Querida nieta:
Esta es la primera vez que me dirijo a ti por carta y posiblemente la ultima.
Toda la vida hemos estado cerca muy cerca, cuando llegaste a este mundo, yo estaba pasando el peor momento de mi vida, mi marido, tu abuelo, al que nunca conociste, acababa de fallecer por culpa de un mesotelioma porqué en su trabajo como ingeniero de caminos había estado presente en múltiples reparaciones de tuberías de Uralita, tu madre acababa de aprobar las oposiciones y tu padre siempre estaba de viaje, por lo que tu crianza me tocó a mi, me tuve que recuperar y dejar atrás la depresión. Cuando tenias muy pocos meses, a las 7,30 de la mañana te depositaban en mi casa y te recogían por la tarde, me dedique solo a ti consciente de que yo no era tu madre, los fines de semana los tenia para descansar y lamerme mis heridas, que no por dejar de pensar en ellas eran menos dolorosas.
Después llego la guardería y después el colegio, te seguían llevando a casa horas intempestivas y yo te llevaba y te traía, como la abuela tiene coche, como la abuela no tiene otra cosa que hacer, como la abuela guisa tan bien… etc, etc, frases manidas, que yo resignada oía a menudo, a nadie se le ocurría decir que la abuela aun era joven, que acababa de cumplir 52 años, y tenia toda una vida por delante. Mi vida discurrió entre criarte y hacer cantidades ingentes de croquetas, chuletas con besamel o guisos que diariamente hacia a tus padres, para que no comiesen tanta comida basura.
La educación primaria y la ESO se nos dio bien, tuvimos unas notas bastante por encima de la media.
Por supuesto tus padres me daban instrucciones con el fin de que no te maleducase, instrucciones para que no cediese a tus caprichos, no las cumplí, a cambio de ceder a todos tus deseos conseguí hacerme tu amiga, me contabas todo, bueno supongo que casi todo lo que sucede a una niña ya con 12 años.
Al inicio del bachillerato definitivamente te fuiste a vivir con tus padres y venias a mi casa solo a comer un día por semana y supongo que para recibir tu propina semanal, esas comidas, según te hacías mayor poco a poco se fueron llenando de silencios, ya no confiabas en mi, y rara vez me pedias consejos, que consejo podría darte una abuela mayor, que acababa de cumplir 65 años, solo tenia un consuelo, la satisfacción de haberte criado, con amor, mucho amor y lo mejor que he sabido.
Y nos llegó la pandemia, nos confinamos, vosotros trabajabais desde casa, yo me quedé sola, muy sola, me di cuenta de que a mi alrededor no había nada, ya no tenia amigos, no me manejaba en las nuevas tecnologías, muchos días la única frase que salía de mi boca era “deme una barra de pan”, ¿en que se había convertido mi vida?, en la de una ermitaña vieja, triste y sola.
Pasó el tiempo, mas de un año, y me llego la hora de la vacuna, que alegría, ahora podía veros, pero seguían llegando olas y olas y seguí de ermitaña, el miedo a un contagio me atenazaba y seguí sin salir de mi casa, evitando cualquier contacto, es decir sola, sola, sola.
Cuando me llamaste y me dijiste que, de acuerdo con tus padres, querías venir a mi casa los fines de semana, “para hacerme compañía” me diste una gran alegría, volver a tenerte, charlar, jugar o trabajar en tus deberes, me hizo rejuvenecer volvía a ser útil.
Rápidamente me di cuenta, de que todo había cambiado, el virus me arrebató a una niña feliz y ahora me devolvía una adolescente resentida con todos y con todo, ya no hablabas, ni jugabas, tampoco trabajabas tus asignaturas, ahora solo presumías y exigías.
Llegabas los viernes a la hora de comer, comías mal, te ibas a tu cuarto y sobre las siete de la tarde, previa solicitud de propina, salías con tus amigos a buscar, según decías, tu libertad, llegabas tarde, muy tarde, hasta que oía tus ruidos de tropiezos en muebles, o arcadas en el baño, yo no me podía dormir, el sábado te levantabas para comer y se repetía la fiesta, el domingo te levantabas a media tarde y después de comer algo te ibas a tu casa, cuando te ibas yo hacia una mueca recordando tu justificación, “ me voy con a mi abuela para hacerla compañía”.
Una noche llegaste sobre las seis de la mañana, oí unas arcadas fuera de lo normal, fui a ayudarte y tu grado de embriaguez era tal que estuve tentada de llamar a una ambulancia, estabas mal, muy mal, tus pupilas estaban muy dilatadas, me mirabas y no me veías, vomitaste hasta tu primera papilla, ¡que olor!, no articulabas palabras, te duché y te acosté, al día siguiente seguías en estado de shock, entre sueños me contaste que te habías bebido mas de veinte copas, poco a poco te fuiste despertando, también dijiste que te habías metido de todo y sobre todo repetías que por favor no contase nada a tus padres, una vez recuperada la conciencia me pediste un favor que fuera a tu casa y en secreto absoluto, te trajese una medicación que tenias en tu mesilla.
Fui a tu casa, no había nadie, menos mal, me hubiese sido difícil dar explicaciones, fui a tu mesilla y encontré la caja de medicamento, junto con una citación para inyectarte la primera dosis de la vacuna el próximo martes, me alegré profundamente, leí el prospecto de tus pastillas y me quedé sin respiración, casi me caigo, vi que se trataba de la píldora del día después, faltaban cinco, mi nieta, mi pequeña, mi niña de diecisiete años follando, nunca me lo imaginé.
Mareada volví a casa, te di las pastillas, delante de mi te tomaste una, te comenté que había visto la citación de la vacuna.
-¡No me la voy a poner -dijiste- sabe dios lo que te meten, y yo soy libre de elegir!.
-Con todo lo que te metiste y te metieron anoche, me vienes ahora con estas -grité enfadada-
Te pedí que cogieras todo lo tuyo y te fueras de mi casa, que cuando te pusieras la vacuna, a lo mejor, nos volveríamos a ver, mientras tanto no quería saber nada de ti, te fuiste lanzándome una serie de insultos y tacos que nunca pensé que podían salir de tu boca y mucho menos dirigidos a mi.
Dos días después diste positiva asintomática, cuarentena de diez días.
Una semana después, pese a la vacuna, a mi me ingresaron, dicen que me tienen que llevar a la UCI, para ponerme un respirador, la infección se ha complicado al descompensarse una fibrosis pulmonar que al parecer tenia desde hace años, posiblemente derivada de la inhalación de las fibras de amianto que mi marido, tu abuelo, llevaba en su ropa a casa.
El diagnostico es muy grave, no saben que puede pasar, tengo miedo, mucho miedo.
Pase lo que pase, esta no es una carta de perdón, si no todo lo contrario, quiero, espero que mi enfermedad y en su caso mi muerte, caiga sobre tu conciencia, solo así, responsabilizándote de tus hechos entenderás que libertad no es salir a tomar copas, drogarte o follar saltándote todas las normas, ¿quien os ha metido esa milonga tan peligrosa en la cabeza?, no, la libertad es ser responsable de tus actos y lo que estos pueden afectar a los demás, es simplemente sentido común, espero que un día lo comprendas y cambies el sentido de tu vida
Tu abuela que te quiere.