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Cartas de amor

13 de Marzo de 2022
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La loa del amor; nace en María

Lo cierto y verdad es que estoy bastante hasta las narices de vivir momentos históricos: primero una crisis financiera a nivel mundial, luego una pandemia que aún está entre nosotros y ahora una guerra más sin sentido, como todas las beligerancias, como todas las majaderías que el ser humano lleva a cabo para que el mundo en el que vivimos sea un poco más frío.

Y es que el amor es una cosa delicada y tan fundamental que está en serio peligro de extinción. A mis cuarenta y tantos reconozco que jamás he recibido una carta de amor. Hace años recibía cartas amenazantes, cosas como “estoy contra ti”, nunca “estoy contigo”.

Acaso esto sea lo que también le haya pasado al presidente ruso Vladímir Putin: nunca ha tenido el privilegio de recibir una carta vehemente, afectuosa, una epístola donde se le expusiera una especie de amor prohibido, sin ataduras ni fracturas, lleno de todo, con ningún tipo de excusas ni remordimientos.

En pleno siglo XXI considero que el amor está muy tocado y hundido y así nos va y así se bombardea sin pararnos a pensar detenidamente en las terribles consecuencias incluso para los que no estamos siendo bombardeados. La guerra siempre ha sido el mejor método para asesinar de manera feroz la inocencia. “Nada nuevo bajo el sol”, dicen algunos. Y así es. Poco o nada hemos aprendido de los errores cometidos a lo largo de la Historia de la humanidad.

Ya nadie o casi nadie se coloca frente al papel en blanco para expresar sentimientos auténticos y confesar lo que realmente siente. ¿Es algo que nos cuesta? No lo sé. De lo que sí estoy seguro es de que el amor está en estos momentos en la UCI y que más pronto que tarde -cuando se mejore el pobre- lo tendremos que ir a visitar a un zoológico (y estando frente a él le sacaremos fotos para luego subirlas a nuestras redes sociales como quien le saca una fotografía a un mamut lanudo o a un hombre con cuatro brazos).

Las generaciones venideras mirarán con atención las instantáneas, y con gran incredulidad, más de un joven, preguntará a uno de sus mayores qué es eso que late lentamente entre los barrotes con cuerpo apalizado y gesto apesadumbrado, sin hálitos de esperanza de tanto como lo hemos maltratado.

Por lo cual, quiero aclarar que yo, hoy más que nunca, soy partidario de las cartas de amor y del amor a primera vista, incluso del amor de una noche o del amor que se nos presenta gracias a una mirada pasajera o un apretón de manos. La mayor revolución en estos tiempos es observar a las personas que nos rodean con ojos afectuosos, sin fisuras, sin juzgar ni evaluar, con respeto, simplemente aguzando los sentidos de nuestro interior, repasando lo más recóndito del ser, que es donde se refugian los sentimientos imperecederos que le dan sentido al sinsentido de la existencia.

Finalmente, sólo diré que yo ya no tengo ilusiones de recibir una carta de amor, de aquellas que se escribían hace un par de décadas a medianoche, con humo de cigarro inundando el escritorio y tinta negra bordeando las arterias de lo prohibido. Aquellas eran misivas ataviadas de riesgo y nobles adjetivos. Eso no quita que le recomiende, estimado lector, que se anime a escribirle una epístola con estas características al presidente Putin. Quizás de esta manera entre en razón y, acaso, medite sobre las cosas esenciales de la vida, que nada tienen que ver con el dinero, el poder o con quién la tiene más larga.

Puede que el líder ruso no haga caso a las “advertencias de amor intenso e ineludible” pero, al menos habremos intentado -gracias a métodos muy humanos e idealistas- que un viejo hombre amargado e imperialista sepa que, pese a su decadente forma de ver las cosas, hay vida, una vida mejor, más allá de los ametrallamientos, las calamidades y el odio.

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