Jesús Ausín

Charlatanes y urbaletos

23 de Mayo de 2023
Actualizado el 02 de julio de 2024
Guardar
charlatán

En la esquina de la plaza, junto a la estación de autobuses, entre el mercado y la botería, un elegante y orondo señor, con ropa de domingo, sombrero en lugar de boina y zapato de charol brillante en lugar de abarcas, gritaba a los paseantes: “...para el niño y la niña, para el hombre desganado, para la mujer frígida, para los calvos y los que comienzan a no tener pelo, para los escuchimizados y para los melindres, este jarabe puede con todo. Si se aplica en la cabeza tendrá usted un pelo como el mío, y eso que hace dos meses era calvo. Una cucharada antes de las comidas hará que su hijo el abúlico coma como una lima. Si su marido no cumple, señora, una cucharada de esto le pondrá como un burro.” [ahí se oían las risas del público]”... Si a su mujer, le duele la cabeza, amigo, con Filográs, ya no tendrá excusa” [entonces era cuando los señores se daban codazos entre ellos con una risa maliciosa].

La gente se arremolinaba alrededor del charlatán y escuchaba con el mismo interés que los domingos aguantaban el chaparrón verborreico de don Zenón subido en el púlpito de la iglesia. Casi ninguno de los escuchantes compraría el famoso Filográs, que como el Famoso Bálsamo de Fierabrás, del Quijote, valía para todo y todo lo curaba. Los pocos que ya conocían a Gorgoño por haberlo visto en otras ocasiones, sabían que nunca había sido calvo porque siempre decía lo mismo. Sin embargo, no creían que Gorgoño fuera un timador aunque lo que vendiera no hiciera crecer el pelo, ni diera virilidad a los hombres, ni ganas de comer, ni tampoco fuera ni siquiera un poquito afrodisiaco. Es más, el producto que no era otra cosa que agua, alcohol y azúcar, y , por tanto, era perjudicial para los niños, podía llegar a ser mortal en caso de ingestión en grandes cantidades. Y sin embargo, para todos aquellas buenas gentes confiadas, que pasaban el rato mientras esperaban en círculo que llegara la hora de subir al coche de línea que les devolvería al pueblo, a sus ovejas, sus cerdos y sus gallinas, lo que Gorgoño hacía sólo era un espectáculo inocuo. Si algún pringadillo compraba el jarabe, no veían problema en ello porque en eso consistía el negocio del charlatán. 

A unos cien metros del vendedor del crecepelo, resguardados de miradas indiscretas y en una esquina de la que partían seis calles, estrechas y sinuosas que se adentraban en la zona vieja, un grupo de tres fulanos, habían colocado una enorme caja de cartón, bocabajo para que sirviera de mesa. Sobre ella, un pequeño tapete de hule de los que se usan en los bares para jugar a las cartas, y sobre el tapete tres cubiletes y una bolita. Uno de los fulanos movía el cubilete a gran velocidad,  mientras preguntaba “¿dónde está la bolita”? Otro, el gancho, le decía al oído a un supuesto espectador (que era el tercero de los compinches) “está a la derecha”. Y el supuesto espectador, con cara de pánfilo, boina calada a rosca hasta las orejas y un traje a todas luces desgastado, cumpliendo el papel, sacaba un billete de quinientas pesetas y lo apostaba al cubilete de la derecha. Y efectivamente, la bolita estaba a la derecha y el primer estafador le devolvía al supuesto paleto su billete de quinientas pesetas al que acompañaba de otros dos como premio. Y volvía a mover el cubilete. Y el supuesto paleto ganaba siempre. Y entonces, alguno de los espectadores que había acertado para sí, todas las otras veces dónde estaba la bolita, apostaba sus quinientas pesetas. Al levantar el cubilete la bolita ya no estaba dónde parecía sino en otro sitio. Y el paleto y el gancho perdían ambos los billetes apostados. Pero la avaricia humana es inagotable y en lugar de una retirada a tiempo, el pobre incauto volvía a apostar y volvía a perder. Al rato, siempre acababa llegando la policía y los timadores desmontando el tinglado con gran habilidad para salir corriendo y desaparecer como por arte de magia. Y allí se quedaba el pobre pringao al que habían timado con cara de gilipollas, intentando pensar cómo iba a explicar en casa que le habían soplado mil, mil quinientas o dos mil pesetas en una timba en la calle. 

Alrededor de los trileros, siempre había gran expectación. No tanta como con el vendedor del bálsamo de Filográs, pero si la suficiente como para que alguno de ellos plantara cara a los trileros y evitara así que el pardillo del pueblo, que había ido a la ciudad a vender las ovejas o el caballo o unos pollos, volviera a casa sin la mercancía y sin los dineros sacados por la venta. Y sin embargo, todos permanecían callados. Expectantes y con una cierta sonrisa en la comisura de la boca, cuando el que apostaba ya no era el compinche sino el paleto. Festejaban que el incauto hubiera caído en las redes del trile, quizá porque alguna vez anterior los timados habían sido ellos y así se resarcían de su culpa, quizá porque creyeran que los avariciosos que creen que pueden engañar a los demás es justo que acaben siendo engañados.

Tanto los espectadores del charlatán como de los trileros tenían claro que ambos negocios eran ilegales. Todos creían que los trileros eran más peligrosos que el charlatán. Y sin embargo, los trileros no podían matar a nadie con su juego y el charlatán si con su producto. Pero, las cosas siempre han sido así. De echo, todos aguantaban el chorreo y las críticas del cura los domingos en el púlpito que les pedía obediencia y fidelidad, mientras era vox populi que la sobrina del cura era, en realidad su amante.

