Si el 15 M hizo descubrir a muchos ciudadanos de bien -a muchos pocos, que diría Góngora- la posibilidad de politizarse en las calles, la final del Benidorm Fest ha revelado a la península entera que el tongo es la estructura de nuestras democracias y que el voto popular -e incluso el cocinado o demoscópico- no cuentan para nada a la hora de tomar decisiones colectivas. Tenemos, sin embargo, que ser prudentes. No vaya a ser que creyendo estar en la vanguardia de la politización, seamos víctimas del mismo trampantojo estatal que hizo de la indignación del 15 M un movimiento reaccionario al servicio de las élites, al acelerar desde el minuto uno los selectivos motores de la austeridad y borrar de la memoria colectiva las revueltas obreras de los años setenta y ochenta, o fenómenos de indignación transversal y popular como Nunca Máis.
El peligro está en creer que el tongo, en lugar de ser la lógica principal de dominación de las burocracias (inter)nacionales, es una simple excepción a la regla que ha surgido entre nosotros como una reminiscencia del franquismo para censurar una teta. Si adoptamos esta manera de razonar nunca nos percataremos de que, por el contrario, lo que es franquista es nuestra manera de relacionarnos con el poder, cuestionándolo aparentemente, pero acatando todas sus órdenes y naturalizando su dominio como muestra, por ejemplo, el insólito récord de vacunación, sí o sí, y sin discusión alguna, que atesoramos junto con Portugal a nivel europeo.
Estamos, por eso, ante una gran oportunidad que nos permitiría entender que la farsa impulsada por el jurado de expertos del Benidorm Fest no es más que un eco de muchos otros tongos que, a diferencia de este, están repletos sangre y miseria, como el macro-fraude de la gestión de la crisis del covid-19 o los amaños de la OTAN y EEUU para intervenir en Ucrania. (No olvidemos que esta misma OTAN es la que montó junto a la CIA la Operación Gladio, una red paramilitar que realizó ataques terroristas por toda Europa -82 muertos en el atentado de la estación de tren de Boloña- para atribuir su autoría a la izquierda e impedir su auge electoral).
Propongo, sin embargo, que, manteniendo este espíritu crítico, nos quedemos en el escándalo del Benidorm Fest y exploremos las diferentes vías de engaño social o alienación que ha puesto en circulación. Lo primero que hay que dejar claro es que las únicas víctimas de este embrollo son las Tanxugueiras -en ningún caso Rigoberta Bandini-, pues el jurado les ha vetado de inicio la posibilidad de participar en Eurovisión pese a tener más del 70% del voto popular.
El tema “Terra” era la única propuesta que constituía una verdadera amenaza al establishment español desde un punto de vista de género, de clase, nacional-federal y lingüístico. El hecho de que una apuesta radicalmente feminista como la de las Tanxugueiras (“que nos escoiten berrar”, “co xeito das nosas nais”, “veñen para quedar/ esas bravas gorxas/ de fondo cantar”) no esté siendo reclamada como tal pese al escarnio sufrido y sea, por el contrario, invisibilizada por gran parte de la nueva izquierda -Ministerio de Igualdad a la cabeza- por el “Ay, mamá” de Rigoberta Bandini indica tres cosas: 1) El feminismo solo se permite si es burgués, nunca si es popular (¡ah, de la lucha de las caseteiras y conserveiras gallegas!); 2) El feminismo no puede ser una plataforma de politización de la realidad, sino que ha de proponer una moral cuqui que no cuestione ningún “consenso” y nos dé un chute de alegría, moderneo y transgresión siempre controlada; 3) El desprecio de las élites españolas a lo popular es endémico, y su miedo al incontrolable poder político que lo popular encierra roza ya lo psicótico.
La estrategia hundir la flota que han sufrido las Tanxugueiras no es más que una réplica de este temor que las altas jerarquías españolas han manifestado siempre a lo popular entendido como una fuerza anónima e igualitaria que desafía a las estructuras de poder (no olvidemos que la letra de “Terra”, a diferencia de la de Chanel y Bandini, está compuesta por mujeres y proviene de una tradición oral femenina ancestral-popular). En este sentido, el nacionalismo español -tanto el de izquierdas como el de derechas- nunca ha podido asimilar el legado popular de mitos fundacionales como Cervantes o la picaresca española y por eso los han intentado vestir de oropeles o denunciar como algo chabacano, degenerado, o miserable, cuando en realidad eran gritos revolucionarios que señalaban el cómo y por qué de los problemas. Este complejo españolista, obsesionado por afrancesarse y ser jacobino, o por tener una literatura fundacional shakesperiana-dickensiana en la que por vía popular las peras son peras y las manzanas manzanas -¡orden, orden, orden!- es lo que explica el no a Tanxugueiras.
