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El caso de Palestina: ética para los equidistantes

30 de Octubre de 2024
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El caso de Palestina: ética para los equidistantes

En ocasiones, las equidistancias son más hipócritas que las partidas. El silencio en torno al crimen en Palestina es peor que tomar partido. Denota hipocresía entre los practicantes de la noble virtud del silencio, aunque preñada de mentira.  

El término del medio y la moderación es ridículo cuando se han lanzado 1,5 veces la bomba de Hiroshima sobre un campo de concentración. Es admirable lo que pueden resistir en Palestina. Todos los equidistantes, en su fuero interno, saben que es una injusticia sin parangón en la historia. ¿Cómo llega la redención? Hace unos días, un decrépito Biden pedía perdón a los tataranietos de los indios violados y asesinados en orfanatos imperiales hace unos 150 años. Estamos en campaña electoral. El mal de los hipócritas, en ocasiones, se reviste de las mejores acciones. En aquel tiempo, se pretendía educar y corregir a los niños indígenas para reintegrarlos en una sociedad puritana, esquizofrénica e hipócrita en esencia. La civilización y la doctrina de la fe así lo requiere.  

Al otro lado del Bahr al-Atlasi, el Atlántico, el mar de las montañas Atlas, imaginan los neo puritanos, sean demócratas o republicanos, un universo de iracundos dispuestos a succionar la yugular de los cruzados con derecho de propiedad bíblica. Sin embargo, es más fácil abandonar el proyecto sionista. Los árabes y los persas tienen en muy buena consideración el comercio. Pero los puritanos del Mar de los Atlas eligieron la humillación, como la de aquellos indios a los que el ahora espíritu redentor, tras unas gafas de sol, pide perdón. 

Es un mecanismo tan bien conocido, tan evidente, que ya nadie traga con ello. Los días de gloria se acaban. La normalidad sigue el curso normal del sol: deseamos las especias, circunnavegar el globo y alcanzar el imperio del Medio. El punto de gravedad ya no está en las vacías y extrañas planicies norteamericanas. Y aquí, todavía no nos hemos enterado. Los niños siguen como si nada, soñando con Nueva York, con la propaganda incesante de Hollywood y sus novelas, con el inglés en el cocido.  

Las fricciones imperiales están enfangadas en Ucrania y contaminan los olivares palestinos. Durante décadas, el sionismo ha engañado-cuando no sobornado-a diputados electos y sus medios privados. Con paciencia, como el milagro de los riegos hidropónicos, gotean sobre la opinión pública, hasta creerse algunas de las mentiras como las del ataque de Hamás el 7 de octubre.  

Un día, tal vez décadas o centurias más tarde, sobre el inmenso cementerio de Gaza, alguien pida perdón. Tal vez no. Quizás, la ilusión de creerse el centro decisorio del mundo se haya esfumado, y solo quede un recuerdo vago en alguna pantalla sobre lo sucedido allí. Todo apunta a una disgregación fulgurante del neo puritanismo americano. Las palabras de perdón a los indios —como las de Biden— son contornos de letras y sonidos sin espíritu, silenciados por los cantos indígenas que reproducen la verdad de un tiempo que sigue su curso, y que, de algún modo, coloca a cada uno en su sitio.  

El silencio y las equidistancias de las partidas políticas y sus correas de transmisión son una forma de pedir perdón, mientras se asume con normalidad el crimen, el expolio y la violación de almas con sus cuerpos.  

Algunos olivos sobreviven a esta explosión, y su aceite nutre las mesas sionistas, pero es una mera contingencia, porque el nuevo orden mundial no es más que un viejo orden, el de Asia.  

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