Siempre me ha fascinado el hecho de que en Australia existan animales tan raros, extraños y únicos. Canguros, wombats, equindnas, dingos, koalas u ornitorrincos. Con nombres de rimbombante sonoridad y aspecto inverosímil, parecen los experimentos de un doctor Moreau exiliado en las antípodas. Una ve a un ornitorrinco y no puede evitar pensar que es un boceto que salió mal a Dios y que decidió apartar de su vista. Y que me perdone el colectivo «Amigos del Ornitorrinco».
Pues bien, supongo que la misma fascinación tuvieron los barcos europeos a finales del siglo XVII que se lanzaron a la aventura de explorar Australia cuando en 1697, mientras navegaban por las aguas de un río desconocido del suroeste de Australia Occidental, el capitán holandés Willem de Vlamingh avistó varios cisnes negros, siendo posiblemente el primer europeo en observarlos.
Se trató de un hecho inesperado, novedoso. Hasta ese momento la ciencia solo había registrado cisnes blancos. La visualización a lo largo de los siglos de todos los cisnes de ese color parecía constatar que todos lo eran. Sin embargo, la aparición de cisnes negros en Australia acabó de golpe con esa supuesta “evidencia”.
En este hecho, se basó la "teoría del cisne negro", que fue desarrollada por el matemático-inversor-filósofo, profesor, escritor y exoperador de bolsa libanés estadounidense Nassim Taleb en 2007. El libro, que fue un "best Seller", remarca "El impacto de lo extremadamente improbable".
La teoría del cisne negro parte de la idea de Hume: el hecho de que hayamos observado muchos cisnes blancos no debería hacernos descartar la existencia de un cisne negro.
Nadie ha explicado con tanta brillantez la era de la incertidumbre que atenaza al mundo occidental desde hace dieciséis años. Es decir, que la modernidad es tan compleja que no podemos entenderla del todo y, por tanto, somos vulnerables a acontecimientos tan imprevistos como letales. Por usar su propia metáfora, nos acostumbramos a vivir en un mundo repleto de cisnes blancos... hasta que la repentina aparición de un cisne negro derrumba nuestras creencias previas y nos obliga a replantearnos cómo funciona todo.
La primera guerra mundial, la aparición de internet, la crisis del euro, de Wikileaks, el atentado del 11S, la pandemia de covid-19. Por no hablar de España: el 15-M, el rescate bancario o, desde el 1-O, la ópera bufa del procés, son sin duda cisnes negros.
Fenómenos muy distintos que, por mucho que no los hubiéramos visto antes, no significaba que no fueran posibles.
Nassim Nicholas Taleb se ha convertido en el Sócrates del siglo XXI, donde se le rifan en grandes foros y simposium por escuchar sus metáforas y teorías. Dicen de él que es arrogante, un capullo, un genio y un cretino, más que nada porque se mete con el sistema financiero, la burocracia, el Financial Times, con los banqueros de Wall Street, con todos y cada uno de los miembros de la Reserva Federal, y con Goldman Sachs por ejemplo ("casi Na"... como diría mi abuela andaluza).
No hace mucho escribió otro "Best Seller" de aforismos donde plantea verdades como: "Hay que acabar con los bancos: su única función es pagar millones a sus ejecutivos", o "para llevar a un tonto a la ruina, dale información".
Él explicó en una entrevista, que los individuos nunca aprenden, pero los sistemas sociales sí. Y lo hacen expulsando a los inútiles que la cagan. Supongo que algo habremos mejorado con la crisis. Muchos capullos se han arruinado. Pero no los suficientes, también dice, «Me gusta que los poderosos me vean como un capullo, porque eso significa que voy contra lo establecido y que su único argumento es insultarme".
Un tipo así, en el fondo me cae bien, porque no tiene reparos en decir a la humanidad que no somos tan listos y "guapos" como en realidad nos creemos, que al igual que Sócrates, solo sabemos que no sabemos nada y eso nos da una patada de humildad que nos devuelve a la realidad de esta vida.
No tiene reparo en señalar que si tan listos somos, ¿cómo es posible, entonces, que haya una diferencia de casi seis mil años entre la invención de la rueda y la de la maleta con ruedas?... (Ja! Ahí nos ha dado bien fuerte).
Estoy de acuerdo con él.
En realidad hay muchas más cosas que desconocemos de las que conocemos. Y que realmente nuestro objetivo más ambicioso al final del día es evitar ser unos imbéciles.
Llamarme pesimista si queréis, pero en realidad un pesimista no es más que un optimista bien informado. Si estudiáramos el sistema, sabríamos todos con antelación lo que sucederá de la misma forma que lo hace Taleb. El futuro se ve muy negro como sus cisnes, pero la sociedad actual no quiere que le digan la verdad, quiere vivir la euforia del consumismo televisivo y del postureo instagrámico. Eso de cambio climático, desertificación, pico del petróleo, extinción de las especies, agotamiento de los recursos o superpoblación son cuentos de agoreros.
En fin, no me molestes mientras pongo un tuit.