La repulsión de nuestras élites a la cultura popular siempre que esta se politiza y amenaza con evadir los controles y aduanas queda claro en la diferencia que va del acoso reciente que han sufrido artistas como C. Tangana o escritoras como Ana Iris Simón a la aceptación o aplauso que han recibido estos días Chanel o Rigoberta Bandini. Mientras que las letras de C. Tangana (que, hay que decirlo, deconstruyen la masculinidad inoculada por el neoliberalismo en las mayorías sociales) ocasionaron que se le cancelase un concierto en Bilbao y se le sometiese a un proceso de cancelación inaudito por machista, troglodita y facha con el aplauso de Unidas Podemos, el “Slo-Mo” de Chanel, una reconstrucción de lo más retrógrado de la lógica patriarcal, nos representará sin problemas en Turín. (C. Tangana es, pecado, un chico de barrio). En un sentido similar, Ana Iris Simón, votante confesa de U. Podemos, es tachada de fascista por la nueva izquierda por reclamar el derecho a tener hijos en unas condiciones materiales adecuadas y cuestionar la lógica del progreso, mientras que Rigoberta Bandini, en su apología por una versión de la feminidad tradicional (la belleza, la paz, el caldo en la nevera) es considerada como una auténtica revolucionaria (Ana Iris Simón es, pecado, una chica de pueblo).
Esta doble vara de medir, que parece esforzarse en querer entregar el país a la extrema-derecha al despreciar a las mayorías sociales al estilo H. Clinton, se reveló ya con claridad cuando Pablo Iglesias confesó que la única vez que se rompió un hueso no fue luchando en las barricadas con la policía ni agrediendo a algún lobista en los pasillos del Parlamento Europeo o del Congreso sino dándose de hostias con lo que él describió como “un grupo de lúmpenes, pues eso, gentuza, de una clase social mucho más baja que la nuestra” que le “intentó robar una mesa de mezclas” en el centro social en el que iba a catequesis. Las escuadras romanas de la nueva izquierda pronto acudieron a salvarlo argumentando que un buen marxista siempre estaría en contra del lumpen. Nadie le llamó fascista ni se lo llama ahora que se dedica a amenazar a los no vacunados sin cuestionar un ápice la gestión de la crisis del covid-19. En un sentido similar, cuando Errejón da la murga académico-estamental con la idea de construir un pueblo como quien juega con un Lego, consideramos que es un gran estadista, pero si artistas o intelectuales de clase baja recurren al pueblo son fascistas o curiosidades sin mayor trascendencia como las Tanxugueiras.
“Ay, mamá” de Rigoberta Bandini según Cervantes (y según Marianne/Mariana/Delacroix)
Sirvámonos de Cervantes -productor de conciencia política donde los haya- para desentrañar el significado que el “Ay, mamá” de Rigoberta Bandini pudiera tener como un himno generacional de alto voltaje político. La letra de la canción parece obedecer a los patrones de la ironía cervantina, pero en un sentido inverso. Mientras que la ironía cervantina pone en marcha un mensaje que parece ser reaccionario y apoyar el status quo -el morisco, Ricote, por ejemplo, celebrando la expulsión de los moriscos- cuando en realidad está atacando todos los resortes de la oficialidad y promoviendo una revolución silenciosa pero efectiva, la ironía bandiniana pareciese prometer revolución mientras inyecta reacción. El chute de adrenalina que las canciones-himno al estilo de “Perra” o “Ay, mamá” nos proporcionan al movilizar fragmentos de melodías que tenemos interiorizados en el fondo de nuestro inconsciente revolucionario no encuentran un sentido real de politización, sino que se diluyen en un individualismo apolítico.
El primer misterio por desentrañar radica en saber, por eso, en qué consiste la politización de la realidad que lleva a cabo “Ay, mamá”. La canción, según se comenta, parece darle dos sentidos al significante principal “teta”: una defensa de la lactancia/maternidad por un parte, y una denuncia de la censura a la que las redes sociales someten a los pechos femeninos (en su locura inquisitorial, Instagram llegó a censurar la propia palabra “tetas” en la letra de “Ay, mamá”, sustituyéndola por asteriscos). Sin embargo, ninguno de estos dos hipotéticos significados se remarca de manera ni tan siquiera mínima en la canción, sino que se diluyen en el indignado “no sé por qué dan tanto miedo nuestras tetas”, enfrentándose así a un patriarcado del todo difuso. Bandini no reclama abiertamente la maternidad (el derecho a tener hijos de una generación a la que se nos engaña con la idea de que es revolucionario no tenerlos para precarizarnos aún más), ni ataca tampoco las plataformas digitales que, convertidas en el nuevo patriarcado, censuran tanto los pechos femeninos como cualquier tipo de discurso que atente contra la oficialidad imperante. Más bien, convertida en una nueva Alaska, nos hace llegar un mensaje en apariencia guerrero, aunque con cierto aire opusino, que amaga con disfrazarse de la estética milenial-urbanita de los libros de la perrita Blackie.
