El 12 de octubre es nuestra fiesta nacional. En el año 1492 ocurrió lo que solemos llamar la Conquista de América. Colón desembarcó en lo que hoy conocemos como América y la "descubrió". Los nombres no son neutrales.
La conquista y colonización se presentan como una gran epopeya española. Sin embargo, los pueblos originarios lo denominan de otra manera: invasión y dominación. Es importante recordar esto. Conquistar significó arrasar con todo a su paso, ya sean objetos o personas. La cuestión surge cuando no se considera a los otros como humanos, bajo la creencia de que carecían de civilización.
Los conquistadores vinieron a tomar esas tierras y a sus pueblos. Después llegaron los frailes para convertir a los indígenas al cristianismo. Cada uno traía sus armas: unos la cruz y otros la espada.
Los conversos se vieron obligados a abandonar sus tradiciones y rituales, perdiendo así su cultura ancestral. ¿Fue la coacción de las armas lo que les impulsó? La resistencia debió ser heroica, ya que muchos se rindieron para preservar sus vidas. Los historiadores mencionan aproximadamente nueve millones de indígenas fallecidos.
Una vez conquistados, fueron explotados por sus riquezas, como el oro y las tierras más fértiles. ¿Qué sucede con los indígenas que quedan? Son explotados para obtener el máximo beneficio. Algunos defensores, como el fraile Bartolomé de las Casas, uno de los más conocidos, salen en su defensa. A otros, como Valdivieso, los asesinaron, saliendo del templo, por denunciarlos.
Esto trajo malas consecuencias. Al no quedar indígenas para el trabajo, tuvieron que cazar negros en África y traer como esclavos, los cuales fueron obligados a trabajar, o vendidos a un buen amo para obtener beneficios.
Aquellos que entraron murieron como héroes y santos, proclama la propaganda. Los misioneros españoles de la época informaron sobre aspectos muy negativos, ya que obligaron a esos hombres a trabajar en las minas o en la agricultura. Sometían a fuertes castigos a aquellos que no resistían, tenían que tratarlos como bestias del campo. Los malos tratos y la explotación eran cotidianos. Estos hechos destruyen la leyenda y explican muchos tópicos que nos han contado.
Se establecieron leyes, claro, pero ¿qué sucedía con quienes no las acataban? Poco. Considerados caníbales, sus amos los sometían a tremendos castigos. Los dedicaban al trabajo en sus plantaciones; si eran mujeres o niñas, al servicio doméstico. A veces lograban escapar, pero si los encontraban, eran apaleados hasta reventarlos.
Así imponían respeto, y el pánico se instalaba entre ellos. Aventureros y fanáticos pretendían llevarlos a la civilización, aunque ya tenían la suya propia, obligándolos a cambiar una cultura llena de supersticiones y acciones reprobables.
Para civilizarlos, crearon escuelas y misiones, pero la pedagogía no existía, solo severos castigos para quienes no obedecían. Las reducciones se intensificaron cuando los pueblos indígenas se rebelaban, siendo agrupados en territorios administrados por laicos o religiosos, donde generaban riqueza y desarrollo económico. Los administradores evangelizaban y ejercían control. Por ejemplo, los jesuitas dejaron un legado cultural, aunque siempre bajo estricto control, asignando a los indígenas lugares donde muchos acababan destruidos, al no ser su lugar de origen y estar dirigidos por extranjeros.
Se debate si los logros del mestizaje compensan las situaciones de violencia sexual, donde era común matar a los hombres o esclavizarlos, quedándose con sus mujeres.
Se construyeron escuelas y universidades, así como hospitales, pero por necesidades administrativas, no para establecer la igualdad. La élite siempre predominaba, explotando las riquezas mientras los demás eran marginados y trabajaban para ellos.
Los historiadores han registrado todo esto, pero el presente a menudo manipula el pasado. Los pueblos ahora independizados no olvidan ese pasado y comienzan a pedir cuentas a los colonizadores, aunque estos no las reconocen y aún se sienten superiores. Interpretan la historia como les conviene, buscando complacer al pueblo para que se sienta orgulloso de sus hazañas.
Se organizan desfiles y celebraciones sin crítica alguna. A medida que se conocen los hechos, se oculta la realidad. Lo que no hacemos es revelar la verdad, que es única y no lo que quisiéramos que fuera.
Sin la verdad, no podemos ser libres, por mucho que lo proclamemos. Recordar lo que sucedió es muy necesario para establecer nuevas relaciones con estos pueblos.
¿Acaso no deberíamos ser nosotros los más interesados en establecer directrices claras? Sin embargo, cada día surgen nuevos conflictos y la situación empeora.
Esto debe terminar de una vez; no podemos continuar así. Un poco de humildad nos vendría bien. ¿Es tan difícil pedir disculpas? Entonces, ¿por qué no lo hacemos?
Porque prevalece un orgullo absurdo en lugar de considerar a los demás como iguales, con las mismas oportunidades y posibilidades.
Las diferencias existen, pero eso es lo que nos enriquece. El ejemplo más claro es nuestra forma de hablar; nos divierte y nos hace sonreír, tanto a unos como a otros.