Está la feligresía católica rebuscando en los textos de Hans Küng, Lord Acton y cualquiera que haya hablado sobre la infalibilidad papal. Sobre herejía, cisma y apostasía también, aunque los menos. La declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, Fiducia supplicans ha alterado al apacentado rebaño de Jesucristo, justo cuando se celebra y simboliza su natalicio. ¿Cómo puede actuar contra la doctrina en la bendición de pecadores que están orgullosos de serlo?
Obispos de todo el mundo se han manifestado tanto a favor (especialmente los macarrista estadounidenses y buena parte del episcopado alemán) como en contra (no solo los “tradis”). El ofrecimiento de las bendiciones pastorales que ha propuesto para las parejas irregulares (muy en concreto las del mismo sexo) supone un desafío teológico y doctrinal enorme. Más allá de la cuestión política que existe detrás de todo ello, con la presencia de potentes grupos de presión detrás como ya se contó, la teológica y la eclesiológica no son sencillas de analizar.
Teológicamente es evidente que las bendiciones pastorales han existido siempre y tienen fundamento evangélico. Como hace la declaración, se recuerda la bendición del propio Jesucristo a la mujer adúltera. Bendecir a una persona y no a su pecado era algo que ya existía en el seno de la Iglesia, pero siempre de manera individual y en aras a la conversión o rectificación de la acción o acciones pecaminosas. En la declaración todo el tema del pecado está ausente y han sido los propios obispos en sus cartas apostólicas los que han tenido a bien recordarlo.
Bendecir a una pareja en pecado ¿les acercará a la Iglesia?, ¿corregirán su actitud, que para la Iglesia no ha cambiado?, ¿se acercarán a la Iglesia o será postureo? Todas estas cuestiones no se han resuelto, entre otras cosas porque el cardenal Víctor Manuel “Tucho” Fernández sigue cantinfleando en sus escritos. Lo mismo dice una cosa que dice otra o ninguna a la vez. Un recurso muy jesuítico para no pillarse los dedos y que cada cual haga de su capa un sayo. Al final, después de llegar casi a la apostasía, que decida cada sacerdote lo que quiere hacer.
El papa Francisco I ha hablado de que con estas bendiciones, que no cambian la doctrina, lo único que se pretende es acercar a más personas a la Iglesia. Ser más misericordiosos. Más caritativos. Más comprensivos con la humanidad. Algo que tienen casi todos los curas, salvo los más asalvajados, claro. No hay ninguno que se niegue a acompañar fidelísimamente a cualquier persona si así lo necesitan. Incluso la confesión, un sacramento olvidado por este papado, y la absolución de los pecados es posible. Siempre y cuando haya verdadera aceptación de lo que supone ser católico en todos los aspectos vitales. Alguno hará la gracia de decir que el clero está lleno de homosexuales pero calla cuando los porcentajes de tíos, padres, abuelos, primos o profesores laicos abusadores es cuatro veces mayor.
El romano pontífice, con su Iglesia en misión o tienda de campaña, está intentando que no se le vacíen las iglesias o los seminarios y agrandar la comunidad de fieles. El problema es que la está llevando a la mundanización. Ya se expresó contra la misa tradicional; a las asociaciones católicas les metió mano (especialmente a Opus Dei, Focolares y Comunión y Liberación); alaba a la Pachamama; convoca un Sínodo de la Sinodalidad donde los laicos son “especialmente” elegidos; cierra seminarios; purga a cardenales y obispos que discrepan de sus posturas, señalando a los discrepantes como rígidos y acostumbrados (él es enamorado, por cierto); y se toma la infalibilidad papal como si todo lo que se le ocurriera a su mente (enferma, de verdad no como insulto) tuviese que ser acogido como doctrina.
Realmente, habiendo asumido a la perfección la escuela sudamericana política, se comporta como un Caudillo. No hay mucha diferencia con el peronismo o con Milei, por ejemplo. Se actúa y se hace lo que él dice. Se resguarda en la infalibilidad papal, pero olvida que no es sino en comunión con el resto de apóstoles (los demás cardenales y obispos) que la organización puede funcionar. Los fieles, después de tanto como ha hablado de incluirlos en las cosas de la Iglesia para evitar el clericalismo, no son nada. Deben acatar, como la curia y el clero, y seguir al sucesor de Pedro.
San Pablo se atrevió a corregir a san Pedro (son conocidas sus disputas) ¿por qué Burke no va a poder hacerlo? Juan Pablo II o Benedicto XVI tuvieron sus críticos y debatieron con lealtad y aceptación (excepto cuando era antidoctrinal, donde se tenía paciencia). El Caudillo argentino, empero, no debate. Si acaso hace como que debate para mantener su posición inamovible (¿de qué han servido las dubia cardenalicias?). No es solo que se haga lo que él quiere sino que se instaura un sistema totalitario, influido supuestamente por el Paráclito, donde al discrepante se le purga, se le excluye, se le oculta.