*****

Charlatanes y urbaletos

Me decía el otro día en Twitter alguien (@myosostissylva), que la neurología, la antropología y la historia han refutado que el hombre tiene una gran tendencia al altruismo y a la solidaridad y que es este sistema que yo llamo hijoputismo (y por algo es) y ella definía como capitalismo tóxico el que ha hecho al hombre antisocial, egoísta e individualista al extremo para poder controlar más fácilmente a los individuos. Yo no voy a entrar en temas ni sociológicos ni neuronales que no comprendo y que no domino. Lo que si sé, es que, en la actualidad, las cosas tan graves que nos están pasando y el giro fascista que han tomado todos los regímenes que llamamos democráticos del primer mundo son consecuencia de ese individualismo, de ese egoísmo y de ese centrar el yo en todo y olvidar que no vivimos aislados en le monte en una parcela de 40 hectáreas sin nada alrededor sino en una sociedad que necesita de la unión, la solidaridad y la cohesión para afrontar un tipo de vida que, desde el momento en el que hay un estado que controla todo, estamos obligados a aceptar que las normas son comunes y por tanto las acciones también deberían de serlo.

En época de elecciones, por las esquinas crecen los saraos de charlatanes. Todos venden crecepelo para los que no son calvos, y además hay muchos que mueven la bolita en un juego del trile en el que siempre ganan ellos y sus compinches, los poderosos para los que trabajan, y siempre perdemos todos los demás. Decía el otro día el caradura de Sanchez Castejón, que ellos no van a dejar que la sanidad pública se desmantele. Ellos, que son los culpables de haber introducido al bicho privado dentro de la sanidad pública con la ley 15/97 que ni se plantean derogary que es la causa de todo esto que está pasando con la sanidad. El PP es el culpable de que en Madrid o en Castilla y León, no exista ya sanidad pública universal. De que, pidas cita urgente para el dermatólogo el día 18 de mayo de 2023 y te den cita para el 25 de junio de 2024. De que pidas cita para el médico de familia un martes porque tienes fiebre, dolor de cabeza y te encuentras mal, y te dan cita para el miércoles de la semana siguiente. El PNV es culpable de que Osakidetza no funcione correctamente, de que las citas sean a tres meses vista y de la falta de recursos. Pero en todos los casos, la causa de todo ello es una mierda de ley que permite a los caraduras y corruptos llevarse el gasto de la sanidad pública a empresas privadas para que hagan negocio. Y todo ello, a su vez, es consecuencia de que tú, yo y todos los demás, permitimos que esta gentuza siga gobernando a pesar de que lo hacen en contra de nuestros intereses

Quizá la sociología o la neurología sirva para explicar cómo es posible que una deficiente ganara unas elecciones autonómicas cuyo programa era un folio en blanco. Quizá nos haga falta un estudio sociológico para saber por qué la gente vota a una tiparraca falangista que dejó sin atención hospitalaria a más de siete mil ancianos que murieron como perros en las residencias y que los propios bomberos tuvieron que sacar los cuerpos muertos de entre los vivos. Quizá nos haga falta saber que tipo de síndrome nos lleva a votar a quienes llevan tres condenas por corrupción y más de doscientos sobreseimientos por prescripción, por defectos legales o por muerte oportuna de los testigos. O quizá deberíamos tener los arrestos suficientes como para pedir explicaciones a unos señores que reparten justicia casualmente siempre con penas para los que no son de su cuerda, el último que ha pasado desapercibido, el caso del acta de diputado de Carles Puigdemont pero que casi siempre acaban sobreseyendo los casos cuando son de ese partido que debería estar ilegalizado por corrupción sistémica.

Como ya dije en el anterior post, estamos en elecciones autonómicas y municipales y deberíamos estar hablando de los problemas locales, de las listas de espera sanitarias, de los derroches y préstamos a empresas amigas, de los gastos en asesores, de los barracones que se han convertido en colegios de forma permanente mientras se regalan parcelas públicas para construir colegios religiosos concertados. De la limpieza viaria inexistente, de la vivienda social que no sólo malvendieron a fondos buitres sino que después de dos sentencias, se niegan a revertir el proceso. De las becas para los que más tienen que estudian en colegios privados mientras los pobres no pueden ni asistir al comedor escolar porque no pueden pagarlo, de los bonos sociales de electricidad y gas que cobran personas como el consejero de la CAM o la candidata de Mas-Madrid porque son familia numerosa cuando tienen posibles para hacer frente a esos gastos y muchos más. 

Deberíamos estar hablando de cómo solucionar el cambio climático. De que no se pueden realizar complejos de chalets y campos de golf y regarlos con el agua de Doñana. De que no se pueden regar las viñas ni los ajos con el agua de las Tablas de Daimiel. De que no se pueden poner placas solares en terrenos agrícolas de gran producción y de que se deberían cubrir los pantanos con ellas, lo que evitaría gran parte de la evaporación y que las eléctricas desperdiciaran el agua para incrementar sus ganancias.

Insisto en que la culpa es nuestra. Por priorizar las cañas sobre la salud. Por creer que un trapo de colores, o que una banda terrorista que hace diez años que no existe, siguen condicionando nuestras vidas. 

Cuando desaparecieron los buitres, yo no dije nada porque no tenía carroña. Cuando desparecieron las abubillas, no dije nada porque no me molestaban. Cuando desaparecieron los zorros, no dije nada porque así no se comían las gallinas, cuando desaparecieron las abejas, ¿Y a mí que si no me gusta la miel? Y ahora que ya no hay animales, ni insectos que polinicen, ni lombrices que fertilicen la tierra, voy a bar y ya no hay ni cerveza. ¡Qué putada! Salud, feminismo, ecología, decrecimiento, república y más escuelas publicas y laicas.

Lo + leído