10 de Julio de 2025
Actualizado a las 21:28h
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El gobierno socialista va con todo. All in, todo al negro. Rien ne va plus. No importa el juego ni cómo se juegue, Sánchez está ahí. Enganchado al poder como un octogenario de Wichita (Kansas) en una tragaperras de Las Vegas (Nevada), juega y juega, pierde y pierde, pide y pide crédito y todo le da igual. Las bebidas son por cuenta de la casa y sabe que jamás pagará su deuda porque, para cuando llegue la factura, estará muerto o algo mejor.

Peter, excelsa persona, que está bien y en su mejor momento, observa epatado su reflejo en cada uno de los espejos que llenan el casino y se ve como el nuevo 007 haciendo saltar la banca con el dinero que el Tesoro de Su Graciosa Majestad le ha prestado como tapadera para su superior fin; fingir que es un hábil millonario que se introduce con astucia en los selectos círculos del malo para frustrar sus planes de acabar con el mundo. Sucede que, mientras él se percibe como salvador del planeta y amante galán de Vesper Lynd, el resto ven al Peter real, el paleto ludópata de Kansas que cohabita con otra paleta ludópata de Nebraska, que apuesta con dinero ajeno y cuya habilidad para el juego se limita a dar al botón de la máquina esperando a esos malditos fresones rebeldes que nunca salen.

El caso es que, día sí y día también, Peter se deja la pasta al son de la musiquita y del ir y venir de chicas con bandejas repletas de cócteles y, al principio, mientras desliza en sus bolsillos alguna ficha por los servicios prestados, muchachas, crupieres y jefes de sala le ríen las gracias, pero conforme pierde crédito, se enfada, vocifera, rompe cosas y culpa de su desdicha a todo y a todos; pierde también la paciencia propia y agota la ajena.

Peter acusa al casino de trucar las máquinas, acusa a la barra de servirle garrafón y monta un escándalo. Es, entonces, que llega John, uno de los ayudantes del sheriff del Condado, un tipo rudo con malos modales y le dice —¡Alto, en nombre de la Ley! —Y en lugar de topar con un tipo que sabe lo que le conviene, encuentra a un Peter ebrio de ego que responde con aquello de —¡Usted no sabe con quién está hablando!

Pero resulta que es el Peter de Kansas el que no sabe con quién está hablando y, así, sin saber cómo, de dónde ni por qué, recibe un bofetón llovido del cielo. Un tortazo que le deja cinco dedos gordos como un racimo de nabos marcados en la cara y un hilillo de sangre descolgándose por la nariz como se descuelga un escalador por un Mallo en Riglos.

Peter, Máster del Universo, ha recorrido en su periplo vital tantas vidas como las de Sabina en el Pirata Cojo con pata de palo, de anciano de Wichita a jugador en Las Vegas, de espía de Londres a rapelador en Huesca. De todas las vidas, él quería ser fotógrafo en Playboy, pero se quedó en boxeador en Detroit y recibió tamaña hostia que se quedó noqueado en la lona. Un humilde policía, depositario del inconmensurable poder de la ley, termina allí con la impertinente prepotencia del jugador.

—¿Lo han visto? ¿Lo han visto? —Grita. —¡Me han agredido!

Pero nadie ha visto nada. Muchachas, crupieres y jefes de sala, amigos mientras hubo propina, miran a otro lado y siguen con sus tareas mientras el agente John se lleva engrilletado a Peter.

Pero Peter es orgulloso, se limpia la nariz, se coloca bien la ropa, amenaza con quitar el uniforme al policía y con despedir al personal del casino y, cuando comprende que está solo, chilla:

—¡Estoy bien! Decepcionado porque todos me habéis traicionado, pero estoy bien.

El espectáculo ha acabado, pero en el casino del hotel Bipartidista Inn, todo sigue igual.

All in!, ¡Todo al negro! Rien ne va plus!

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