Carrillo esa noche. Para Carmen saltan todas las alarmas y pide que no la sienten en la misma mesa. El Presidente la autoriza a estar en el mismo lugar, pero no a hablar. Las conversaciones entre los dos en febrero del 77, no se han iniciado.
Pero Carmen Díez de Rivera y Rosa Regàs son conscientes de que ese encuentro es inevitable en un entorno social y cultural. Son mentes rigurosas, la trayectoria de ambas demuestra que valoran hacer las cosas bien. También son mujeres que conocen los márgenes de la vida, son inteligentes, comprometidas y, en consecuencia: creativas. La complicidad hizo el resto.
Ya sabía Santiago Carrillo que la jefa de Gabinete del Suárez -no conoce a ninguno de los dos- proviene de una clase social de la que sorprende como está trabajando, casi como obsesión personal, dentro del Gobierno por legalización del PCE, y que ella insiste en que no es por ellos, es por la pluralidad. Sabe Carrillo que el que conoceremos como triángulo de la Transición: Juan Carlos de Borbón, Carmen Díez, Adolfo Suárez es la vía que necesita. Para Santiago Carrillo, todo va muy despacio.
Eduard, el hijo de Rosa Regàs es el fotógrafo en la citada ceremonia de entrega de premios. Y será él, a petición de su madre y de Carmen quien se encargue, de avisar a Santiago Carrillo, de su presencia, previos flashazos accidentales para excusarse ante su interlocutor. La directora del Gabinete no acudirá a la mesa. Santiago Carrillo está con otros dirigentes del PSUC. Carrillo pasará un buen rato sonriendo a todas las rubias susceptibles de ser Hasta que ambos, el propio dirigente comunista y Carmen Díez, siguiendo las indicaciones de Eduard, se hagan los encontradizos en la tierra de nadie de los pasillos de los salones de eventos, un clásico.
Los medios recogen en titulares algunas frases al aire. De nuevo las notas de Carmen revelan algo más: ganas de conocerse mutuamente. El mensaje de Carrillo de que su viaje ahora sí valió la pena y una necesidad de diálogo que la representante del Gobierno salda con un “a ver si nos tomamos un Chinchón”, contó por no saber que decir, mientras pensaba que el masculino whisky sonaba mal, y el vodka peor. Esa frase sí dio la vuelta al mundo, la que alcanzaron a oír junto a la que sí es una imagen histórica que precipitó el proceso.
Carmen Díez llegó a tener una reunión posterior para allanar el camino a Suárez, junto a la que sería su segunda carta de dimisión. Pero funcionó, y desatascó el proceso con el tercer encuentro al que ya acudió el presidente junto al enlace oficial.
La noche de aquella esperada imagen, la de dos sonrientes miembros de dos Españas que caminaban hacia el reencuentro y la construcción de una España alejada de la guerra y la dictadura, Carmen Díez hizo unas declaraciones que sí cerrarían su etapa en el primer Gobierno de Transición. Mientras el presidente Suárez recibía su premio en diferido, medía el valor de la fotografía -que le empujó a un camino, que empezó a ver irremediablemente claro-, intentaba digerir las otras declaraciones de su jefa de Gabinete. Destapó un pacto entre ambos “Ni el Presidente ni yo misma nos presentaremos a las elecciones de junio, sería comprometer la neutralidad el proceso democrático”. Pero Suárez ya estaba trabajando en su candidatura de Unión de Centro Democrático.
Carmen Díez dijo que se marcharía cuando las libertades políticas fueran devueltas al pueblo, y así lo hizo. Su vida política salió de foco, aunque continuó.
Eso les invito a investigarlo a ustedes, porque como perfil comprometido con las libertades, la lucha contra la exclusión social y el medio ambiente destacó. Fue la primera ecosocialista española en su etapa final como europarlamentaria del PSOE. Dejó muchos más gestos de compromiso dignos de recordar. Y aunque sigue siendo recordada por sus compañeros de diversas luchas, poco a poco, parece haber sido borrada de un relato de la Transición que, sin desmerecerla, a veces se acude a revisar y que con frecuencia se torna selectivo y tendencioso.