Jesús Ausín

Comunismo o barbarie

09 de Octubre de 2023
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Capitalismo y crisis ecológica

La primera luz del alba difumina las siluetas de los cipreses que crecen en lo alto del cerro. Sentado en un taburete de formica, junto a la mesa, frente a la gran cristalera del ventanal de la terraza de la cocina, José Miguel, un cincuentón corpulento de pecho fofo debido a que ya no puede ejercitar los pectorales, remueve el café de la mañana, que ni siquiera es café, sino un sucedáneo de cereal tostado, sin ganas y con tanta dejadez y constancia que no se da cuenta de que está ejerciendo un tintineo insoportable y de que la infusión ya debe estar fría después de los cinco minutos que lleva trazando círculos con la cucharilla en la taza.

Está ensimismado en sus preocupaciones. Por eso no se da cuenta de que su mujer, Marta María, acaba de aparecer por la puerta de la cocina, bastante enfadada porque el insistente ruido de la cucharilla contra la taza, la ha sacado de la cama.

Ella no entiende el comportamiento de José Miguel. Para ella, acostumbrada a una vida placentera en la que todo le ha venido siempre dado, no hay problema que no se resuelva por sí mismo. Y cree firmemente que todo se va a arreglar (por arte de magia). Que pronto volverán al chalet de Las Amapolas o a otro en una urbanización similar dónde poder volver a tener amigas con las que tomar el té o con las que participar en la organización de rastrillos para pobres.

Pero, José Miguel está en paro. Y con cincuenta y nueve años, sin ninguna perspectiva de volver a trabajar. Y eso que no hace ni diez años era un afamado jefe de ventas con numerosos galardones como empleado del año de uno de los mayores concesionarios de coches de lujo que existían en la ciudad. Era capaz de venderle hielo a un esquimal, se decía. Un tipo al que le abrían la puerta y se codeaba con lo más granado de la sociedad de su ciudad. Pero el consejero delegado del concesionario, condenado por fraude fiscal, acabó huyendo a Brasil con el capital de la empresa y dejando a todos los empleados con una mano delante y otra detrás. Agotados los escasos ahorros y el paro, José Miguel y su esposa Marta María sobreviven con los 480 euros del subsidio de desempleo para mayores de 52 años. Ella, nunca ha trabajado ni cotizado porque, en su mundo, las señoras no salen a trabajar fuera de casa y si hay posibles, en casa trabaja la asistenta. Así que una vez que perdieron el chalet de la prestigiosa urbanización en la que vivían, acabaron trasladándose a una casa de protección oficial que consiguieron gracias a sus contactos con políticos que gobiernan el ayuntamiento.

Pero, acostumbrados a otro ritmo de vida y que, 480 euros son una miseria para sobrevivir, aunque pagues sólo 200 por el alquiler, los Sanz-Berrocal tienen ahora serios problemas para continuar viviendo bajo un techo porque el edificio en el que malviven gracias a sus ex-amigos políticos,  fue vendido por el ayuntamiento a un fondo buitre y este les ha cuadriplicado el alquiler en dos años. No pueden pagar los 800 euros que ahora les reclama el nuevo propietario y ya han tenido varias notificaciones de desahucio por impago. Hasta ahora, venían sorteándolas como han podido tirando de viejas amistades que ya no le reciben porque José Miguel se ha vuelto un incordio y ya a nadie le interesa su situación porque ha dejado de ser uno de los suyos sin expectativa de volver.

José Miguel, se ha negado a tratar con la PAH porque para él son comunistas y el comunismo es lo peor. Da tantas vueltas al café porque en realidad se las está dando a su vida. Él, que siempre se creyó de los de arriba, de los triunfadores, de los que movían el teléfono y tenía a sus pies a media docena de políticos y funcionarios de alto standing, él, que era un ganador que hacía negocio hasta en el gimnasio, que se comía el mundo y que cenaba con grandes personajes, él que cuando veía un pobre acercarse le daban arcadas, ahora se ve mañana tirando de un carro de la compra, harapiento, con todas sus pertenencias metidas en el puto carro y arrastrando a su mujer a la prostitución para poder comer. Por eso le da tantas vueltas al café. Ahora es consciente de que en pocos días tendrá cientos de policías en su puerta y no será para saludarle, sino para dejarle en la calle junto con otros como él.

Y eso es lo que más le irrita. El comunismo no le ha dejado en la calle. Han sido los suyos.

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Comunismo o barbarie

“¡Somos comunistas! ¿Y qué?”. Así comenzaba una entrevista la diputada argentina y candidata a la presidencia Myriam Bregman. Como ella decía en la misma intervención ¿qué tiene para ofrecernos este sistema capitalista que nos ha dejado sin derechos, que nos ha hecho mucho más pobres y que nos ha quitado hasta la opción de curarnos con una sanidad universal y gratuita que ya no funciona como tal y en la que si no tienes dinero para adelantar los tratamientos o para saltarte las largas listas de espera, puedes morir prematuramente? ¿Todas estas consecuencias son causa de un sistema comunista? ¿O por el contrario son obra de un hijoputismo que llaman liberalismo que en los últimos 44 años nos ha ido arrastrando (por consentimiento) hacia un sistema deshumanizado en el que sólo sobrevive el más fuerte (el más rico)?

