Lo infinito, esa vasta extensión que desafía nuestra comprensión, no es solo un concepto abstracto: es una puerta abierta a realidades ocultas que trascienden la percepción común. Dependiendo del contexto, podemos referirnos al conglomerado de intereses que tejieron la mal llamada “crisis sanitaria” -ostentada por círculos elitistas y empresas privadas multimillonarias- o los últimos guiños sobre satanismo (aunque lo disfracen como arte y moda). Ahora nos encontramos con artículos que insisten en que “los negacionistas teníamos razón” o con famosos, como Dave Mustaine, que han abrazado la cristiandad (el líder de Megadeth compartió su testimonio de haber estado involucrado en el ocultismo y haber encontrado la fe cristiana, lo que ha influido en su música y en su vida personal).
Pero dejémonos de política y religión: son temas que siempre hacen que salten chispas.
Hablemos de nosotros mismos, como humanidad.
La humanidad ha sido siempre cautivada por la idea de lo infinito.
Desde el cosmos hasta [el concepto de] el tiempo eterno, nos enfrentamos a dimensiones que desafían los límites de nuestra comprensión. Estos conceptos abstractos no solo tienen un impacto en nuestra curiosidad intelectual, sino que también influyen profundamente en nuestra psique y percepción. La mente humana, limitada en su capacidad para comprender lo inabarcable, reacciona de diversas maneras al intentar afrontar la vastedad de lo incomprensible.
Es normal: el ser humano, por instinto, busca comprender su entorno. Lo desconocido genera miedo, fascinación y una necesidad de respuestas. Desde los antiguos mitos y leyendas hasta las (mal llamadas) teorías de conspiración modernas, la búsqueda de lo oculto es un hilo conductor en la historia de la humanidad.
Los gobiernos han sabido utilizar el miedo como una estrategia de control. En situaciones de crisis, es común que se amplifiquen narrativas relacionadas con amenazas invisibles: terroristas, pandemias o enemigos externos. En estos contextos, el desconocido se convierte en un enemigo tangible al que hay que temer. Muchos han aprendido por las malas (otros tantos siguen sin tener conocimiento de ello) que, al manipular la percepción pública de lo desconocido, dichos gobiernos pueden justificar medidas extremas -como la vigilancia masiva, la restricción de libertades civiles y el aumento del gasto militar-.
Muchos han llegado a padecer de crisis personales, frustraciones, miedos, ansiedad, pesadez, episodios de intensa tristeza, apatía e ira precisamente por intentar justificarse o, simplemente entender, por qué nos comportamos como nos comportamos ante esa incertidumbre que nos sobrevuela.
El resultado es el mismo: miedo. Pero, ¿por qué?
¿Por qué la mente humana siente miedo o ansiedad ante lo infinito?
Ese cóctel de emociones que la mente humana experimenta frente a lo infinito provienen de un choque entre nuestras capacidades cognitivas limitadas y la magnitud del concepto en sí. Desde un punto de vista biológico, nuestra mente está diseñada para lidiar con lo finito: nuestras vidas, nuestros desafíos, nuestras relaciones y la mayoría de nuestras experiencias cotidianas tienen límites claros. Cuando nos enfrentamos a algo que no tiene fronteras definidas, como el universo, el concepto de la eternidad o qué nos deparan las siguientes agendas políticas, nuestra mente se siente incapaz de procesar su inmensidad. Es algo que comienza con un pequeño paso pero, que una vez que se reflexiona, acaba por engullirnos. “Lo que está por venir” se desconoce, por mucho que intentemos adelantarnos a ello.
