Las mujeres y hombres de este país han vuelto a demostrar su calidad humana, su humanidad, colaborando de manera masiva para paliar el impacto material y el dolor humano padecido por los vecinos de las localidades valencianas, donde la naturaleza soltó su furia desatada en forma de lluvias torrenciales con una fuerza nunca vista. Tragedia en la que se han sentido concernidos aflorando lo mejor del ser humano: el espíritu empático, colaborativo, positivo, generoso y altruista con quienes han pasado, probablemente, el peor trago de su vida, hasta el punto de temer por ella.
Reacción que nos reconcilia con lo humano al comprobar que las personas no están en el barro político en el que algunos quieren encerrarnos, sino en la brega diaria de solventar el modus vivendi; por eso empatizan y comprenden el impacto de la DANA, que obliga a los afectados a reconducir su vida. Demostración de que la humanidad sigue viva y latiendo, aunque no la veamos por la gresca, las mentiras, los bulos, las tergiversaciones de la realidad, de los hechos objetivos y las falsedades que nos venden a diario los generadores de barro. Confabulación que, en su conjunto, traslada la idea de que esta sociedad que descentraliza y reparte el poder, la democracia, genera un caos invivible y, por eso, lo mejor es volver al ordeno y mando: la dictadura.
Me sorprendió gratamente —sin ser monárquico—, escuchar al Rey decir a un vecino de Paiporta, que las ayudas estaban llegando y que no se fiara de las mentiras y bulos que estaban circulando para excitar la sensación de fracaso e inutilidad de las instituciones democráticas. Justo en el momento en el que una turba teledirigida, minoritaria y fascista, le insultaba y lanzaba barro para sembrar y acrecentar ese caos. Razonamiento que debería llevar a la reflexión a la clase política a la que la ciudadanía ha dado una lección de pundonor, en especial a quienes sitúan sus obsesiones de poder y estrategias de vuelo gallináceo para conseguirlo, por encima de las preocupaciones ciudadanas, que harta de clamar en el desierto decide actuar por su cuenta cuando las autoridades no dan ni aportan soluciones.
Eso es lo que ha impulsado a los valencianos y valencianas a movilizarse, como en el resto del estado aportando medicamentos, comida, vituallas y dinero, ante la pasividad de sus autoridades autonómicas encargadas de hacerlo, cuando comprobaron que no tenían ningún plan previo, frente a la amenaza que se cernía, para coordinar, advertir, limitar, y tranquilizar a la población durante las primeras horas y días desde que las aguas se enseñorearon del territorio. Ciudadanía que ha visto asombrada y perpleja cómo el máximo responsable de la gestión se dedicaba responsabilizar a otros de su incapacidad, en lugar de buscar salidas para la crisis y solazar a los afectados.