No es el comunismo el que se ha fundido el ahorro del fondo de pensiones que la generación del Baby Boom acumuló con décadas de cotizaciones. No. Fueron los del hijoputismo los que lo usaron para salvar bancos quebrados por la mala cabeza de los dirigentes que precisamente seguían al pie de la letra las instrucciones de ese hijoputismo. No es el comunismo el que ha destruido un sistema sanitario que garantizaba el acceso de cualquiera a un hospital si lo necesitaba. Ha sido el propio hijoputismo el que ha aumentado el coste de esos servicios desviando los fondos del sistema público de salud hacia empresas privadas que se quedan con la pasta y colapsan y arruinan el sistema. No es el comunismo el que nos está matando con veranos cada vez más largos y calurosos, con sequías extremas y aguaceros mortales, por la impertérrita emisión de CO2, como si el planeta fuera eterno y las consecuencias nimias. Es el ritmo de vida de capitalismo el que ha provocado esto.

Leo en este artículo de The Washington Post que en un estudio realizado por ese periódico el colapso sanitario americano es de tal calibre que están muriendo personas cada vez más jóvenes por enfermedades curables o estables si tienes acceso a las medicinas correspondientes como hepatitis, infección de orina, cardiopatías leves, hipertensión, diabetes, etc. El impacto en personas entre 35 y 64 años es desolador.

Todos sabemos que USA no es Europa ni España, pero el modelo que imponen los amigos condenados varias veces por corrupción, es ese: el americano. Sanidad para el que pueda pagarla. Ahí están los Hospitales como el del Niño Jesús de Madrid con problemas financieros o la UCI pediátrica de La Paz que se ha quedado sin médicos debido a la baja laboral por el estrés de 7 de sus profesionales. Al enemigo, si es pobre, ni agua. Ahí están los resultados de los ingentes plazos de las listas de espera para acudir al especialista y para operarte, la denegación de recursos a parados de larga duración como en Castilla y León o la denegación de becas a hijos de madres solteras en Madrid (además de ya no conceder ayudas salvo a los alumnos de colegios privados) o la extinción de las becas de comedor en Andalucía o Murcia. Porque lo importante para esta gente es que los pobres dejen de serlo vía tierra.

El 30 % de la comida que se produce se tira sin uso. Mientras, el 28,9 % de los niños españoles son pobres y el 41 % de los que tienen ingresos por debajo de los 15.000 € anuales reconocen que se saltan comidas para ahorrar. Si uno mira la estadística de pobreza del INE por comunidades autónomas y las compara con los lugares de consumo de agua (frente a sus recursos hídricos) y producción de alimentos resulta que las comunidades productoras por excelencia de frutas y verduras como Andalucía, Extremadura y Canarias son las más pobres (entorno al 30 %, diez puntos más que la media). De los 15.000 millones del valor de la exportación en frutas y verduras, ¿Cuánta riqueza se queda en la población de esas tres comunidades autónomas?

Según la estadística del PIB, España aumentó su producto interior bruto un 6,4 % en el 2021 respecto al del 2020 y un 5,8 % en 2022 respecto al 2021. Y sin embargo, en 2022, una de cada 12 personas (un 8,1 %) sufre carencia material severa en España y la “ganancia” o mordisco pegado a esa carencia material severa entre 2014 y 2021, se ha perdido en 2022.

¿El PIB mide el desarrollo económico de los ciudadanos de un país? Ni de coña. El producto interior bruto desde el 2008 al 2022aumentó en más de 300.000 millones de euros (desde los 1.109.541 M€ en 2008 a los 1.346.377 M€ en 2022)  y sin embargo el riesgo de pobreza aumentó más de tres puntos en ese mismo periodo (del 17,1 al 20,4 en 2022).

En esta coyuntura en la que estamos, en la que ya está claro que ha empezado el principio del fin y que como advertía Jane Goodall sobramos más de la mitad de la población, los poderosos no van a dejar por las buenas que el decrecimiento obligado se haga de manera ordenada y que quién más contamina sean los que más restrinjan su consumo desmedido. Según la periodista Eva Vlaardingerbroek (cuya pareja hasta hace poco era Julien Rochedy, que fue presidente juvenil del Frente Nacional de Le Pen), en el Foro de Davos se comentó la necesidad de establecer un “monedero” personal de emisiones de carbono, vinculado al DNI digital, con el que poder controlar las emisiones personales de CO2. Por supuesto, los pobres que no pueden viajar en avión, ni infectar el aire con sus lujosos Maserati o Porsche que consumen 15 litros y emiten más carbono que un camión Barreiros de 1960, podrán “ceder” sus emisiones a los ricos para que sigan jodiendo el planeta, siga habiendo cada vez menos agua potable, más sequía, menos alimentos y una sociedad en extinción.

La única forma de minimizar el impacto en la naturaleza que tendrá nuestra extinción es intentar parar este disparate ecológico en el que vivimos, repartiendo la riqueza, nacionalizando el agua y los bienes de consumo, así como las materias primas para el control de la extracción y de su consumo. Y todo eso, querido lector, se parece mucho más al comunismo que a este hijoputismo especulativo, dónde unos pocos están matando a la humanidad del futuro.

Salud, feminismo, ecología, república y más escuelas públicas y laicas.

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