Pero sobrepensamos. Adelantamos acontecimientos. Juegan con nosotros, con nuestro instinto. El cerebro humano está diseñado para buscar patrones y predecir resultados. Anticipar lo peor puede ser un intento de prepararse para posibles situaciones adversas, una forma de protección. Nosotros estamos demasiado ocupados pensando en cómo llegar a fin de mes, cómo sacar a nuestros hijos adelante, cómo poder mejorar nuestras condiciones de vida. Nos perdemos en la rutina diaria, en el estrés y las responsabilidades, y dejamos de lado qué es lo que sucede a nuestro alrededor, cómo nos hace sentir, cómo hemos llegado a ese punto y cuáles han sido nuestros errores (y aciertos).
Nos han enseñado a ser ansiosos y perfeccionistas, a que todo ha de estar bien, siempre bien, pues si nos pasa algo es porque “nos lo hemos buscado” bien sea un despido puntual, un contratiempo fruto del azar o una enfermedad. Por otro lado, cuando las personas sentimos que no tenemos control sobre una situación, intentamos compensarlo anticipando todos los resultados negativos posibles y autocompadeciéndonos. Es evidente que nos han programado para ello.
Y ahí comienza todo.
Desde la infancia, se nos enseña a evitar el fracaso. Las calificaciones, los exámenes y las evaluaciones son herramientas que, aunque necesarias, a menudo se convierten en fuentes de estrés y miedo. El sistema educativo, en su búsqueda de la excelencia, fomenta una mentalidad donde el error es visto como algo negativo, en lugar de una oportunidad de aprendizaje.
Esta cultura del miedo al fracaso puede llevar a los jóvenes a evitar riesgos y a conformarse con lo seguro, limitando su creatividad y su capacidad para explorar nuevas ideas. “A mí me dicen que tengo que ir por aquí que es lo mejor” y obedecen. En lugar de experimentar y aprender de los errores, se enseña a temer.
Los medios de comunicación juegan un papel fundamental en la construcción de nuestra percepción del mundo. Es encender la televisión y, cuando no nos saturan con historias de crímenes, es que ha ocurrido un desastre natural o, si no, crisis políticas. ¿Resultado? Más miedo.
La incertidumbre que genera lo infinito activa un mecanismo de defensa emocional. El ser humano, en su necesidad de control, tiende a encontrar seguridad en lo comprensible y lo limitado. Lo infinito, en cambio, provoca la sensación de que estamos al margen de algo incontrolable y, a menudo, incomprensible. Es un fenómeno psicológico que, contemplado a largo plazo, puede desencadenar la ansiedad existencial.
El peso de ser parte del sistema
“La luz que entra por la ventana parece más fría de lo habitual” escribe Andrés (nombre ficticio para salvaguardar su intimidad), “y el silencio de la casa resuena en mis oídos. No puedo evitar pensar en cómo mi vida ha tomado un rumbo que nunca imaginé. El amor era algo que pensaba, lo pensaba para darme esperanza, pero se ha convertido en una cadena. Y tampoco, porque no, no tengo amor. Así que me siento indigno de ello. Recuerdo aquellas noches en las que soñaba con un futuro compartido, con despreocupación, con promesas. Pero ahora, las únicas voces que escucho son las de mis pensamientos negativos. Las decepciones se acumulan como una montaña de recuerdos dolorosos, cada uno más pesado que el anterior. Y que no digan que no lo he intentado, porque sí. Intenté abrir mi corazón, pero cada intento terminó en una herida que nunca sanó del todo. Estoy acostumbrado a la soledad. La situación económica no ayuda. Cada factura que llega a mi puerta es un recordatorio de que no estoy donde quisiera estar, donde yo luché por NO estar. He visto cómo se desintegraban mis sueños de independizarme, y cada hora que pasa, me consume. He dejado de salir, he dejado de luchar. La ansiedad se ha infiltrado en mi vida, susurrándome que no soy suficiente, que mis esfuerzos son en vano. Miro mi cuenta bancaria y siento que cada cifra es un reflejo de mi fracaso. A veces me encuentro en un ciclo vicioso, donde la tristeza y la preocupación se entrelazan, y me pregunto qué sentido tiene todo esto. Si el amor se me escapa y la estabilidad económica se aleja, ¿qué me queda? La existencia se siente como una carga, un laberinto sin salida. La ansiedad existencial se apodera de mí, y me pregunto por qué estoy aquí, cuál es mi propósito. Ya no sé si quiero seguir intentándolo (¿intentar el qué? ¿Ser feliz?), si vale la pena luchar por un futuro que parece sombrío. Me levanto por y para producir dinero, un dinero que nunca me alcanza. Me conecto a redes y, la verdad, ya me acostumbré a limitar mis interacciones a una pantalla. La tristeza me ha dejado sin aliento, y cada día es una batalla que no tengo ganas de pelear. Solo quiero encontrar algo de paz en medio de semejante torbellino, pero en este momento, todo lo que siento es un vacío que parece interminable. La vida ha perdido su color, y me pregunto si alguna vez volveré a ver la luz”.
