Desde hace años, como buen autónomo, organizo la comida de navidad de empresa con mis compañeros freelance, con los que creo sinergias para dar servicios a otras empresas y entidades.
Como ahora, vivo en Málaga, el slot de tiempo en Madrid se acortaba a los pasados martes y mieŕcoles, alrededor de la cena, a priori, la agenda era perfecta: llegar a Madrid con el Iryo a las 14:14; a las 15 comida con amigas referentes del diseño madrileño, a las 17:30 cañas con mi comentor en un evento de la aceleradora SEKLab, a las 21 el simposio de los autónomos, y al día siguiente, a las 10 desayuno con Jaime mi socio startupero, luego otro evento, una comida con amigos de la adolescencia y una merienda con una buena amiga, y a las 21 de vuelta en el Iryo a Málaga.
¿Qué podría salir mal? En la comida con las amigas, ante los suculentos manjares que leo en la carta, pense “un día es un día”, y me lance como si no hubiera un mañana a catar frituras y gisos que mi desgastado estómago con décadas de saque vasco tiene prohibidos por recomendación médica.
La comida, acabó a las 17:20, porque en 10 minutos tenía que estar en la flamante nueva sede la Universidad Camilo José Cela en plena Castellana. El paseo para conocer las instalaciones me vinó de lujo, pero en las cañas de Impact Lab la incubadora de la Camilo no caté la gran empanada que suelen poner, no tenía espacio y sabía a donde iba luego.
A las 21 estaba como un reloj en Latxaska Etxea, para mí el asador vasco para mí de referencia en Madrid, reencontrándonos consultores que veníamos de Galicia, Valencia y Andalucía, así como, los madrileños que habían hecho hueco en sus bloqueadas agendas a tres meses vista, pues en plean exaltacion de la amistad profesional, de perdidos al río, y tras los suculentos entrantes, en vez de tirarme a una esbelta lubina de un kilo para dos, me fui a por un clásico, al chuletón de carne madurada al compartir el manjar con otros comensales, y es que lo veía ahí rumiando grasilla en la parrilla y claro caí hipnotizado por sus placeres. Sabiendo que tengo terminantemente prohibido cenar carne al costarle a mi estómago dios ayuda digerirla por la noche.
A las 1 de la mañana, salimos ahitos del templo gastronómico. Más contentos que unas castañuelas, y como ya tenemos una edad y al día siguiente, la mayoría curraba, pues cada uno para casa, en mi caso, sabiendo que la digestión sería pesada.
A las cinco de la mañana, un puntiagudo dolor en la espalda me despiertó. Mierda. Empece a cambiar de postura, pero nada, me siento, me pongo de pie, y todo igual, no hay postura que no duela. Es como si todos los músculos de mi espalda, costillas y estómago quisieran expandirse y salir de mi cuerpo. En esos momentos, pense que es una pena que no fuera mujer, porque ellas tienen el umbral del dolor mucho más elevado, de ahí que se haya a través de ellas como nos encarnamos.
Al tener las pastillas de paracetamol con tramadorl que recetan a mis padres para el dolor, podría hacer de nuevo un Rajoy, y evitar la vergüenza de tener que volver a urgencias por glotón. Además que la Sanidad Pública está para cosas más serias. El tramadol consiguio medio adormilarse unas horas, pero los intensos pinchazos de dolor, no se iban, así que empecé la ronda de cancelaciones. Tras cancelar el desayuno de las 10, la llamada siguiente, un amigo me hizo ver el hilo de voz que tenía de lo débil que estaba, y que me comiera el orgullo y fuera a urgencias, tras cancelar, la comida, armarme de valor, y paciencia con mis musculos para cambiar el piama por ropa de calle, pasito a pasito llegué a la parada de taxi al lado de mi portal. Sí, mi inquilino me deja dormir en el cuarto de invitados.
En admisión de urgencias del hospital Gregorio Marañón, me dolía tanto el torso, que la de admisión me preguntó si era accidente o enfermedad… Ahí, me tocó esperar quince minutos de penitencia, luego el trillaje, después otra breve espera sentado en posturas raras, para que un facultativo me analizara, hasta que con vergüenza le conté a la médica lo que me había pasado, y que no era la primera vez.
El siguiente paso es ir al box que te indica la doctora, una sala con una decena de sillones de hospital, donde te sientas en el que está libre, y esperas que venga el personal de enfermería a pincharte en el brazo para ponerte una vía, de la que tomar unas muestras de sangre y un rato después, el ansiado chute de 100 ml de paracetamol que te devuelva a la vida, mientras caes en un profundo sueño, como aquellas salas de fumadores de opiáceos que narraba el intrépido Tintín en sus aventuras.
Algo que impresiona, es el silencio del dolor de verdad, más allá de los acompañantes de algún, nadie habla, ni un “hola”, estamos en comunidad cada ser aguantando su cruz. En mi caso, es un dolor de tal calibre que enmudeció a mi canaña mente, la cual, tiende a juzgarme a toro pasado, y aumentar el sufrimiento. En este caso, sólo había dolor, sin sufrimiento por no poder ir a escuchar a los amigos.
Tras despertar, y recuperar fuerza en los dedos para poder chatear, reactivé muy vida de chats con lo acaecido, y en esas estaba cuando recibí el primer regalo de Navidad, mi amiga con la que había quedado a las 18 se ofrecia a ¡acompañarme en urgencias! con lo incómodo que es para los familiares. Justo cuando llegó a urgencias, me dieron las analáticas, y pude salir, dando por enésima vez las gracias al diligente equipo sanitario del Gregorio Marañon, donde entre a las 12 y sali a las 17, en el momento perfecto para pasear por el parque de El Retiro, y volver a celebrar la vida, esta vez con un poleo, antes de pillar el Iryo para Málaga.
Lo jodido del asunto, es que desde hace 15 años, cada lustro se alinean los estrellados, se me va la cabeza, y acabó en urgencias por un cólico, éste último, fue biliar. El tema de acabar en urgencias por comer, es familiar, ya que mi abuela paterna navarra, falleció por una hemiplejia tras un convite familiar nocturno, donde no dejaba de pedir la excelente y prohibida para su salud morcilla. Curioso que 30 años después tenga tan claro el recuerdo gastronómico de aquellas sabrosas morcillas.
Moraleja, en efecto, soy gilipollas. Lo cual, no quita que a tu cerebro le venga bien leer estas líneas para estar más alerta cuando esta semana vayas de empacho en empacho, para evitarte que la cagues y acabes en urgencias.
GO!