Tenemos, además, el tema de “el caldo en la nevera” -¿del Hipercor o del Ametller Origen?- que parece ser uno de esos rancios e incomprensibles fetiches de nueva izquierda urbanita, como el que perjuraba que las clases populares se compraban la ropa en el Alcampo, que no en el mercadillo o en las Rebajas. Sin entrar en la verosimilitud de que haya “caldo en la nevera” lo que este tópico parece reflejar es la dictadura patriarcal que muchos hijos e hijas sin descendencia ejercen, en su eterna juventud de treinta y cuarenta años, contra sus madres, quienes siguen procurando cuidados como en la adolescencia. No nos encontramos aquí con una reivindicación política del legado materno como el que ponen en marcha las Tanxugueiras.
Estamos, en suma, ante un ejemplo de despolitización de lo que debiera ser un discurso político como el feminismo que es prototípico de la política identitaria neoliberal. Si utilizásemos Últimas tardes con Teresa de Marsé como horizonte, podríamos decir que la canción de Bandini representa a la burguesa Teresa, lectora de Beauvoir entre atención y atención del personal de servicio, y las Tanxugueiras al Pijoaparte, quien por más que intente asimilarse a protocolos distintos a los de su humilde extracción social nunca será aceptado por las clases dominantes ni conseguirá cambiar en base a su radicalidad popular el comportamiento de estas (las Tanxugueiras pese a ser las únicas en decir todas, todos y todes y montar una coreografía con bailarines andróginos haciendo una muiñeira trans, no se ganaron el reconocimiento del Ministerio de Igualdad como feministas y defensoras de los derechos de todos)
La difusa transgresividad de “Ay, mamá” queda reflejada en la reacción chocarrera de Santiago Abascal, quien dijo estar sorprendido por la polémica porque está claro que a todos “las tetas nos gustan desde pequeñitos”. Sin embargo, no hay que tomarse a broma la canción de Bandini. Las referencias culturetas de sus letras (“sacando un pecho fuera al puro estilo Delacroix”) se sitúan en un territorio indeterminado entre lo que podría ser el dandismo de Félix de Azúa o Luis Antonio de Villena pero también la revolución político-cotidiana de Seamus Heaney o W. Szymborska. La alusión a Delacroix se refiere a “La libertad guiando al pueblo”, la pintura convertida en emblema de la Revolución francesa. La mujer-alegoría que en este lienzo guía al pueblo con un pecho descubierto hacia la libertad es Marianne, nombrada así en honor al jesuita español Juan de Mariana, quien en tratados como De Rege o De Monetae Mutatione defendió el derecho que el pueblo tiene al regicidio siempre que el monarca vaya en contra de los derechos de la mayoría. (Que Juan de Mariana y los miembros de la Escuela de Salamanca, precursores del constitucionalismo social, estén siendo reclamados de manera delirante por anarco-capitalistas y ultra-liberales españoles, es una muestra más del estado de la izquierda).
En este sentido hay que reconocer que sería revolucionario -todo un servicio al pueblo de nuestros millennials burgueses- que el “Ay, mamá” de Bandini se convirtiese en un himno feminista generacional que denunciase el control patriarcal de las plataformas digitales a los pechos femeninos, a lo discursos contra la gestión oficialista del covid-19 y a un sinfín de cosas más, dejando claro que “sacando un pecho al puro estilo Delacroix” estamos reclamando nuestro derecho a cortar amarras con quienes nos oprimen diciendo protegernos.
En los Discorsi, Maquiavelo afirmaba que, aunque se diga lo contrario, el pueblo, preocupado por conservar su existencia, rara vez se equivoca, mientras que los príncipes o dirigentes yerran casi siempre, sin que esto suponga prejuicio alguno para ellos. La politización de la sociedad, como ya señaló Polanyi, siempre se produce, e intentar obviarla solo lleva al desastre, es decir, a que nos entreguemos al primer flautista de Hamelin que pase ante nosotros. El gran peligro que afrontamos los miembros de la Generación post-Suresnes, los progrennials, los canovistas enfermizos (el bipartidismo es más fuerte ahora que socialistas, comunistas y nueva izquierda forman un mismo embutido), es decir, todos aquellos nacidos entre 1970 y 1990, es que naturalizamos la lógica del último franquismo y de la Transición de “politizarse ma non troppo”. La cutre prórroga de la socialdemocracia en la que crecimos nos ha hecho creer que en el fondo no hay malos en el mundo, que el progreso todo lo puede, y que solo en ese bárbaro pasado occidental previo a la Segunda Guerra Mundial había grandes intereses que eran defendidos por buena parte de nuestros políticos o estructuras de gobernanza mundial sin escrúpulo alguno bajo la apariencia de la democracia o de la monarquía parlamentaria. Ya va siendo hora de ir despertando. Ni la teta debe impedirnos ver el sol ni el sol ocultarnos la teta.