¿Por qué buscamos comprender lo incomprensible?
A pesar de la ansiedad que genera lo infinito, la mente humana está programada -que no preparada- para tratar de comprender lo incomprensible. Como se ha señalado párrafos atrás, esta tendencia tiene raíces en nuestra naturaleza curiosa y en nuestra necesidad de dar sentido a lo que nos rodea. Desde tiempos prehistóricos, el ser humano ha tenido que comprender su entorno para sobrevivir: reconocer ciclos, predecir fenómenos naturales y resolver problemas [cotidianos]. Ese mismo impulso de comprender el ahora se extiende a cuestiones filosóficas y existenciales más profundas, como el origen del universo y el propósito de la vida.
Sin embargo, la búsqueda de respuestas no se reduce a una necesidad de supervivencia. Muchas veces, buscamos comprender lo incomprensible para encontrar un propósito o significado más allá de nuestra existencia cotidiana. El intento de desentrañar los misterios del universo está ligado al deseo de trascender, de hallar un sentido más profundo en nuestra vida, especialmente en un mundo que parece tan incierto y efímero.
¿Cómo afecta la confrontación con lo infinito al inconsciente?
La confrontación con lo infinito puede tener efectos profundamente contradictorios sobre nuestro inconsciente. Por un lado, la vastedad del universo o la noción de un tiempo sin fin puede despertar un sentimiento de maravilla y asombro. Para algunas personas, enfrentarse a la inmensidad les genera una sensación de unidad con el Todo, un entendimiento de que formamos parte de algo mucho mayor que nosotros mismos. Este sentimiento de conexión puede llevar a una mayor paz interior, especialmente cuando se encuentra consuelo en la idea de que nuestras vidas, aunque finitas, tienen un propósito en un esquema mucho más grande.
¿Te sientes conectado con el Todo, o el Todo te está engullendo?
Por otro lado, para muchas personas, el contacto con lo infinito genera una sensación de vacío existencial. La idea de que nuestra vida es solo una pequeña chispa en un tiempo y espacio interminables puede desencadenar sentimientos de insignificancia y desesperanza. Esta angustia existencial es una respuesta natural a la confrontación con lo que parece ser un universo sin propósito definido que nos recuerda nuestra propia finitud. Esta percepción puede, en algunos casos, llevar a la depresión, la ansiedad o incluso a una sensación de desconexión con el mundo.
¿Cómo influye la percepción del tiempo infinito en nuestro bienestar?
La idea de que el tiempo nunca se detiene puede generar una sensación de paz para algunas personas, especialmente para aquellas que encuentran consuelo en la idea de que la vida humana es parte de una historia mayor que continúa más allá de nuestra existencia individual. El concepto de un tiempo eterno, en este sentido, puede dar una mayor perspectiva sobre la temporalidad de nuestras preocupaciones cotidianas.
Sin embargo, la noción de un tiempo infinito también puede ser fuente de ansiedad. Para algunas personas, la idea de que el tiempo sigue su curso sin fin puede resultar agobiante. Si nuestra vida es solo un suspiro en comparación con la eternidad, ¿cómo podemos darle valor a nuestras acciones y decisiones? Es justamente esta percepción la que puede desencadenar una crisis existencial, en la que la persona siente que su vida carece de propósito o relevancia en el gran esquema de las cosas.
El 13 de enero fue el Día Mundial de Lucha contra la Depresión, el problema de salud mental más frecuente en nuestra sociedad. Desde Diario16+ queremos celebrarlo con una ayuda, un soporte a la sociedad: el ensayo de ‘Desafío ante lo invisible: la energía de un mundo caníbal’. Un meticuloso análisis de diversos fenómenos que impactan nuestras vidas cotidianas: desde la globalización y la desigualdad hasta la migración y los desafíos que enfrentamos como sociedad.
Cada capítulo se convierte en una ventana a realidades que a menudo son ignoradas o malinterpretadas. A través de estudios de caso y ejemplos concretos, podemos ver cómo determinados factores influyen en nuestra percepción del mundo y en nuestras interacciones sociales.
La complejidad del mundo actual puede resultar abrumadora. Sin embargo, el libro aborda esta realidad de una manera que nos fortalece. A través de la reflexión y el autoconocimiento, se nos invita a enfrentar lo desconocido con valentía, desprogramándonos.
Volviendo a nuestras raíces.
La búsqueda de un propósito en la vida se vincula con la comprensión de nuestra realidad social, creando un espacio donde convergen el crecimiento personal y la conciencia colectiva. De hecho, uno de los aspectos más destacados de esta obra es su enfoque en promover una ciudadanía activa y crítica. No se trata simplemente de consumir información pasivamente; el libro nos incita a hacer preguntas incómodas y a replantearnos nuestras creencias preestablecidas.
Así, al cerrar este viaje a través de lo infinito y lo incomprensible, nos encontramos en una encrucijada. La humanidad, en su búsqueda de significado y propósito, se enfrenta a un dilema: ¿deberíamos permitir que el miedo a lo desconocido nos paralice, o es posible transformar esa ansiedad en una fuente de crecimiento y creatividad? La respuesta, quizás, radica en la capacidad de abrazar la incertidumbre como parte de nuestra existencia.
Como hemos explorado, lo infinito puede tanto inspirar como intimidar. Nos invita a cuestionar, a buscar respuestas y, sobre todo, a conectar con nuestra esencia más profunda. Tal vez, en lugar de percibir la vastedad del universo como un abismo aterrador, podríamos considerarlo un lienzo en blanco, un espacio donde cada uno de nosotros puede trazar su propia historia.
El desafío no reside únicamente en comprender lo incomprensible, sino en encontrar nuestro lugar dentro de esa inmensidad. Las luchas personales, las crisis existenciales y los momentos de desasosiego son parte de un proceso más amplio, uno que nos invita a explorar nuestras emociones, a reconocer nuestros miedos y a buscar conexiones significativas con los demás. En este sentido, la obra ‘Desafío ante lo invisible’ no solo es un faro de conocimiento, sino una invitación a la acción. Nos recuerda que somos parte de un todo y que nuestras voces, aunque pequeñas, pueden resonar en la inmensidad.
En un mundo que a menudo parece desmoronarse ante la incertidumbre, es crucial recordar que hay luz incluso en la más densa oscuridad. Abrazar lo desconocido no significa resignarse a la ansiedad; significa elegir la bravura de explorar, de desafiar nuestras propias limitaciones y de abrirnos a nuevas posibilidades. Así, quizás, la verdadera esencia de ser humano no radica en tener todas las respuestas, sino en la capacidad de seguir preguntando, de seguir buscando y, sobre todo, de seguir viviendo, incluso cuando la vida parece un laberinto sin salida.
Lo infinito no es solo una carga, sino una oportunidad para redescubrirnos y encontrar el sentido en nuestra existencia.